Javier Peñalosa Castro
Tras haber transcurrido una semana más de campañas por la Presidencia de la República, y a escasas seis de los comicios del primero de julio, poco ha cambiado en el panorama, a no ser por la renuncia de Margarita Hillary Zavala a su candidatura independiente, luego de que se convenciera de que le resultaría imposible desprenderse de la pesada losa que representa su marido, el impresentable usurpador que se caracterizó por su fallido intento por legitimarse en el poder a través de una guerra de pacotilla que sólo sirvió para empeorar el entorno en el que, desde hace décadas, opera el crimen organizado en nuestro país y desatar una carnicería que continúa en aumento, así como el desaseado manejo económico de los festejos del bicentenario de la Independencia y el centenario de la Revolución, cuyo emblema es el ridículo monumento conocido como la “estafa de luz”, que en su pequeñez rivaliza con la mínima figura de quien promovió su edificación y que en lo que sí resultó enrome fue en el costo escandalosamente inflado y el retraso inaceptable que tuvo la obra.
Por lo que respecta a su propia imagen y reputación, Zavala carga a cuestas el manto de impunidad que cobijó a su prima en el lamentable caso del incendio de la Guardería ABC, en Hermosillo y el desaseado manejo en la recolección de apoyos a su candidatura, cuyas irregularidades, pese a haber sido señaladas por el INE, no motivaron su descalificación inmediata, como hubiera sido de esperar.
Desde un principio existió la sospecha de que la candidatura testimonial de la mujer de Calderón buscaba restar puntos a quien encabeza las preferencias de los mexicanos para gobernar durante el sexenio 2018 – 2024. Sin embargo, Zavala siguió adelante sin la menor posibilidad de competir por el triunfo, o al menos de situarse entre los tres primeros lugares, justo hasta la víspera del segundo debate organizado por el INE, y dejó la labor de zapa únicamente en manos de quien pretende cortar estos miembros a los que roben (aunque sólo sometería a sesiones de azotes a secuestradores y autores de crímenes más graves), aquel que también ha mostrado, desde un principio, y sin el menor recato, que fue admitido en las boletas —pese a las escandalosas irregularidades en que incurrió para su registro— con el único fin de golpear a Andrés Manuel López Obrador, y aunque se trata de un mamarracho que debía asumir alguna ocupación menos indigna, resulta claro que habrá que lidiar con el lastre que representa durante las próximas semanas (a menos de que la mafia del poder) se convenza de su inutilidad para este fin avieso).
Mientras tanto, en lo que se vislumbra como una reedición de lo ocurrido en 2006 para entronizar al mínimo Felipe Calderón en contra de la voluntad de la mayoría de los ciudadanos, comenzaron a aparecer las encuestas “cuchareadas”, como la de GEA-ISA, que por si alguien no lo tiene tan presente fue la que se equivocó “nada más” por 15 puntos (fueron cinco y no 20, como divulgó entonces) por los que supuestamente superó Peña Nieto a López Obrador.
Además de estos ejercicios demoscópicos “de fantasía”, la acción concertada (el término complot no les parece políticamente correcto a los complotistas) de la mafia del poder —que ha demostrado estar lejos de ser la entelequia que sus propios integrantes señalan—, incluye rumores sobre la supuestamente quebrantada salud del tabasqueño, su pretendida intolerancia y supuestos desencuentros entre los miembros de su equipo cercano que, contra lo que pudiera suponerse, por su origen disímbolo o francamente variopinto, no se dan. También es falso que los especialistas tengan que salir a desmentir a López Obrador o que el morenista se contradiga en sus propuestas.
Lejos de ello, resulta obvio, que López Obrador está más receptivo que nunca a los señalamientos de sus asesores, que sabe escuchar los planteamientos razonables que se le hacen y que está dispuesto a negociar, sin más límites que los del apego a la legalidad, a la equidad y a la rectitud, con quien sea necesario.
Pero si bien los empresarios llevan a cabo una guerra de baja intensidad en contra del Peje a través de las redes sociales, mediante la cual transmiten descalificaciones y falsedades, por el momento se cuidan de ser obvios en sus denuestos y ofrecen una imagen de apertura al diálogo que en los hechos está lejos de caracterizarlos.
En este contexto, los candidatos se preparan para una sesión más (“debate”, le llaman) de ataque inmisericorde contra AMLO, con la esperanza de arrebatarle algunos puntitos alentados por la (vana) ilusión de acercársele en las preferencias verdaderas (no las de las encuestas a modo), al tiempo que procuran también allegarse los sufragios de los seguidores de Margarita Zavala que, tal como lo manda la legislación, no irán de forma automática a la cuenta de tal o cual candidato.
Menudean los llamados a López Obrador para que precise sus propuestas, pero quienes los hacen son incapaces de entender cosas tan sencillas como que, cuando el tabasqueño censura a los empresarios rapaces, se refiere precisamente a los que acaparan las concesiones y las obras públicas más ventajosas y “salpican” a quien se las asigna, en lugar de promover adquisiciones transparentes, a precios convenientes y en beneficio de un mayor número de empresas; que buscará promover la pequeña y mediana empresa; que procurará una mayor y mejor atención a los pequeños productores agrícolas; que no está en contra de la “sociedad civil”, sino de aquellas organizaciones a modo que se han creado para apuntalar al neoliberalato y a sus beneficiarios; que cuando se pronuncia por derogar la reforma educativa no significa que no busque mejorar la educación, y sí desarrollar planes y programas de estudio adecuados para cada región del país; de garantizar a los maestros la estabilidad en el empleo, la capacitación y una justa retribución.
Por supuesto, los temas enunciados son sólo algunos. Queda claro que el problema no es de comprensión, por parte de quienes resultan hoy privilegiados por el régimen, sino de oposición a abandonar los privilegios excesivos que han provocado una concentración de la riqueza que resulta ya insostenible. Sin embargo, llegado el momento, no les quedará más remedio que trabajar, moderar sus ambiciones y combatir las desigualdades.