Joel Hernández Santiago
¿Cómo es que estamos en este punto de violencia criminal, inseguridad, temor, pánico, miedo? ¿Cómo es que de pronto, para muchos en México, salir a la calle simple y sencillamente resulta un riesgo? ¿Cómo es que en cualquier momento, día tras día, aparece alguien frente a otro y con un arma le agravia? ¿Cómo es que hay tal cantidad de armas en el país en manos de quienes las usan para agredir, para dañar?…
Uno de las exigencias que se hacen a los candidatos a ser presidente de la República, gobernador, presidente municipal, alcaldes o hasta a quienes quieren ser legisladores es que resuelvan, ya, la inseguridad pública. Esto es: la gente se siente indignada porque a lo largo de los años recientes en lugar de disminuir este fenómeno social, va en aumento y los órganos institucionales que se encargan tanto de la seguridad como de prevenir y de procurar justicia no se dan a basto o bien no pueden con el paquete.
La corrupción, la impunidad, las complicidades por grado o por fuerza han generado que en muchos casos quienes debieran atender y cuidar a los mexicanos miren hacia otro lado. Y no es extraño que en muchos de los casos se encuentre que integrantes de la seguridad ya en activo o habiendo dejado el cargo, forman una parte de ese mundo insospechado del crimen…
Pero todo tiene un origen. Y en gran medida este tiene que ver con el grado de desigualdad social en México.
Hay casos en los que la patología criminal y el daño sicológico son el origen de este fenómeno, pero también es cierto que en muchísimos casos cada vez una mayor cantidad de jóvenes se incorpora a grupos contaminados porque no existen alternativas ciertas, firmes, formales y lucrativas para su desarrollo individual y en colectivo. No hay políticas públicas para los jóvenes.
Si se observa, en muchos de los casos quienes o son muertos o son detenidos por razones de crimen organizado o violencia criminal, son jóvenes. Los mismos que en otra circunstancia debieran ser atendidos con firmeza y apoyo cierto que prioricen la buena calidad educativa y la excelencia en la formación profesional, para luego encontrar espacios de desarrollo y creatividad.
Es cierto que en todos lados se cuecen habas, y las razones diversas, como ya hemos visto en el terrible caso de Estados Unidos de América por el uso de armas –autorizado por ley Constitucional— y la constante muerte de estudiantes en recintos universitarios. Al respecto, el profesor Nano Alejandro Alanís de la escuela Austin Discovery School en Austin, Texas lo dice así:
“Una sociedad centrada en el individualismo en última instancia produce soledad y también individuos socialmente alienados. En esta sociedad con más armas que la gente, algunos tienen fácil infligir dolor a aquellos con los que no sienten parte o incluso culpa de su miseria. Otros no tienen vergüenza de obtener beneficios y ganancias políticas por la pérdida de vidas humanas. Las voces de muchos de nosotros estamos diciendo que vamos a detener esta locura!”
En nuestro caso, no se trata de justificar la criminalidad y la violencia que hay en gran parte de México. Aun así, las cifras no pueden ser más que aterradoras:
De acuerdo con datos proporcionados por el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, 2017 fue el año con más violencia en la historia reciente del país, pues se registraron 29 mil 168 homicidios dolosos, de los cuales 671 fueron feminicidios. En 2016 se registraron 22 mil 962; en 2015 hubo 18 mil 707; 2014, con 17 mil 336… Y tan sólo en el primer mes de este 2018 ocurrieron más de 2 mil 500 personas asesinadas.
Sí, se trata de parar esta ola de violencia mortal y encontrar sus causas: muchas son; pero una a una –y pronto- tendrán que solucionarse para dar paso a un país en el que hoy en muchas partes del país se vive en grandes proporciones a modo de confrontación unos a otros decidan vida o muerte.
En primer lugar, ya hemos dicho aquí, que está el tema de la educación. Desde los primeros años y la educación media deberán desarrollarse programas de civilidad, respeto al otro, trabajo en comunidad, honorabilidad, ética y valor y sentido de solidaridad, de la vida individual y colectiva.
La educación profesional deberá estar abierta para muchos más, para todos los que se sientan dotados y capaces para hacer una carrera universitaria de calidad. Y luego, por supuesto, espacios de desarrollo individual y colectivo; trabajo-trabajo-trabajo, digno y bien pagado.
Digamos que este podría ser el principio de la solución, aunque la más inmediata sería la no impunidad y la no corrupción; parar ya las complicidades de unos con otros y recuperar ese viejo y ya olvidado concepto de que vivimos en un “estado de derecho”, el que se volvió una cantaleta sin sentido: hoy debe recuperarse el discernimiento estricto de vivir en ese estado de justicia.
En todo caso, todos los candidatos saben que esta es una urgencia, pero en ningún caso han dicho cómo habrán de solucionar lo que está viviendo México en los años recientes. ¿Podrán hacerlo? ¿Sabrán hacerlo?
En fin. Que si, que en todos lados se cuecen habas, pero allá o acá la vida humana es la que importa, la paz social, la armonía y el vivir en el sentido feliz del término. Eso para todos… o para los más, por lo menos.
jhsantiago@prodigy.net.mx