Javier Peñalosa Castro
Transcurrió una semana más en espera de las elecciones del primero de julio. Tal como lo esperábamos, el segundo y el tercer lugar en las preferencias atacan con todas las armas, triquiñuelas, embustes y campañas turbias a su alcance para tratar de descarrilar a Andrés Manuel López Obrador, o al menos acercarse un poco más al puntero.
En cada intento van con todas sus canicas Ricky Riquín Canallín y el no priista José Antonio Meade, cuya grisura rivaliza con la del mismísimo Miguel de la Madrid y que nada más no logra salir del tercer lugar en que se ha mantenido, y si no ha seguido cediendo terreno es porque el mamarracho norteño impuesto en las boletas por el Trife no despierta simpatías ni con sus ocurrencias y propuestas populacheras de aplicar castigo corporal a los delincuentes. Sobre estas propuestas, recuerdo que uno de mis abuelos decía que en Inglaterra habían optado por quitar la pena de muerte por la ola de robos que se suscitaban durante el espectáculo de la ejecución.
Como hemos podido atestiguar, la campaña de Anaya sigue empeñada en la mentira. Muestra de ello es la repetición, hasta la náusea, del falso señalamiento de que López Obrador habría señalado a Alfonso Romo como autor del triste episodio del Fobaproa, e incluso cita la página en que se habría publicado. Por otra parte, tanto él como Meade se mostraron muy interesados en la integridad del candidato de Morena, el PT y el PES, aunque salte a la vista que goza de cabal salud.
En respuesta, López Obrador ha vuelto a recurrir al toque de humor que ha brindado color a su campaña para responder a Anaya, quien le dice que el tabasqueño tiene ideas viejas y malas, que si es así, por qué le copia cada propuesta y hasta la afición de coleccionar con su hijo el álbum de estampas del Mundial de futbol de Panini. Por supuesto, como buen intolerante y tirano en potencia —él sí—, Ricky Riquín Canallín no es capaz de reír, a diferencia de lo que ocurre con su temido adversario.
En tanto, José Antonio Meade, asesorado por sus peores enemigos, entre quienes destacan Carlos Alazraki, el fallido publicista de la campaña de Roberto Madrazo, Javier Coopelas o Cuello Lozano Alarcón y el inefable Niño Nuño, sigue sin dar golpe, y cuando llega a dar uno —como en el caso de la excomandante comunitaria Nestora Salgado—, éste resulta fallido. En este caso, la acusó de ser secuestradora, a lo que la luchadora social respondió con una demanda por daño moral en contra del exsecretario de Hacienda, Economía, Relaciones Exteriores y Desarrollo Social. Pero en lugar de retractarse, como sería lógico, han hecho que Meade se mantenga en su dicho y han movido todos los hilos posibles (en especial con el impresentable gobierno de Guerrero) para atajar a Nestora mediante el consabido retorcimiento de la ley.
En este contexto, los superasesores de Meade cilindrearon a e incluso orquestaron una “conferencia de prensa” con dos prominentes “luchadores sociales” que han lucrado con la desgracia propia —y ajena— durante años, para que presentaran a supuestas víctimas de la excomunitaria guerrerense y pidieran que se le retirara la candidatura al Senado. Pese a estos intentos fallidos de empañar la imagen del puntero y volver a la cantaleta de que protege a criminales y quiere vaciar las cárceles, aparentemente lo único que siguen logrando es fortalecerlo y permitir que se constate la hipótesis de la mafia del poder que, a toda costa, busca evitar su llegada a la Presidencia.
Y mientras Margarita sigue deshojando la ídem y mantiene el suspenso de por quién se decantará al final —si por Anaya, que le cerró todas la puertas, o por Meade, a quien persigue el descrédito del PRI y del actual gobierno—, los empresarios parecen haber aceptado que AMLO podría ganar —aunque librarán una lucha tan sangrienta como soterrada hasta el final— y se reúnen con sus pares del equipo obradorista. Mientras esto ocurre, casi constantemente se dan nuevas incorporaciones al equipo de campaña.
Nadie duda que la situación actual del país es insostenible por el grado intolerable de corrupción e impunidad, expresados cotidianamente en el saqueo de las arcas federales, estatales y municipales; por las componendas e ilegalidades de las que cada día estamos más hartos los mexicanos. Quienes las llevan a cabo sin consecuencias deben creer que pueden seguir haciéndolo eternamente. Sin embargo, no es así.
Afortunadamente el hartazgo ciudadano tiene a su alcance la mejor oportunidad de lograr un cambio pacífico que, como todo parece indicar, habrá de concretarse en cinco semanas. Aunque la tentación autoritaria se mantiene siempre al acecho, las condiciones en que se dará este relevo sexenal parecen bien aspectadas para que se concrete, más allá de todos los intentos oligárquicos y francamente mafiosos por impedirlo. Cabría recordar a quienes podrían caer en tal tentación lo que ha pasado en otros momentos de nuestra historia y que, al final, la razón y la justicia terminan por imponerse, aunque a veces la cuota que debe pagarse resulta elevada.