Jorge Miguel Ramírez Perez
Mucho se habla en política de que lo que se busca es un “cambio”. Uno, que la mayoría se imagina, y cree que tiene que ser para mejorar, sin indagar mucho. Y como las personas casi nunca piensan en los demás, el cambio que tienen en su mente, es algo que los beneficie individualmente, sin nada a cambio: conseguir un trabajo bien pagado pero sin requisitos difíciles; que les aumenten las pensiones; entrar a la universidad sin necesidad de estudiar para los exámenes de admisión; tener salud, educación, vivienda, despensas y apoyos gratuitos, y todo lo que a cada quién se le pueda ocurrir, bajo la premisa de que es más fácil que cambie todo el sistema, a que yo tenga que hacer algún esfuerzo por cambiar.
Ese planteamiento absurdo, ilógico y egoísta no es una puntada que preconizan solo unos cuantos sujetos engañados por sueños guajiros; no, para nada, son muchos los que creen que un liderazgo mesiánico con su sola voluntad, puede lograr dominar los atavismos y resolver los rezagos, acabar con malas costumbres de siglos; sin otra intervención que la magia del mesías.
Ese infantilismo que es una hipnosis colectiva, no quiere razonar porque los que lo siguen, desconocen las complejidades del gobierno y las vértebras de las leyes, prefieren creer que un tipo sagaz puede lograr la fantasía de un cambio de sistema y sin violencia, volver comunista a México.
Tienen una fe ciega los obradoristas, creen que como ellos están de rodillas, los demás deben estarlo y dejarse arrastrar por los vericuetos del líder, que igual que los cuentos para niños de los hermanos Grimm, el flautista de Hamelín los dirigía felizmente al precipicio como Fidel Castro o Chávez que han empujado a sus pueblos, a un hoyo donde son una masa de harapientos y hambrientos.
Porque el cambio que habla Obrador es suicida: pasar de una economía de mercado donde el 95.5 % de la economía es privada, como es actualmente México; para formar en una economía estatista como en 1970, de nueve décimas de capital del gobierno, es un ensayo comunista y tercermundista , donde en los primeros tres años Obrador va a tener que expropiar las empresas privadas y las va a convertir en oficinas dirigidas por burócratas leales a su persona, aquéllos que han jurado obediencia ciega en el líder, como hay muchos ejemplos en la historia.
Porque ese es el caso, nuestro pobre país víctima de una versión exagerada y por lo mismo mentirosa de la historia, poco sabe de lo que ha pasado mientras dormía.
A los mexicanos desde niños se les enseña de manera candorosa pero perversa. Los saturan solamente de ideas maniqueas: o todo es blanco o todo es negro; y los héroes del texto único son más que personas de carne y hueso, porque se les hace la imagen de unos seres superiores que se llevan de tú y piquete de ombligo con los ángeles; mientras que sus contrarios se les hace seres del averno.
Así es como el presidente de la modernidad Porfirio Díaz es un dictador en un mundo donde solo había tres democracias y todos o eran monarcas o dictadores autoritarios.
Juárez el endiosado personaje estuvo en el poder 16 años y la muerte salvó a los mexicanos de que éste siguiera de dictador; pero la historiografía del texto gratuito, exige para el de Guelatao, nada más y nada menos que latría, la honra que se rinde a las deidades. Vaya equívocos.
Así Obrador habla de un cambio, un cambio de sistema, por un sistema estatista de tipo socialista, que sea totalitario para erradicar la propiedad e incluso a la familia.
Un cambio que como con Stalin, Mao Zedong, y el gordito Kim de Corea del Norte lo entronice como a un dios, donde la gente le bese la mano como se ve en los videos y él ni se inmute. Al fin sabe que nadie en México consultará la historia.
Por eso es necesario saber de Historia y no de la oficial, porque si la gente leyera de la verdadera historia de este siglo y el pasado, cuando menos, sabría que igual que Obrador han existido otros tiranos, solo por mencionar algunos que se pueden encontrar en Internet: Pol Pot del Khmer Rouge, Enver Hoxha de Albania, Muammar El Kaddafi de Libia y Ortega de Nicaragua, sin mencionar a Maduro y a los Castro, en todos esos lugares la gente huye o ha huído y nadie quiere entrar.
¿Porqué esas personas han querido escapar de esos paraísos?
Porque hay de cambio a cambio. El cambio de régimen de Ricardo Anaya es un cambio muy distinto, es uno que excluye a la tiranía, la violencia y a la desunión.
El cambio de régimen es eso, no un cambio de sistema. El cambio de régimen es para limitar al presidencialismo y para comprometer al Congreso en la transformación de leyes e instituciones. Nada de violencia, nada de darles poder a los delincuentes.
Por eso no deben ser engañados los que quieren un cambio, porque una cosa es cambiarle a la casa el sistema eléctrico, el hidráulico, ampliar los espacios y hacer mejoras y otra cosa es incendiar la casa.