Javier Peñalosa Castro
A poco más de tres semanas del fin del proceso que tiene lugar para elegir Presidente de la República, 500 diputados federales, 128 senadores, nueve gobernadores (incluido el jefe de gobierno de la Ciudad de México), un sinnúmnero de diputados locales, presidentes municipales y cientos de cargos de elección locales, las campañas negras entraron en su apogeo.
Especialmente en lo que se refiere a las campañas presidenciales, durante todo el día se difunden mensajes que buscan desacreditar a quien puntea en las encuestas, en un intento desesperado por remontar una distancia que resulta ya insalvable.
Lo mismo a través de redes sociales que por vía telefónica, se bombardea a los ciudadanos con todo tipo de reflexiones chabacanas, odiosas comparaciones e infundios de toda suerte, con la ilusión de lograr que cambien el sentido de su voto los millones de mexicanos que ya tomaron la decisión y están listos para pronunciarse por un cambio el próximo primero de julio.
En la lucha abierta, los contrincantes de Andrés Manuel López Obrador siguen insistiendo en acusaciones contra el puntero que han sido desmentidas una y otra vez; como aquella de que su propuesta de amnistía planteada como parte de la solución al problema de la violencia, le es restregada por sus detractores —en especial por Ricky Riquín—, quienes, en el colmo del simplismo y la mala leche, plantean que se busca liberar a asesinos y secuestradores. Entre tanto, José Antonio Meade repite hasta la náusea que Napoleón Gómez Urrutia es un ladrón y que Nestora Salgado una secuestradora.
Ante la calumnia y el uso de recursos evidentemente irregulares, el Instituto Nacional Electoral opta por lo que mejor le sale: Finge demencia y afirma que no este tipo de actividades no están explícitamente prohibidas en la legislación que rige la materia.
Estos esfuerzos desesperados van acompañados de mensajes, lo mismo iracundos que pretendidamente filosóficos y motivadores de la reflexión mediante textos y grabaciones de audio y video que se distribuyen por Whatsapp, y a través de los cuales hacen su “luchita” los exégetas del neoliberalato, muchos de los cuales —pobres— realmente creen que en otros 20 o 30 años México estará instalado en el Primer Mundo y sus habitantes —incluso ellos— disfrutarán de los pregonados beneficios del american way of life, sin advertir los visibles vicios de dicho modelo, que ha redistribuido la riqueza… pero para mal, pues ésta se concentra en unas cuantas manos (señaladamente la de los integrantes de la minoría rapaz).
Quienes en su desesperación ven en el inevitable triunfo de AMLO el próximo primero de julio, recurren incluso a tareas de convencimiento o franca conversión que rayan en la evangelización que practican los tozudos predicadores de algunas creencias religiosas a fin de sumar almas a su misión salvadora.
Infortunadamente para ellos —pero afortunadamente para la inmensa mayoría de los mexicanos—, por más que toquen de puerta en puerta para ofrecer la salvación, sus empeños dan escasos frutos, pues pocos son los que, por convicción y por el atractivo que encuentran en Supergris Meade o Ricky Riquín Canallín, habrán de sufragar por ellos en las urnas. La mayoría de quienes así lo hagan, habrán sido coaccionados, atemorizados o francamente sobornados por el neomapachismo en el ánimo de burlar la voluntad popular y la democracia que tanto dicen defender.
El panorama se complica para Meade y Anaya, pues independientemente de las trapacerías que están empeñados en cometer para tratar de arrebatar a la mala —una vez más— la presidencia al tabasqueño, la pugna entre ellos ha vuelto a escalar de nueva cuenta, luego de que se “filtrara” un video que confirma los dudosos manejos del expresidente del PAN con la familia Barreiro, que ha inyectado dinero proveniente de triangulaciones y lavado de recursos a la campaña del queretano.
Por cierto, no se puede uno explicar cómo los genios de la campaña del abanderado de lo que queda del PAN, lo que queda del PRD chuchístico y la franquicia que tan atinadamente administra Dante Delgado, pasaron por alto el máximo ejemplo de lo que no se debe hacer (el debate presidencial de 1960 entre Richard Nixon y John F. Kennedy, que perdió el primero, en buena medida porque apareció sin maquillar, con la barba crecida y agripado) y elaboraron un video en el que Anaya, desaliñado, con el pelo sucio y sin rasurar, sostiene que AMLO y Peña Nieto ya pactaron. Habrá que ver si esta nueva estratagema le permite rebañar algún puntito en las preferencias electorales, aunque definitivamente no será suficiente para acercarse siquiera al Peje.
Cada vez que el imberbe aspirante presidencial ha recurrido a la postverdad y las fake news (mentiras e infundios, en español), la treta le ha salido mal y ha costado valiosos puntos a sus famélicas estadísticas de intención de voto. Sin embargo, al igual que los integrantes de la minoría rapaz que acapara la explotación de recursos naturales y las concesiones gubernamentales, siente que López Obrador se aleja cada día más de su alcance y, ya sea por el despecho que ello le provoca o porque quiere jugarse el todo por el todo frente al régimen en turno, ha elevado el tono de sus pronunciamientos y asegura a quien lo quiera oír que (en el remoto caso de llegar a la Presidencia) encarcelará a Peña Nieto.