Luis Alberto García / Moscú
*Krushchev, Gromyko y Mikoyan, casi en el infarto por el empate.
*Igualada histórica ante la “Sbornaya”, una selección demasiado confiada.
*Coll hizo el primer gol olímpico en Campeonatos del Mundo.
*Los colombianos celebraron como si fuese un triunfo.
Atentos a lo que ocurría al otro lado del mundo, a miles del kilómetros de Moscú, en las costas sudamericanas del Océano Pacífico y en una ciudad llamada Arica, al norte salitroso de Chile donde se llevaba a cabo el VII Campeonato Mundial de Futbol, los integrantes de la troika rusa que entonces detentaba el poder desde el Kremlin, no podían creer lo que había ocurrido.
En un enorme salón se había instalado un vetusto aparato de radio de onda corta para escuchar un encuentro que todos, o casi todos los habitantes de la Unión Soviética esperaban, entre ellos el primer ministro Nikita Kruschev y sus dos hombres de mayor confianza, Andrei Gromyko y Anastas Mikoyan.
El sábado 3 de junio de 1962, ellos y la nomenklatura, la élite política de la nación, compartieron la susto más grande jamás intuido, ante un resultado en los octavos de final de ese torneo, cuando oían que Colombia se empezaba a sacudir una ventaja de tres goles, igualando el marcador (4-4) y estar a un tris de vencer a la representación de la Unión Soviética, con diez mil testigos en las tribunas.
El árbitro del juego, el brasileño Joao Etzel Filho, que ejercía de agente de tránsito en sus ratos libres, se encargaba de poner en orden entre los rojos que, con faltas alevosas, caían en la desesperación, no obstante que habían llegado al torneo como candidatos a ganarlo, además de que tenían tomada la medida a los equipos latinoamericanos.
Habían derrotado a Uruguay dos veces: 2-1 en Montevideo y 5-0 en Moscú, y lo más lógico era que los aparentemente débiles colombianos cayeran también, sumándose a la lista de víctimas de los soviéticos, en la que ya estaba anotada Yugoslavia, vencedora en la final olímpica de Roma en 1960.
Adolfo Pedernera, antigua gloria del futbol argentino, entrenador de Colombia, hizo jugar aquel sábado a Efraín “Caimán” Sánchez, González, Alzate y Echeverría; Díaz López y Serrano; Coll, Aceros, Klinger, Rada y Delio “Maravilla” Gamboa, cuadro colocado en el Grupo 1 con Uruguay, Yugoslavia y la Unión Soviética.
Gavril Katchalin, quien hizo fama como entrenador del Dínamo de Moscú, alineó a un equipo terrorífico, candidato al cetro mundial: Yashin, Tchokeli, Maslenkin y Ostrovsky; Voronin y Netto; Tchislenko, Ponedelnik, Kanevsky, Meshki y Valentín Ivanov.
Parecía que todos los pronósticos se cumplirían, pues antes del minuto 15 los soviéticos ametrallaron al “Caimán” y le dedicaron tres goles: dos de Kanevsky y uno de Ivanov; pero antes de concluir el primer tiempo, Aceros tiró de lejos e hizo el primero de Colombia.
Pedernera reprendió a los suyos, rearmó sus filas y ordenó proyectar ofensivas inteligentes, a base de pases cortos, habilidad, ubicación y dominio de la media cancha por cuenta de Díaz López y Serrano; sin embargo, los europeos ampliaron el marcador (4-1) por medio de Ponedelnik, obligando a los rivales de amarillo a replegarse.
Pero éstos despertaron, tocaron zafarrancho de combate y Marcos Coll consiguió un tiro de esquina ejecutado por él mismo desde la derecha: Lev Yashín, la célebre “araña negra” de Moscú, tendíó su red inútilmente, perforada sin que ningún delantero colombiano o alguno de sus tres defensas tocara el balón.
Ha sido el primero y único “gol olímpico” anotado y registrado oficialmente en los 88 años de existencia de las Copas del Mundo, y así (4-2), los morenos de Pedernera acortaron la diferencia con uno más de Rada para el 4-3, seguido del último gol de la jornada, obra de Klinger a los 86 minutos corridos.
Guarino Caicedo Cáceres -colega corresponsal del Diario/la Prensa de Nueva York en Colombia-, recordó muchos años después ese encontronazo deportivo, calificándolo de “épico”, al destrozar los momios de los apostadores en una tarde amarga para los aficionados y los jerarcas políticos de la Unión Soviética.
Al finalizar el juego, el silbatazo de Etzel Filho, el agente de tránsito con licencia, debió parecer un instrumento de música celestial para los colombianos, desatándose un entusiasmo que viajó desde Arica hasta Bogotá, rememora Guarino Caicedo, seguidor de los Millonarios, conocidos también como el “Ballet Azul”.
“Fue la mayor manifestación callejera en mi país –añade- desde la caída del dictador Gustavo Rojas Pinilla en 1953 o como durante el ´bogotazo` de 1948, cuando el pueblo salió a protestar por el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, gran líder político liberal”.
La fiesta fue similar en Barranquilla, Cali y Medellín y, como la nomenklatura de Moscú, el presidente del país, Alberto Lleras Camargo, también escuchó el partido por la radio, con el inmediato y consabido telegrama de felicitación a los ´héroes de Arica´, mientras Gavril Katchalin renegaba sobre el pésimo segundo tiempo desempeñado por sus discípulos.
Caicedo Cáceres tenía catorce años en 1962, y en su memoria guarda algo que dice haber leído el la sección deportiva del diario “El Espectador”: “Adolfo Pedernera alegaba que era un resultado injusto, que Colombia merecía ganar porque había demasiados espacios en la defensa rival, que lo llevó a ordenar un mayor movimiento por ambos extremos”.
Para el amigo de Buenaventura, puerto colombiano del Pacífico, cuna de numerosos futbolistas, entre ellos la “Maravilla” Gamboa y el “Caimán” Sánchez, sus compatriotas hicieron en Chile un futbol clásico, bien pensado, como el de Adolfo “Tren” Valencia y el “Pibe” Carlos Valderrama en Estados Unidos 94, y James Rodríguez en Brasil 2014, en donde, como en Arica, Colombia jugó al futbol en serio.
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