Luis Alberto García / Ekaterinburgo
*Sede mundialista, fue escenario de un magnicidio político en 1918.
*Nicolás II, su familia y hasta el perro, fusilados en el sótano de la casa Ipátiev.
* Urbe fundada por Pedro el Grande, hoy es centro deportivo y cultural.
*México vs. Suecia, el 27 de junio, último juego eliminatorio en el Grupo F.
Esta ciudad de levanta entre un conjunto de colinas, en un declive oriental de los montes Urales, y es en su actual casco histórico, donde un comerciante rico, Iván Nikolaievich Ipátiev, mandó construir una mansión de dos pisos que, la noche del 16 de julio de 1918, cobraría fama siniestra por lo ocurrió en sus sótanos.
Sede del Grupo F de la Copa FIFA / Rusia 2018 -en donde se jugarán cuatro encuentros eliminatorios en un estadio para 35 mil espectadores construido en 1953, remodelado para este evento futbolístico-, la urbe de la siderurgia ahora es una fiesta, en espera del silbatazo inicial para el partido del 15 de junio, entre Egipto y Uruguay.
El episodio trágico de hace un siglo ha tratado de ser borrado de la memoria de esa población fundada por Pedro el Grande en 1723, bautizada así en honor de su esposa Catalina (Ekaterina en ruso), situada en el borde fronterizo entre Europa y Asia, con una oferta deportiva y cultural que la ha llevado a ser la tercera en importancia y dimensiones en Rusia, atrás de Moscú y San Petersburgo.
Cafés, restaurantes, edificios gubernamentales y en especial una calle de trazo arquitectónico conservador, se contemplan desde una esquina en la todavía existe la mansión de Ipátiev, museo hasta la década de 1950 por órdenes de Iósif Stalin, quien se hacía llamar el Padrecito de todas las Rusias, luego convertida en bodega de archivos locales.
Después de la abdicación de Nicolás II como último zar de la dinastía Románov fundada en 1613, el triunfo de la Revolución el 25 de octubre de 1917, su detención y la de su esposa Alejandra Fiodorovna, su hijo Alexei y sus hijas Olga, Tatiana, María y Anastasia, la familia imperial fue trasladada a Tobolsk, puerta de entrada y sin salida de Sibir, la temida Siberia de exilios y muerte.
Trasladados en ferrocarril a Ekaterinburgo y alojados en la casona desde el 30 de abril de 1918, ellos, su médico personal, Evgueni Botkin, cinco de sus sirvientes y el perro “Jimmy”, fueron llevados a la media noche del 16 de julio a la parte baja de la casa por órdenes de Iakov Iurovski, relojero de oficio, quien en nombre del Soviet de los Urales ya sabía lo que tenía que hacer.
El pelotón ejecutor compuesto por diez hombres, disparó fusiles y revólveres sobre el grupo inerme, rematando a bayonetazos y cuchilladas a los sobrevivientes, en una escena narrada magistralmente por Robert K. Massie, autor del clásico “Nicolás y Alejandra” (J. Vergara Editores, Buenos Aires, 1983).
“El cuarto -escribe Massie-, lleno de humo y olor a pólvora, quedó pronto en silencio, callado como todo el barrio comercial de Ekaterinburgo en el que se ubicaba la casa de Iván Nikolaievich Ipátiev. Adentro aún hubo leves gemidos. Alexis, en brazos del zar, movió débilmente la mano para agarrar la casaca ensangrentada de su padre.
“Iurovski se adelantó e hizo dos disparos en la cabeza del niño. Anastasia, desmayada, recobró la conciencia y gritó. Nueve hombres se lanzaron sobre ella para rematarla a bayonetazos y culatazos. También quedó quieta. Era el fin de los Románov”.
Los cuerpos de los siete integrantes de la familia y de sus acompañantes fueron llevados a las afueras de la ciudad, incinerados y enterrados en un sitio donde, a poca distancia de la mansión mortal, en Koptiaki, población cercana la estación del Tren Transiberiano –que cruza el país de Oriente a Occidente a lo largo de nueve mil 200 kilómetros- y el modernísimo aeropuerto de Ekaterinburgo, ventana europea con vista a la Rusia asiática.
Así culminó aquel episodio, consignado en un documento, en el cual el Comité Central Ejecutivo de los Consejos de Diputados de Obreros, Campesinos, Guardias Rojos y Cosacos, en la persona de su presidente “aprueba la acción del Presídium del Consejo de los Urales”.
El acta aprobatoria del crimen múltiple -le llamaron “ajusticiamiento”- fue firmado por Iakov Sverdlov -fallecido seis años después, mano derecha de Nicolás Ulianov, Lenin- cuyo apellido sirvió para rebautizar Ekaterimburgo como Sverlovsk, y retomar su nombre original en 1992.
Está a mil 750 kilómetros al sureste de Moscú, con un millón y medio de habitantes, parques botánicos, el jardín Kharitinov –antigua mansión de la familia Rastorguev-, museos de historia y bellas artes, festivales callejeros y restaurantes en los cuales es posible deleitarse con licor de nalifka, tan antiguo y tradicional en el Sur de Rusia.
Ese licor y el mors, ambos preparados con cerezas, arándanos y fresas, con el aroma añejo de la rusa zarista, serán para brindar por la victoria de quienes avancen en los partidos iniciales de la Copa / FIFA de 2018, con Alemania, Brasil y España como favoritos de propios y ajenos.
Según los conocedores del sistema de competencia, no hay duda para marcar como favoritos a ese trío, sin descartar sorpresas y la aparición de algún nuevo astro en el firmamento futbolístico mundial.
En la Ekaterimburgo Arena verán acción los seleccionados de Egipto y Uruguay, Francia y Perú, Japón y Senegal, y Suecia y México -el 27 de junio-, en un duelo de vida o muerte, siempre y cuando los futbolistas de Juan Carlos Osorio logren jugar con decisión, primero ante Alemania, el renovado monarca del mundo, para acceder a un escalón con el que muchos mexicanos siguen soñando desde 1930.
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