CUENTO
Hacía un clima perfecto la mañana en que Humprey puso los pies fuera de su casa. Iba vestido como siempre; con sus Wrangler´s color azul, camisa de a cuadros y botas de tacón medio. Todo el conjunto de un vaquero de Texas. Su cabeza llevaba el toque final: un sombrero Stetson de color negro. Todo este look le sentaba de maravilla. Cualquiera que lo viera habría jurado que era de Texas, sin embargo no era así. Había nacido en California.
Luego de cerrar con llave la puerta principal de su pequeña cabaña, bajó las escaleras y se acercó a su camioneta para cerciorarse de que no estaba olvidando nada. Y a pesar de que esta vez no se dirigía al bosque para cazar ciervos y aves, de todas maneras le era imprescindible llevar consigo su arma habitual. “Uno nunca sabe”, pensaba él siempre. “Cuando menos te lo esperas, puede ser que te encuentres a un oso, o lo que es peor todavía, puede ser que él te encuentre a ti, completamente desprevenido…”
La vida lo había tratado muy bien, pero, al mismo tiempo, también muy mal. Por un lado había logrado conseguir más de lo que se había imaginado. Desde que era un niño, supo que cuando tuviese la edad suficiente se pondría a trabajar muy duro, tan solo para reunir suficiente dinero como para después poder retirarse sin ningún problema. Por lo tanto, apenas cumplir los dieciocho años, agarró algunas de sus pertenencias y se escapó de su casa, no sin antes haberles dejado una nota a sus padres, donde les decía que no se preocuparan por él, que iba a estar muy bien…
Humprey había estado deambulando por las calles de San Francisco, sin una idea clara en su cabeza. Días después de pasárselo buscando en el mercado del muelle, finalmente una persona le sugirió preguntar a los pescadores. Entonces fue y empezó a preguntarle a todos y a cada uno de ellos. Pero nadie quería darle empleo. Todos le decían lo mismo; que estaba muy joven para desempeñar tal labor. Pero él no se dio por vencido. Siguió y siguió preguntado…, hasta que finalmente alguien pareció aceptarlo.
Aunque en un principio el dueño de la embarcación también había tratado de disuadirlo, explicándole los peligros a los que siempre se exponían él y sus demás compañeros cuando estaban en alta mar, Humprey insistió e insistió en que todo aquello ya lo sabía, y que por lo tanto no le daba miedo en lo absoluto. Y todo este argumento fue lo que bastó para que el señor terminase aceptándolo en su tripulación. El barco se llamaba “SIXTEEN BLUE SEAS”.
Seis eran los meses que Humprey sí trabajaba, y seis los que no. Cada vez que regresaba a San Francisco, enseguida corría lleno de alegría a la tienda de juguetes para comprar algunos y después mandárselos a sus dos hermanitos. A sus papás también les mandaba algo de dinero para que ellos se comprasen lo que más le gustase… Humprey se sentía muy contento por sus logros. Su empleo como pescador iba viento en popa. En menos de los dos años que ya llevaba trabajando para el SIXTEEN BLUE SEAS, ya casi era un experto. Manejaba con mucha destreza las redes y cajas que servían para pescar las langostas. Su patrón todo el tiempo se sentía muy orgulloso de su desempeño. Humprey nunca parecía cansarse. Y solamente bastó un poco más de tiempo para el dueño de la embarcación terminase por tomarle mucho aprecio…
Una vez, cuando la pesca ya se había terminado y el barco regresaba a San Francisco, el dueño salió de su camarote para tomar el aire fresco de la noche. Caminaba por los pasillos cuando entonces miró que Humprey contemplaba las estrellas. Entonces se le aceró y le dijo “¿Ves esa que brilla ahí? Pues debajo de ella está Alaska”. “¡Alaska!”, repitió Humprey. “¡Allí es donde quiero irme a vivir algún día!”
Ambos permanecieron de pie. Luego empezaron a platicarse un poco de sus vidas. Humprey le contó a su jefe los detalles de su sueño a futuro. “Eres muy trabajador”, le había dicho éste. “Al paso que vas, estoy seguro que lo lograrás…” Humprey nuevamente le agradeció por haberle dado una oportunidad en su embarcación, y también por sus palabras. Los dos siguieron platicando…, hasta que al muchacho se le ocurrió preguntar el porqué del nombre del barco.
“¡Ah!, ¿eso?”, preguntó el hombre. Y de repente, su rostro de rasgos ásperos curtidos por el sol pareció suavizarse. Humprey, al notarlo, enseguida se sintió muy incómodo por haberle preguntado. El hombre parecía haberse vuelto muy frágil. “Perdón”, dijo el muchacho. “Creo que he sido muy atrevido…” “Descuida, muchacho”, lo tranquilizó éste. Por primera vez en todo este tiempo, ni Humprey pareció ser su empleado, ni él su jefe. Humprey no podía entenderlo, que los lazos humanos son la cosa más rara que puedan existir.
Y ahora aquí estaba él, experimentando precisamente este lazo extraño entre el dueño de la embarcación y él: la unión de dos personas por un algo indescriptible. Humprey también le había tomado mucho cariño al señor que ahora estaba parado junto a él. A veces disfrutaba mucho verlo como a un segundo padre. Y cada vez que esto sucedía, sentía que su corazón se le llenaba de una dicha inmensa.
-¿Nunca se lo has preguntado a nadie más? –quiso saber el señor, mirando de reojo Humprey. Desde luego que se refería a los demás muchachos.
-No. La verdad es que no se me había ocurrido –replicó un tanto cohibido el muchacho-, sino que hasta ahora.
-Bueno, pues entonces te lo contaré –expresó el señor-. Pero antes. ¿Por qué mejor no nos sentamos? –Cerca de donde estaban había un cofre de metal, que servía para guardar cosas como garfios y demás. Los dos entonces vinieron para acá. Después de ya estar sentados, el señor miró otra vez al muchacho para decirle:
-¿Sabes? No acostumbro contarle esto a cualquiera. Pero tú eres distinto. Me recuerdas a mí mismo cuando tenía tu edad. –Humprey, al escucharlo, enseguida se sintió muy alagado. El señor estaba a punto de revelarle algo que al parecer era muy especial para él. Luego de escrutar al joven con la mirada por unos segundos más, finalmente empezó a relatar: -Hasta donde puedo recordar, llevo toda mi vida dedicado a la pesca de la langosta. Así como tú, cuando yo tenía tu edad, solamente quería trabajar en algo que me permitiese ganar mucho dinero para después poder ir y disfrutarlo con mi familia. Al casarme, con la mujer de mi vida, ella me pidió que si la amaba que por favor abandonase este empleo y que me buscase otro. Ella había leído alguna vez en una revista un artículo que hablaba de todo en lo que consistía nuestro trabajo. Así que, el mayor temor de ella es que yo pudiese morir, golpeado por alguna de las jaulas, o mutilado por uno de los muchos garfios. Para ese entonces yo tenía 25 años, y ella 22. Entonces fui y la abracé. “Amor”, empecé a explicarle. “Esto es todo lo que sé hacer…” Y era la verdad. Ella no dijo nada, sino que solamente empezó a llorar… Pasó el tiempo y ella quedó embarazada. Meses después nacía nuestra única hija, a la cual pusimos el nombre de Celine, en honor a la cantante favorita de su madre. Fuimos muy felices; ¡lo éramos! Hasta que un día, cuando nuestra hija tenía catorce años, enfermó… Después de que los médicos le hicieron varios estudios, finalmente descubrieron que tenía leucemia. Y ya sabes el final. –Humprey se sintió un poco incómodo ante tal revelación. Él ni de asomo habría adivinado tal pasado en la vida de su ahora jefe. El señor se mostraba ahora muy frágil y humano. Humprey no había estado equivocado en sus observaciones; siempre que miraba a su jefe, sentía que éste ocultaba algo. Y de repente, el único ruido que se escuchaba era el que hacía el barco al romper contra el agua. “Bonita noche, ¿no?”, añadió el señor, al darse cuenta de que el joven no sabía qué decirle. “Sí…, justamente eso mismo iba a decir”, respondió Humprey, un tanto aliviado por la carga a la que su pregunta original había conducido a su interlocutor.
-¿Qué… ¿Qué pasó después? –Se atrevió a preguntar por fin-. ¿Se curó? –El señor le sonrió de manera muy amable, mientras movía su cabeza de un lado al otro. Luego siguió contando:
-Dos largos años fueron los que ella se la pasó luchando contra el monstruo que la aquejaba, hasta que un día finalmente vino a perder la batalla. Todo parecía ser una ironía en su vida. Tanto tiempo era lo que había esperado para cumplir los dieciséis, que al final, no pudo ver esa fecha. Había muerto justamente a los dos meses antes de cumplirlos. Cada año de su vida que la tuvimos con nosotros, para su madre y yo, fue todo un mar de dicha y felicidad. ¡La amábamos tanto! –Humprey lo miró apartarse unas lágrimas con sus dedos-. Así que, desde ese día, supe que debía venir y bautizar este barco con los años que ella nunca alcanzó a ver…
De regreso al presente, Humprey pisó el acelerador. Se sentía un poco preocupado porque iba un poco atrasado. Y si hay algo que él detestaba, precisamente era el hecho de llegar tarde a una cita. Pero con él con había ningún problema; él ni siquiera hablaba. Así que no había motivo para seguir estando preocupado. Entonces siguió conduciendo sin prisas.
Aun le faltaban unos cien kilómetros para llegar. Mientras tanto, para distraerse un poco del silencio que reinaba dentro de su camioneta, decidió encender la radio. La señal no era muy buena, pero al menos se escuchaba.
Su dedo presionaba el botón del sintonizador, en busca de una estación que tocase la música que a él le gustaba: country western. Una estación de rock pesado, y otra más de música disco, pero nada que se le pareciese a lo que él quería. Después de terminar de buscar hacia adelante, los números enseguida empezaron a retroceder, muy lentamente. Y entonces, al ir pasando de estación en estación, sus oídos captaron una melodía que apenas empezaba. Humprey en ese mismo instante supo cuál era esa canción. Era “You´ve got the touch”, ¡la canción favorita de su esposa! Entonces le subió todo el volumen al estéreo. Instantes después las bocinas gritaban: “…You´ve got the touch,you turn me on and on. You light the fire in me, that keeps growing strong. The longer I´m with you, the deeper and deeper in love I fall…” Humprey evocaba el rostro de ella. De repente a él le pareció que todo lo sucedido solamente había sido una pesadilla, o parte de alguna novela terrorífica.
“No cabe duda de que la vida está llena de contrastes”, meditó luego. Y es que, después de ya haber juntado dinero suficiente en su empleo como pescador, nunca se le cruzó por la mente la idea o plan de casarse. Esto no era para él. Pero entonces sucedió que, cuando ya tenía su negocio instalado –una librería que solamente vendía y compraba libros de medio uso- mientras lo atendía, una joven había entrado. Al verla, Humprey se le había acercado para preguntarle que si buscaba algún título en especial. Ella se encontraba de espaldas hacia él. Por lo tanto, al escuchar que alguien le hablaba, la joven enseguida se había volteado. Humprey, al mirar su rostro, inesperadamente se sintió completamente cautivado. Y esto bastó para que él terminase enamorándose de ella.
Un año después, cuando ya eran novios, Humprey le preguntó “¿Aceptas casarte conmigo?” A lo que ella respondió “Sí, ¡sí acepto!” Él tenía treinta y cinco y ella treinta y dos… Se habían casado casi enseguida y eran muy felices. Todo marchaba de maravilla en la vida del ex pescador de langostas. Su negocio había prosperado mucho. Ya casi no había espacio para colocar más libros.
Al regresar de su luna de miel, Humprey rápidamente se puso a buscar un nuevo local para abrir una segunda librería. Pero cuando solamente encontró espacios disponibles en el centro de la ciudad, lo dudó un poco, ya que esto representaba un enorme riesgo. Pero por el otro lado, también una gran oportunidad. Humprey tenía que hacerlo, arriesgarlo todo en esta nueva empresa… Tres meses después, él y su esposa inauguraban el nuevo local. Y desde el primer día la librería fue todo un éxito. Nunca se quedaba vacía. A la gente le gustaba venir mucho por el ambiente de su decoración. Cuando uno estaba adentro, al mirar los miles de títulos, solamente podía suspirar. Aquellos libros contenían diferentes tipos de historias. Si uno lo analizaba, encontraba que era muy parecido al mundo de los humanos. Cada libro era distinto, cada libro contenía diferentes sentimientos e ideas… como la mente de un ser humano.
Humprey se sentía muy orgulloso de su nuevo local. Y para consentir a sus visitantes había colocado en el mostrador principal ejemplares de primeras ediciones de varias novelas clásicas. Y de entre todos estos volúmenes, el que más le gustaba a la gente era “Ana Karenina”, del gran Leo Tolstoi. No pasaba ni un sólo día en que alguna persona se quedase absorta mirando a través del cristal la tapa del libro. Un pequeño letrero por encima del vidrio anunciaba: “No están a la venta”.
Al dueño de la librería nunca se le imaginó que estos mismos libros le traerían desgracia a su vida.
En algún lugar de San Francisco, alguien se había enterado de que esta librería poseía estos ejemplares originales. Este personaje era un coleccionista; por lo tanto deseaba tenerlo mucho para su colección. Él mismo en persona había acudido un día a la librería para pedírselo comprado a Humprey. Pero éste enseguida se había negado a venderlo. El señor, visiblemente molesto por el “no” del dueño, había abandonado el lugar, jurándose así mismo que tarde o temprano el libro pasaría a ser suyo.
Ese día, al llegar a su casa, el coleccionista enseguida llamó por teléfono a uno de sus matones. Entonces le dijo: “Quiero que vayas y le des un susto. ¿Entendido? ¡Sólo un justo! ¡Nada de sangre!
¡¿Está claro?!…” Al siguiente día, amaneció lloviendo. Así que, cuando el tipo entró, no encontró a nadie adentro, excepto que al dueño, el cual estaba ocupado acomodando libros en los pocos espacios vacíos.
-Buenos días, ¿en qué puedo ayudarle? –preguntó Humprey al visitante.
-¿Cuánto por aquel? –preguntó el tipo, sin más preámbulos. Miraba el libro sin entender por qué a su jefe le interesaba demasiado.
-Lo siento, señor –contestó Humprey-, pero ninguno de esos está en venta. –El tipo rió.
-¡Ah, ¿no?! –exclamó-. Pues veremos si ahora no cambia de parecer. –A continuación sacó de su pantalón una pistola y enseguida la apuntó hacia el dueño de la librería.
-¡Tranquilo! ¡Baje esa arma! O…
-¿O qué? –Objetó el tipo. Su mirada iba del mostrador a Humprey, y de Humprey al mostrador. ¡¿O qué?!-volvió a exclamar. Esta vez su voz había sonado más fuerte. El ruido había llegado hasta la parte de atrás. Por lo tanto, la esposa de Humprey, enseguida asentó su estambre, y se levantó para averiguar qué era lo que estaba pasando.
-Amor, ¿todo está bien? –preguntó al asomarse.
-¡Vaya! –Exclamó el tipo al verla-. El jefe no me dijo que tenías una mujer muy bella. Ah, y veo que va a ser mamá. –Al decir lo anterior, el tipo sin pensarlo apuntó a la mujer con el arma. Humprey empezó a sentir mucho miedo por ella. Así que enseguida empezó a caminar muy lento para cubrirle el cuerpo.
Pero, cuando ya solamente le faltaban unos centímetros para alcanzarla, ¡el arma se disparó! La bala le había dado en el pecho…
La mujer murió, al igual que el bebé que llevaba adentro. Meses después de sucedido todo esto, Humprey decidió vender sus dos librerías. Ya no quería saber nada de libros. El dolor lo había destruido por dentro. Ya no sabía qué hacer con su vida. De la noche a la mañana, todo lo que parecía ser perfecto se había convertido en una pesadilla…
Y ahora aquí estaba él -en Canadá-, después de muchos años, sin saber cómo o por dónde empezar de nuevo. Tampoco se le ocurría nada; más bien nada es lo que él quería. Por lo tanto, a duras penas se había puesto de pie para ir a la tienda. Esta vez había comprado comida suficiente para un mes. Después, cuando el taxi lo dejó en la puerta de su nueva casa, al acercarse para pagarle al chofer, éste le peguntó que si era nuevo por el área, ya que nunca antes lo había visto. Humprey entonces solamente respondió “ajá”.
-Ya veo –contestó el chofer, sin notar el fastidio en el rostro del hombre-. Así que no sabe.
-¿Saber qué? –preguntó Humprey con las mismas.
-Que este barrio donde usted ahora vive es un barrio gay.
-Ah, ¡no me diga! ¡¿De verdad?! – Humprey, esto último lo había preguntado con puro sarcasmo, pero el chofer no lo había notado.
-Sí –contestó el conductor, sintiéndose de repente importante por ser el portavoz de noticias como ésta-. Así que, si alguna vez quiere conocer personas, éste bar le vendrá de maravilla. –Humprey tomó la tarjeta que le extendían, luego se lo guardó en la bolsa de su camisa.
-Gracias por traerme, y gracias por el aviso. Buenas noches –dijo como despedida…
Segundos después, cuando entró a su casa, se dejó caer sobre el sofá. Se sentía muy abatido. Luego extendió su brazo y tomó el control de la mesita. “Buenas noches”, dijo una voz. “Estas son las noticias de las diez…” Humprey oprimió de nuevo un botón. Sentía como si sus ojos le pesaran mucho. Después de ya haber cambiado los canales más de veinte veces, finalmente decidió dejarlo en un canal cualquiera. Pero antes ya le había quitado todo el volumen al aparato. Lo único que él quería era que algunas imágenes lo acompañasen un poco en su horrible soledad…
Pasaron los años, cinco para ser exactos. Después de todo este tiempo, la vida desdichada del hombre finalmente parecía llegar a su fin. Sus ánimos ya habían mejorado un tanto, que hasta empleo ya había encontrado. La mayoría del tiempo, para no pensar en su pasado, todo lo que él hacía era trabajar turnos extras en aquel supermercado. De día se desempeñaba como cajero, y en las noches como acomodador de mercancías en los anaqueles. Trabajaba y trabajaba con la única esperanza de poder algún día recuperar el gusto por la vida, aquella misma vida que ahora le sabía a pura mierda.
“Estas son las noticias de las diez…” Era sábado, y a Humprey le había tocado su descanso en el turno de la noche. Por lo tanto aquí estaba, sintiéndose acorralado entre las cuatro paredes de su pequeña casa. Frente a él, sobre la mesita, descansaba un plato con dos enormes pedazos de pizza, y junto a éste una botella grande de refresco, aun sin destapar. Humprey, como todas las noches, en la penumbra de su sala, cambiaba los canales con mucho fastidio. Todo le daba lo mismo. Siempre había detestado a la caja idiota, pero más a los noticieros. Pero ahora, al estar lejos del lugar que siempre había considerado como su segundo hogar, solamente la luz de este aparato le recordaba que, a pesar de lo absurdo de su vida, él aún seguía respirando…
De vuelta al presente, Humprey miró el mapa en el tablero. Entonces supo que solamente le faltaban unos treinta kilómetros para llegar. Había empezado a sentir hambre, así que alargó su brazo y agarró un paquete de galletas que enseguida abrió. La radio seguía sonando. Humprey finalmente había encontrado la estación que le gustaba.
Después de muchos años de luchar contra su depresión, él finalmente había empezado a sentirse liberado. Aparte; de no ser porque aquella noche se había decidido a visitar el bar que el chofer del taxi le había sugerido, jamás habría encontrado a la persona que otra vez le devolvería un poco el sentido a su vida. Pero su visita a tal lugar no había sido nada fácil.
“¿Qué demonios estoy haciendo…?”, se había preguntado él, mientras caminaba hacia el bar. En todo el tiempo que llevaba viviendo en este lugar, esta era la primera vez que había hecho a un lado sus temores, más no sus prejuicios. “¿Qué rayos…? ¿Qué demonios…?”
Después de estar caminando más de media hora, Humprey supo que finalmente había llegado a tal lugar cuando sus ojos divisaron aquel letrero que anunciaba el nombre del bar. Y no había podido reprimir la risa al leer: Night Club…“El Arcoíris del Creador”. “Qué nombre más original”, había pensado Humprey. De manera increíble, sus prejuicios parecían haber ya desaparecido.
Pero después, cuando llegó frente al lugar, no supo qué hacer. Se sentía como una estatua; no, más bien como un idiota. ¡¿Qué rayos hacía aquí?! Ni siquiera él mismo lo sabía. “Hola, guapo”, lo saludó coquetamente un joven al pasar. Humprey enseguida sintió que la cara se le ponía roja. Jamás en toda su vida había escuchado algo así por parte de alguien de su mismo sexo. Quería moverse, ¡pero no podía! Así que no le quedó más remedio que permanecer en el mismo sitio, estático, en espera de poder reunir el suficiente valor para así arrancar a correr.
“¿Humprey, eres tú?”, preguntó una voz con tono amanerado. Al escuchar su nombre, Humprey enseguida se sintió un poco menos cohibido. Era como si de repente se haya sentido un poco menos extraño en un lugar donde no conocía a nadie. Pero al girar para decir “sí, él mismo”, enseguida se dio cuenta de que era a otra persona a quien se dirigían. Entonces bajó la cabeza para tratar de ocultar el bochorno. ¡Qué mal se sentía!
Los minutos pasaban y Humprey seguía sintiéndose estático. Era como si sus pies estuviesen clavados sobre la acera. Por más que lo deseaba, ¡no sabía cómo hacerle para solamente largarse de este lugar! Y cuando finalmente sintió que ya estaba listo para huir, de manera impensada, algo le hizo cambiar de parecer. Al mirar, no sólo a mujeres sino que también a otros hombres visiblemente mayores que él, enseguida se sintió un poquito más tranquilo. ¿Qué era lo que le había sucedido? ¿Es que acaso él nunca supo que San Francisco siempre había sido la capital del mundo gay? Ah, pobrecito Humprey. Si ahora alguien adivinaba que detrás de ese atuendo de vaquero se escondía un ex habitante del Golden Gate, seguramente que se habría reído muchísimo de él. Humrpey se comportaba ahora como un anticuado, como un bobo.
“Tan guapo que se ve”, ciertamente dirían, “pero tan cerrado de mentalidad”. “Un hombre así no vale la pena…” Pensar en todo esto fue lo que hizo que Humprey finalmente decidiese relajarse un poco. La gente seguía entrando al antro. Algunos hombres y mujeres permanecían afuera; algunos fumaban, otros platicaban, otros más reían. Humprey entonces se dio cuenta de que él era la única persona que estaba sola…
El resto de esa noche ya casi no lo recordaba. Habían pasado casi tres años desde este entonces. Ahora Humprey ya tenía cincuenta y cinco años, y su pareja más de sesenta. Después de todo, él finalmente había vuelto a ser feliz. Había encontrado en esa persona lo que tanto le hacía falta para sentirse vivo: compañía, empatía, un verdadero motivo para sentir la vida…
De regreso al presente Humprey miró otra vez el mapa. Entonces supo que ya solamente le faltaban unos dos kilómetros para llegar al lugar. Se sentía extasiado. Su vida había recuperado el rumbo. Todo parecía haber retoñado, al igual que las acículas de los pinos que habitaban toda esta parte de la gran Alaska…
Momentos después, la camioneta hacía su entrada por la senda que conducía al lago. Aquel camino tenía unos doscientos metros de longitud. El vehículo iba despacio debido a que la ruta no era lisa. La emoción del ex pescador crecía conforme veía como el lago aparecía frente a sus ojos. Un lugar hermoso, como pocos en el mundo. ¡Alaska!; el país de los bosques majestuosos. Humprey nunca terminaba de salir de su asombro…
“Siento llegar tarde”, gritó, apenas bajarse de la camioneta. “Pero es que tuve que detenerme en el camino para cargar gasolina”. A pocos metros de él se encontraba su pareja, sentado frente a la orilla del lago. “¿Puedes darte cuenta de todo lo que nos hemos perdido?”, preguntó a Humprey, mientras se ponía de pie. “Mírate ahora. Quien te viera no adivinaría que hasta hace unos tres años tenías un semblante como para espantar osos grizzlis”. Humprey le dirigió una sonrisa cálida. Aquel hombre tenía toda la razón.
-Y dime. ¿Has traído lo de siempre? –preguntó después de saludarlo. Humprey no le contestó enseguida, sino que solamente se hizo a un lado. Entonces se acercó al lago, metió sus manos y se lavó la cara. El agua estaba muy fría, pero le había sentado muy bien a su rostro renovado.
-¿Tu qué crees? –replicó, mientras alzaba la mirada para admirar la belleza de la montaña que se alzaba hasta la otra orilla. El lago parecía tener un kilómetro de largo, y su anchura un poco más. Humprey siempre soñaba con un día escalar aquella montaña, pero nunca terminaba por reunir la suficiente convicción para hacerlo.
-¿Ves la cima? –preguntó al hombre que ahora se había colocado junto a él.
-Sí, claro que la veo. ¿Por qué me lo preguntas?
-¿Por qué? –Repitió Humprey -. Porque antes de que mataran a mi bebé y a mi esposa, ¡mi vida era igualita a ella! ¡Era tan pero tan hermosa, que yo, al igual que ahora que miro toda la belleza de esta montaña, no podía creer que fuese cierta! Mi vida era la cosa más maravillosa, sí… hasta que entonces sucedió lo que te conté aquella noche en el bar. –¡Ya! ¡Olvídalo, Humprey! –dijo el hombre, casi en un susurro. Otra vez se había agachado. Humprey enseguida hizo lo contrario. Irguió su cuerpo y dijo, como si al bosque mismo le estuviese hablando:
-¡No! ¡Jamás podría! ¡Una cosa es que yo ya me haya perdonado por el pasado, y otra que siga mi vida como si nunca haya sucedido! ¿Es que acaso no lo has entendido? –Su pareja negaba con la cabeza-. Creí, ¡creí que después de conocerte, tú también harías lo mismo conmigo!, y que por lo tanto, sabrías comprenderme, aun si mi acto fuese una especie de locura… Por cierto que esta vez no necesité cargarlo en la camioneta –rió-, porque llevó guardándolo, desde las dos visitas anteriores, en algún lugar de todo este terreno. ¿Quieres verlo? –remató
Su pareja no supo qué responderle. ¿Y si lo perdía? ¿Qué es lo que sería de él? ¡Pero si ni siquiera eran amantes! Humprey nunca había sido gay, ni nada parecido. Ellos solamente eran una especie de compañeros inclasificables. Así que, ¿por qué mejor no se subía a su camioneta y regresaba a Canadá? Humprey a veces llegaba a darle mucho miedo, como ahora. ¿Acaso no era mejor abandonarlo de una vez por todas? Él sabía que si lo hacía, Humprey otra vez se derrumbaría. Aparte; él también había aprendido a amarlo, y su amor, como ya se ha dicho, nada tenía que ver con lo sexual o corporal. En el fondo ambos eran unos weirdos; Humprey debido a su pasado, y él a la muerte de su único y verdadero amor de juventud.
El hombre, al reflexionar en todo esto, por fin supo ver y entender el lazo que lo había unido al hombre que ahora se encontraba en este bosque para dejar fluir un poco su sed de venganza. Él nunca habría sentido algo parecido a lo que Humprey sentía. La muerte de su novio, por parte de algún homofóbico, había quedado siempre impune. En cambio; la muerte de la esposa de Humprey, no. Después de que los dos se conocieron en el bar, y después de muchas noches más al visitar este mismo lugar, ambos se habían ido contando partes ínternas de sus vidas… Pasaba el tiempo y Humprey seguía trabajando dos turnos, pero ahora su ánimo ya había mejorado demasiado, todo gracias al hombre con el que cada sábado venía a platicar en el bar…
Y así fue como Humprey una noche le había contado a su nuevo amigo la parte más dolorosa de su vida.
El hombre, después de terminar de escucharlo, solamente había dicho: “¿Por qué no vamos y lo buscamos…?” A Humprey no se le había ocurrido nunca. Después de quedarse callado varios minutos, su mente pareció ser el de otra persona. Sus ojos se le habían encendido. Ahora tenían un brillo inexplicable. Era como si desde su interior fluyese una luz que al no encontrar espacio por donde escapar lo hiciese por sus pupilas. “¡Esa es una grandiosa idea!”, había respondido a su amigo. “¡Gracias por decírmelo!” “¡Eso es lo que voy a hacer…!”
Ahora el hombre sentía un poco de culpa, y mucho de remordimiento. De no ser por su comentario, Humprey jamás se habría convertido en un asesino. Pero luego, para tratar de tranquilizar su conciencia, enseguida volvía a pensar que lo que él había hecho no era ningún asesinato, sino que solamente una especie de justicia. Por lo tanto, ¿por qué entonces no podía celebrarlo, tanto como Humphrey parecía estar haciéndolo ahora? “Venga, ¡arriba esos ánimos!”, se dijo así mismo. Entonces fue y se le unió a su compañero. -Veo que ya casi lo tienes todo listo -comentó a Humprey. Éste en efecto se encontraba ultimando los detalles de su macabra obra. Para que el cuerpo no se fuera hacia atrás, le había colocado un palo que iba clavado al suelo, en un hoyo que él mismo instantes antes había hecho, y que le sostenía toda la espalda. No era muy hondo, sino que sólo lo suficiente para retener el peso de un cuerpo de unos ochenta kilos. En los brazos, como si éste fuese un espantapájaros, le había amarrado otra madera para que éstos se mantuviesen abiertos. Una especie de cruz en su totalidad era lo que mantenía erguido el cuerpo muerto.
Humprey llevaba un año guardándolo en una nevera en otro apartamento que él mismo alquilaba para su macabro secreto. Y ahora, otra vez estaba aquí en este lugar para hacer lo que más le gustaba. Después de cerciorarse una vez más de que el cuerpo no se moviera, Humprey dio unos pasos hacia atrás, sacó su arma, y… le dirigió una mirada a su amigo y cómplice… Por su mente empezaron a pasar los últimos instantes que él había compartido con su esposa. La vio tejer aquel trajecito que con tantas ansias esperaba vérselo puesto al bebé. Ella había escogido un estambre de color verde. “Así, si es niño o niña, de igual forma le vendrá de maravilla”, había explicado a su joven esposo.
Humprey se quitó con la palma de su mano las lágrimas que habían asomado en sus ojos. Luego volteó a ver hacia el cielo, después hacia la montaña con sus picos coronados por la nieve perpetua…, para luego finalmente volver a mirar el cuerpo de aquel hombre que alguna vez lo había matado a él también. Entonces dijo: “Hola, maldito. ¡Otra vez nos volvemos a ver!”. Acto seguido jaló el gatillo y… se fueron escuchando ocho disparos en el bosque. ¡Ocho! Estos eran los meses que tenía su bebé cuando lo mataron junto con su madre.
El cuerpo ya estaba muy desfigurado por tantos disparos recibidos a lo largo de varios meses. Por lo tanto Humprey sabía que ya era hora para desecharlo. Prosternado sobre la tierra, ahora él lloraba a lágrima viva. Su compañero –claramente conmovido por la escena- se le acercó y se agachó para estrecharlo contra su pecho. “Llora, ¡llora todo lo que quieras!”, dijo en tono paternal. “Ya pasó, ¡ya pasó…! Déjalos ir, ¡déjalos ya!”…
Humprey sabía que esta era la última vez que venía a este bosque. En lo sucesivo, él no sabía si alguna otra vez regresaría a Alaska. Muchas cosas habían sucedido. Y tal vez la mejor de ellas era que a final había logrado hacer lo que las autoridades de San Francisco jamás quisieron: JUSTICIA. En su mente, después de todo, él sabía que siempre seguiría escuchando, hasta que la muerte viniese a buscarlo…
DISPAROS EN EL BOSQUE.
FIN.
ANTHONY SMART
Mayo/26/2018
Junio/02/2018