Javier Peñalosa Castro
A medida que el puntero se despega aún más del pelotón, la andanada final contra él se caracteriza por la desesperación de sus rivales, que creen que con acusaciones contra personas cercanas a su campaña, como las lanzadas contra Javier Jiménez Espriú y Layda Sansores, o la grabación difundida por el más desacreditado de Los Chuchos contra Ricardo Monreal, lejos de perjudicar al tabasqueño, han contribuido a fortalecerlo, y a poco más de una semana de la jornada electoral, las huestes del PRI, el PAN y el PRD parecen más empeñadas en recuperar “de lo perdido, lo que aparezca” que en buscar un improbable triunfo.
Llaman la atención los artículos publicados durante los últimos días por el periódico estadounidense The Washington Post y la revista británica The Economist, en los que se insiste en el cariz populista y supuestamente mesiánico de Andrés Manuel López Obrador, a quien de manera por demás insolting and onacceptabol (Canallín dixit) no sólo comparan al tabasqueño con el difunto Hugo Chávez y con su impresentable sucesor, Nicolás Maduro, sino con el mismísimo Donald Trump, Herodes redivivo que, no contento con sus desplantes racistas y los amagos de guerras comerciales contra sus aliados históricos, ha decidido enjaular y torturar a niños migrantes para escarmentar y alejar a quienes han dado vida a aquel país desde sus inicios. Algunos temen incluso que, en un descuido —de acuerdo con el cinismo y la cachaza que le caracterizan—, Trump podría incurrir en algún acto de pedofilia (… o de pedofagia), en caso de que los infantes presos quedaran a su alcance.
Sin embargo, hasta en los textos que se publican en estos medios en un intento desesperado por lograr un milagroso cambio de última hora en la intención del voto en México, se da casi como un hecho que, en su tercer intento por alcanzar la Presidencia, el Peje finalmente logrará su propósito, y anticipan que, de acuerdo con lo que todo parece indicar, contará también con un amplio respaldo en el Congreso que le permitirá alcanzar un grado de gobernabilidad del que han carecido los últimos cinco presidentes de México.
Asimismo, estas publicaciones señalan como una de las principales causas del éxito lopezobradorista el hartazgo de los mexicanos por los escándalos de corrupción en que se ha visto envuelto el actual gobierno, como los sobornos repartidos a diestra y siniestra por la empresa brasileña Odebrecht, que han llevado a la cárcel y provocado la caída de altos funcionarios de varios políticos encumbrados de la región, y que sólo para los mexicanos y venezolanos involucrados en el reparto de moches (entre quienes, por supuesto, mencionan al exdirector de Pemex, Emilio Lozoya) no han tenido consecuencias.
The Economist apunta que durante el sexenio peñista, México cayó 30 lugares dentro del índice de corrupción de Transparencia Internacional, donde se ubica en la posición 135, empatado con Rusia, y hacen referencia a tramas como la de la Estafa Maestra, mediante la que se “esfumaron” miles de millones de pesos a través de triangulaciones y actividades de lavado de dinero en las que, junto con altos funcionarios del gobierno participaron universidades públicas y empresas fantasma.
También reconocen que, durante su gestión como jefe de gobierno de la Ciudad de México, López Obrador trabajó de la mano con la iniciativa privada para el rescate del Centro Histórico, no endeudó a la capital y terminó con un porcentaje de aceptación del 85 por ciento.
En pocas palabras, reiteran la idea de que el gobierno del tabasqueño se perfila como una administración a la que encuentran tintes estatistas y populistas, aunque matizan los eventuales efectos negativos que, en opinión de sus detractores, el cambio de régimen que se aproxima podría tener.
Por otra parte, Los “opinadores” nacionales también anticipan que la derrota infligida a Anaya y Meade será a tal punto devastadora, que en el PRI y el PAN ya se perfilan nuevos liderazgos que buscarían, más que un rescate, la refundación de esos partidos, a partir de los pedazos que queden tras la elección, y que están conscientes de que deberán luchar por su supervivencia, en tanto que todo indica que nadie podrá hacer volver a la vida —ni como muerto viviente— al PRD, y que, más temprano que tarde, terminará de perder a sus últimos militantes, y con ellos el registro y el derecho de los impresentables y carroñeros Chuchos a las prerrogativas y el reparto de cuotas entre sus menguantes seguidores.