Luis Alberto García / Moscú
*Por razones políticas, el partido fue con un solo participante.
*El Estadio Nacional de Santiago, escenario de asesinatos y torturas.
*Los soviéticos no toleraron al régimen militar de Augusto Pinochet.
*Francisco Valdés, sin defensas ni portero, anotó un gol extraño y memorable.
El 21 de noviembre de 1973, se debió jugar en el Estado Nacional de Santiago de Chile el partido de vuelta de la repesca, para poder asistir al Campeonato Mundial de Futbol de Alemania del año siguiente.
Tres meses atrás, el coliseo deportivo fue convertido en escenario de episodios trágicos ejecutados inmediatamente después del más cruento golpe de Estado militar del siglo pasado en América Latina.
El juego debió enfrentar a los representativos de Chile y la Unión Soviética, que habían tenido un 0-0 en la confrontación de ida en Moscú, una semana después del levantamiento castrense; sin embargo, la Unión de Futbol de la Unión Soviética decidió que la “Sbornaya”, la selección nacional, no se presentara a aquel duelo futbolístico, bajo argumentos que Moscú estimó más que justificados.
“Por consideraciones morales, los deportistas soviéticos no pueden jugar en el Estadio Nacional de Santiago de Chile, salpicado con sangre de los patriotas chilenos”, decía el duro y directo documento oficial enviado a la Federación Internacional de Futbol (FIFA).
“Un pueblo sin memoria es un pueblo sin futuro”, dice como parte de esta historia una frase ubicada en el túnel 8 de ese estadio, sobre unas gradas que ocupan un espacio de madera desgastada, las cuales guardan lágrimas, dolor, angustia y muerte, para que nadie olvide que ése fue un campo de concentración de detenidos políticos opositores a la dictadura del general Augusto Pinochet Ugarte.
Cientos de presos fueron torturados y asesinados en ese sitio al Oriente de Santiago -en el barrio de Ñuñoa-, dirigido entonces por el coronel Paul Schafer, asesor alemán de los soldados chilenos, quienes derrocaron al gobierno del doctor Salvador Allende la mañana de 11 de septiembre de 1973.
La idea es que ese breve espacio, cercado respetuosamente del lado Sur del estadio, quede en la memoria sobre algo que jamás debe ni puede repetirse, lo mismo que los sótanos y vestidores, en donde, junto con obreros, profesores y líderes en general, fue asesinado el cantor, literato y poeta Víctor Jara, militante comprometido y destacado de la Unidad Popular (UP), quien respaldó al doctor Allende desde que fue electo, el 4 de noviembre de 1970.
Los dirigentes del futbol chileno decidieron que, ante la actitud asumida por sus homólogos y el gobierno soviéticos, el juego sí debía realizarse, aunque fuese solamente con la participación del cuadro local, mientras para algunos cronistas, esa fue una decisión “ridícula”, lo mismo que el partido que se llevó a cabo el 21 de noviembre del mismo año del golpe.
La pregunta que se hacían los periodistas “políticamente correctos” era cómo se había llegado a tan “grotesca” situación: el juego de ida fue el 23 de septiembre en Moscú, a pocos días del putsch de Pinochet, que los soviéticos rechazaron debido a que el dictador había sido promovido y apoyado por el gobierno del presidente de Estados Unidos, Richard M. Nixon, con el secretario de Estado, Henry Kissinger, como el personaje que movió la cuna.
Así, con una anotación de Francisco “Chamaco” Valdés, sin defensas ni arquero, en un arco vacío, la selección roja de Chile ganó el derecho de acudir a la justa alemana, en una cancha que tuvo que ser reacondicionada, regada y pintada para que quedara como nueva; pero con presos todavía en los sótanos, que tuvieron ánimos para gritar “¡gol¡”.
El día de la definición, ante la ausencia de los soviéticos, el árbitro chileno Rafael Hormazábal –sustituto del austriaco Eric Linemayr en aquella singular ocasión- dio por ganado el encuentro a favor del equipo local que, por órdenes de sus directivos, fue parte de una parodia extravagante.
Sus once integrantes salieron vestidos de rojo y azul, fueron al medio campo, y tres pases combinados entre Carlos Reinoso, Julio Crisosto y Sergio Ahumada terminaron en los pies del capitán Valdés, quien, trotando hasta el fondo del arco vacío, anotó el tanto del triunfo.
Más de quince mil asistentes deliraron y gritaron desaforados la conquista colectiva de Vallejos, Olivares, Nef, García y Quintano; Valdés, Reinoso y Figueroa; Ahumada, Caszely y Crisosto, comandados por el técnico Luis Álamos.
En un juego fantasma en el que participó ese equipo contra ninguno, en nombre de Chile, “La Roja” debutó el 14 de junio de 1974 en el Olimpia Stadion de Berlín ante la República Federal Alemana, perdiendo 1-0 con gol de Paul Breitner, empatando 1-1 con la República Democrática Alemana, y despidiéndose 0-0 ante Australia: el único gol chileno en ese Campeonato Mundial lo hizo Sergio Ahumada.
La eliminatoria ante una Unión Soviética que se ausentó voluntariamente de Alemania 74, la ganó Chile; pero en esa fase de la llamada “Guerra Fría” el único que perdió fue el futbol por las decisiones de escritorio de la FIFA, los arrebatos de dignidad, válidos o no, del Kremlin y la nomenklatura moscovita, sin que faltaran las omnipresentes presiones políticas de Washington, patrocinador del golpe de Estado perpetrado por los generales chilenos, sus amigos de uniforme.
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