Luis Alberto García / Moscú
*En 1960, ganó a Yugoslavia la final de un torneo con gran futuro.
*París fue el escenario de un futbol poderoso y con ambición.
*Subcampeona en las Eurocopas de España, Bélgica y Alemania.
*Holanda acabó con las ilusiones de la URSS en 1988.
Con un título en la Copa Europea de Naciones y dos subcampeonatos continentales en diferentes épocas, la antigua Unión Soviética mostró su poderío, ambición y carácter en un torneo que, inicialmente, no despertó interés por diferentes razones; pero que, al paso al tiempo, se convirtió en un evento que siguió en importancia a la Copa del Mundo.
Finalizado el Campeonato Mundial de Futbol de 1954 en Suiza, y hasta 1958, las selecciones europeas tenían que llenar un extenso calendario internacional, en su mayoría con encuentros amistosos, lo que hacía arbitraria y poco competitiva el tipo de clasificación entre los combinados.
“Podía darse la paradoja de que una selección débil que, al organizar encuentros amistosos que podían considerarse como fáciles, alcanzara altas cifras de partidos ganados”, explica Sergei Bazabluk, ex corresponsal para Latinoamérica del diario “Trud”, al referirse al origen de la Copa Europea de Naciones o Eurocopa, realizada por primera vez en 1960 en Francia.
Con la intención de que Europa contara con una competencia importante –refiere Bazabluk-, que llenara el vacío existente entre el cierre de una Copa Jules Rimet –así se llamó antiguamente a los torneos mundialistas- y el inicio de la fase clasificatoria del siguiente, Henry Delaunay trabajó con ese objetivo desde la Federación Francesa de Futbol y como secretario de la Unión Europea de Futbol (UEFA).
Y concluye: “Se formó una comisión que, el 27 de enero de 1957, en Colonia, República Federal Alemana (RFA), presentó a la UEFA un plan sobre la creación de una justa estrictamente europea, que incluyera a la Unión Soviética y países del Este del continente, entre éstos Yugoslavia, Bulgaria, Rumania, Hungría, Checoslovaquia, Polonia y la República Democrática Alemana (RDA)”.
Originalmente se votó por realizar encuentros en tres temporadas, idea que no fue aceptada por Delaunay, quien deseaba algo ágil, vistoso y atractivo, logrando su meta al obligar a que se modificara ese proyecto, para que finalmente únicamente se inscribieran 17 equipos, entre los 33 con los que entonces contaba la UEFA.
Fallecido Henry Delaunay, su hijo Pierre continuó la labor de promoción, insistiendo en que fuera aceptado el esquema original, hasta llegar a unos cuartos de final desarrollados en 1959 a visita recíproca, eliminándose y calificándose unos y otros, jugar semifinales y una final que tuvo lugar en el Parque de los Príncipes de París, el 10 de julio de 1960.
Eso bastó para que hubiese eco suficiente, como para que los no participantes descubriesen una nueva forma de competir y demostrar la valía del futbol en cada uno de sus países y, aunque ese día hubo un fracaso en cuanto asistencia –unos 18 mil boletos vendidos-, los dirigentes se percataron de que los encuentros continentales tendrían un luminoso futuro.
En los octavos de final estuvieron la Unión Soviética, Francia, Rumania, Austria, Yugoslavia, Portugal, Checoslovaquia y España, esta última autodescartada debido a que el generalísimo Francisco Franco, autonombrado jefe de Estado en 1939, ordenara a su equipo abandonar la competencia, cuando su país apareció como rival de la Unión Soviética.
Para llegar a esa posición, los futbolistas soviéticos acabaron a los checos y llegaron a finalistas frente a una potente Yugoslavia, eliminándola, no obstante que ésta dominó en el primer tiempo del juego; pero estrellándose con la muralla que eran Yashín y sus defensas Chokheli, Maslyonkin y Krutikov.
Con alargue por el empate final (2-2), el resto de la escuadra roja lo integraron Voilov, Netto, Metreveli, Ivanov, Bubukin, Meschi y Victor Ponedelnik, autor éste último del gol triunfal, minutos antes del término de la prórroga que, con un grupo bajo el mando del entrenador Gavril Katchalin, convirtió a la Sbornaya en la primera monarca de Europa.
En un juego digno de narrarse por separado entre la Unión Soviética y España, con éste país como sede en 1964, la Sbornaya perdió la corona en Madrid, con un gol de Marcelino Martínez, en un tiempo en que los soviéticos iban en ascenso.
Pasó una docena de años para que la Unión Soviética alcanzara otro lugar digno dentro de la Copa Europea de Naciones –al final un éxito de público e ingresos, con derechos de televisión y publicidad de por medio-, al lograr el subcampeonato de 1972 en Bélgica, con la RFA como campeona del Viejo Continente.
La opinión generalizada coincidió en que, sin más, se enfrentaban dos equipos diferentes: uno del futuro y otro del pasado, uno atractivo y ofensivo, otro aburrido y defensivo, que únicamente trataba de obtener un resultado favorable.
Considerado el mejor equipo de todos los tiempos -Maier, Beckenbauer, Hottges, Schwazenbeck, Breitner, Hoeness, Netzer, Wimmer, Heynkces, Müller y Kremer, guiados por Helmut Schöen- el de los alemanes envió a los soviéticos con un 3-0 al vestuario, escribiendo su nombre como rey número 12 de la Eurocopa cuatrienal
Un año antes de la caída del muro de Berlín, inaugurada la Copa de la UEFA de 1988 en Alemania, la Unión Soviética derrotó (2-0) a Italia, y Holanda (2-1) a los anfitriones, para alcanzar la final en un encuentro memorable que acabó 2-0 a favor de la Oranje que conducía Rinus Michaels, inventor del llamado “futbol total”.
Un extraordinario gol de Marco van Basten puso fin a la Eurocopa de 1988 –considerada la mejor hasta ahora, en donde sobresalieron ese artillero, y Rud Gullit por los holandeses-, con dos fieras inigualables en el ataque soviético -Gennadi Litovschenko y Oleg Protassov-, que se mostraron como los últimos grandes delanteros de una generación única, que en 2018 está lejísimos de repetirse.
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