MOISÉS SÁNCHEZ LIMÓN
Hace siete años, el entonces candidato de la coalición Compromiso por Puebla, integrada por el PAN, PRD, Convergencia y Nueva Alianza, Rafael Moreno Valle Rosas, cumplió su promesa pública de ser gobernador del estado de Puebla, aunque no por el partido en el que se formó y encumbró, es decir, el PRI, al que pertenecieron su padre y su abuelo, gobernador de la entidad y secretario de Salubridad en la administración del poblano-oaxaqueño Gustavo Díaz Ordaz.
Rafael había renunciado al PRI de la mano de la maestra Elba Esther Gordillo Morales y se sumó al PAN, partido del que fue senador y se trazó la ruta rumbo a la gubernatura del estado de Puebla, aunque su objetivo iba más allá del sexenio y, desde la campaña, junto con José Antonio Gali Fayad y otros políticos locales cuyas raíces también tienen el color priista, se fincó la tarea transexenal que ha devenido en un cacicazgo que se ha cimentado en la violación a las leyes básicas y el control de los poderes Judicial y Legislativo poblanos.
Desde el inicio de su administración, cuando a la par de jurar respetar a la Constitución General de la República y la del Estado Libre y Soberano de Puebla, advirtió a sus enemigos políticos que iría por ellos, como fue el caso del empresario Ricardo Henaine, a quien por la vía legaloide despojó de propiedades que éste obtuvo durante la administración de Mario Marín.
Distanciado de personajes como Fernando Manzanilla Prieto, su cuñado y secretario de Gobierno al inicio de su administración en el año 2011, Moreno Valle construyó paulatinamente los cimientos de su feudo y sometió a la oposición poblana en el Poder Legislativo local e incluso en el federal.
Sabido es que a la mayoría de los diputados federales poblanos en la LXI Legislatura del Congreso de la Unión entregaba cien mil pesos mensuales para gastos de gestión legislativa, un eufemismo para el uso discrecional de esos dineros de los que no daban ni rendían cuenta.
Y, en su entornó del primer círculo, nadie objetó que Gali Fayad fuera el candidato a la gubernatura de dos años, merced a la reforma de la Constitución poblana para emparejar a la elección de gobernador con la de Presidente de la República.
Y Moreno Valle Rosas quería ser el candidato presidencial del PAN, pero debió ceder en la negociación que implicaba continuar en la construcción de su feudo que meterse en una contienda doméstica que Ricardo Anaya le ganaría sin duda, debido a los acuerdos y amarres que hizo desde los días en que fue presidente de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados.
Rafael cedió, pero en esa negociación obtuvo la nominación plurinominal a la Cámara alta. No hizo campaña pero operó con todo en la de su esposa Martha Érika Alonso Hidalgo, quien de primera dama asumirá el cargo de gobernadora del estado de Puebla, en un clima que en nada se parece a aquellos días en los que la venganza política se operaba desde la remodelada Casa de Gobierno, para desmantelar a los partidos políticos que pudieran atravesarse en el camino de la familia real que se instalaría en el poder a todos costo.
Y es literal lo de a todo costo, porque igual que en la campaña electoral de 2010, cuatro años después de haber renunciado al PRI, Rafael Moreno Valle desplegó recursos humanos y materiales, con vastos dineros en manos de operadores en zonas como la Sierra Norte y la Mixteca para comprar votos.
Moreno Valle rindió protesta como gobernador y mintió en sus ofertas, endeudó a la entidad sin recato y, por supuesto, desmanteló al PRI, su principal enemigo político, y acercó alianzas con el PRD y Movimiento Ciudadano para impulsar a su esposa, más allá de Gali, en un sexenio en el que indudablemente aplicará los mecanismos de sustento y arraigo de un cacicazgo que no ofrece mayor y mejor futuro a los poblanos.
En la elección del 4 de julio de 2010, Moreno Valle Rosas ganó con un millón 111 mil 318 votos, contra 883 mil 285 de su principal opositor, el priista Javier López Zavala, un chiapaneco avecindado en Puebla y convertido en delfín de Mario Marín.
Siete años y medio después, su esposa Martha Érika Alonso, candidata de la coalición Por Puebla al Frente, como ganadora de la contienda electoral del pasado 1 de julio, ganó con un millón 153 mil 79 votos, al nominado por la coalición Juntos Haremos Historia, el ex perredista Miguel Barbosa Huerta, quien obtuvo un millón 31 mil 43 votos.
La diferencia es de 4.4 puntos porcentuales, pero esencialmente ese mínimo porcentaje marca la diferencia en la ruta de consolidar el poder en manos de una familia, del senador y de la ex primera dama, cuya administración no se antoja un día de campo, porque Barbosa habrá de convertirse en la piedra en el zapato. Y tiene el respaldo, dígase lo que se diga, de Andrés Manuel López Obrador.
La pareja real y los poblanos que no han visto ni palpado los cambios ofrecidos en la campaña de Rafael Moreno Valle Rosas en 2010.
Este lunes, en sesión privada, custodiado el recinto por medio millar de elementos de seguridad estatal, federal e incluso de la Gendarmería en el Instituto Electoral del Estado (IEE) se declaró la validez de los resultados de los comicios del 1 de julio. Y, por ende, el triunfo de la ex primera dama. ¿Apoyo popular? De ese tamaño es el miedo. Conste.
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