Joel Hernández Santiago
De lo que estamos hablando por estos días es del fracaso del sistema de partidos en México; de la debacle de las instituciones políticas que durante años se ocuparon de pelear por el poder político del país, que quiere decir, poder económico, autoridad, poder social y riquezas insospechadas…
¿Qué fue lo que pasó ahí? Que la gente votó por el personaje y no hizo caso al llamado de los partidos políticos, 9 registrados oficialmente, y que recibieron casi 7 mil millones de pesos para sus campañas electorales con rumbo a julio de 2018.
Y ese no hacer caso tiene que ver con el fracaso tanto de estos partidos, como de una sociedad que había permitido hasta el hartazgo que estas organizaciones políticas determinaran quién, cómo, cuándo ocuparían los cargos de elección popular, sin consultar ni siquiera a sus bases y mucho menos a la sociedad mexicana.
Poner-quitar-encimar personajes, no siempre bien averiguados, era su hecho cotidiano, no sólo en el nivel federal, también en cada uno de los estados del país en donde también hierve el agua.
Pero al final de cuentas la mayoría de los 89 millones que tenían derecho a votar este año, tomaron la rienda de su decisión y lo hicieron: un poco a manera de voluntad propia, enojo, desahogo y desquite: “Por todas las ofensas que me has hecho…”
Y así, entran en crisis profunda tanto el Partido Revolucionario Institucional (PRI) como el Partido Acción Nacional (PAN), digamos que los cabeza de lista en eso de fortaleza e historia política.
Pero también ocurrió una hecatombe en otros partidos que al momento de la elección ya eran menores, o muy menores. De los primeros era el Partido de la Revolución Democrática, que nació hace 29 años con la intención de aglutinar a la izquierda mexicana.
Digamos que en un primer momento lo consiguió. Y dio la batalla. Y consiguió triunfos memorables, no sólo en algunos de los estados del país en donde obtuvo gubernaturas, mayorías en congreso y alcaldías; también el Distrito Federal –hoy Ciudad de México- le entregó su voluntad superlativa…
Pero las ambiciones internas. Las divisiones entre grupos. Tribus de todo y para todo. Lucha por hacer predominar intereses personales como institucionales. Abandono de sus principios ideológicos, doctrina, proyecto de nación: todo quedó suspendido luego de que se acumularon golpes bajos y evidentes entre sus dirigentes…
Y ya era más que evidente que el PRD estaba en la lona mucho antes del día de las elecciones. Lo estaba en la contienda nacional, como también en los estados en los que gobernó pero en los que no pudo mantenerse en el poder, como ocurrió en el caso más evidente: Tabasco.
Al final, el 1 de julio no votaron por el PRD ni la mayoría de sus militantes. Esto es: según esto, el PRD tiene cuatro millones de afiliados. En la elección presidencial votaron por este instituto político 1 millón 307 mil, que es decir, el 2.3 por ciento de la votación total; y 2 millones 338 mil para diputados federales, el 5.3 por ciento de la votación total, con lo que conserva su registro…
Y un poco para hacer historia, en 2012 obtuvo 21.5 por ciento de la votación presidencial; seis años antes -2006- tuvo 35.31 por ciento: hoy 2.3 por ciento.
En tanto diputados: en 2012 consiguió 99 diputaciones; en 2015 ya fueron 58; esta vez sólo tendrá 21.
De tal forma que los resultados evidencian una falta de contenido en este partido; falta de interés de sus militantes que se sintieron frustrados frente a tanto pleito, tantas luchas por el poder, tanta imposición, tanta arrogancia, intolerancia y poca política de altura.
Y ahí está el resultado. ¿Se recuperará el PRD en las siguientes elecciones intermedias o presidenciales? Muy difícilmente. No tiene fuerzas para mucho.
Acaso podría recuperar algunos de los votos perdidos si el gobierno de Andrés Manuel López Obrador fracasa en su intento de cumplir todas sus promesas de campaña. Y en esto el movimiento de AMLO debe aprender del fracaso del gobierno federal que prometió y notarizó un cúmulo de compromisos y de los cuales apenas cumplió el 30 por ciento.
O bien, quizá se mantenga como partido político siempre y cuando exista una renovación absoluta de dirigencia, eliminación de grupos y tribus y personajes, que ya no están como para ponerse roñosos y exigir a los perredistas, y mucho menos a un gobierno que muchos perredistas llevaron al poder.
Lo que queda del PRD tiene la palabra.
jhsantiago@prodigy.net.mx