Francisco Gómez Maza
• Temen perder lo que no tienen
• Pero la historia no tiene retorno
El pánico de los globalistas (la contra de los nacionalistas; digamos derecha vs izquierda), hijos putativos de lo que, antes del fondo monetarismo, muchos años antes, fueron los conservadores de Maximiliano y Carlota; la ultraderecha y la derecha de la revolución mexicana; el horrible miedo de los hacendados; el pánico del priismo y el panismo; el de los miembros de clase media con aspiraciones de ricos muy ricos; el de los pequeño burgueses (los atrapados en el Palacio de Hierro); el de los sesudo izquierdistas y el de los paleros de las social media -tv, radio, prensa escrita- y de las social net Works o redes sociales, y el de los sesudo periodistas, está en la fantasiosa invención de esa enferma mente colectiva de que perderán sus “riquezas” materiales, sobre todo las mal habidas con la llegada (¿o el retorno?) de los nacionalistas encabezados por Andrés Manuel López Obrador …
Por eso son objeto de las fobias de las clases dominantes, de sus monaguillos y de los aspirantes a pisarle los zapatos a Carlos Slim, los gobiernos progresistas, nacionalistas (ha años los habría calificado de izquierda), de Luis Inicio Lula da Silva, Dilma Russeff, Cristina Fernández, Evo Morales, Rafael Correa, pero particularmente, y con mayor ahínco y odio, el desaparecido comandante de la revolución bolivariana, Hugo Chávez, y su sucesor Nicolás Maduro, al frente a un gobierno que busca construir el socialismo en América Latina y, por tanto, es objeto de la subversión atizada por el Departamento de Estado estadounidense. La Revolución Cubana ya no les causa tanto escozor porque se ha institucionalizado y ya no exporta su revolución ni a Bolivia ni a las viejas dictaduras africanas. La URSS y Alemania Democrática desaparecieron aunque Rusia es un gran dolor de cabeza para los neofascistas.
Por ello es también objetivo de su fobia el, ahora, presidente electo de México, Andrés Manuel López Obrador. (Ver la expresión permanente de odio en la facia de un tal Murayama, que cobra, y cobra muy bien, como consejero en el INE, nido de conservadores que estarían felices de ver al nuevo mandatario electo en el cementerio político. Debo confesar que, desde enero de 1966, cuando comencé mi vida de reportero, jamás había visto tanto odio en tan pocos y mezquinos corazones como ahora. Porque lo atacas. Porque lo odio. Simplemente por eso. Sin ninguna argumentación ni filosófica filosófica, ni filosófica política, ni nada.
No pudieron parar la marea del color del vino (la del nuevo partido llamado Movimiento de Regeneración Nacional), que arrasó con ellos y ahora estos conservadores, descendencia de la contra del movimiento revolucionario, no pierden oportunidad de echar afuera su bilis. Es que no lo puedo ver, es la expresión más frecuentemente escuchada en esos círculos de tiranía de la rabia sin darse cuenta de que la rabia es mortal. Es como lo tonto. No hay medicamento que la cure.
Pero los científicos sociales y políticos han comprobado, científicamente, que los cambios, esos cambios que revolucionan desde la raíz a las sociedades, cuando se dan, desde el momento en que estallan, son irreversibles. Pueden ser lentos, pueden pararse momentáneamente, pero al final se impondrán. De ello no hay ninguna duda. Y vamos a ver, en el momento crucial, cumbre de la historia, el acceso de millones de trabajadores a la vida de justicia y dignidad, que ahora le niegan los conservadores de la derecha y de la izquierda, aquellos que están furiosos porque no podrán ganar, como empleados del gobierno, arriba de ¡108 mil pesos mensuales!
Aunque, a veces me pregunto, partiendo de que el odio es el primer escalón del amor, si no, al final del día, quienes denostan terminarán amando como locos. Ah, sociedad tan llena de prejuicios. Tan embarazada de ángeles y demonios del egoísmo.
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