RELATO
Su piel era clarita; sus ojos, verdes. A leguas se notaba que pertenecía a “la raza elegida”, aquella que excluía a todos los demás que no tenían el mismo color de piel que la suya. No era muy alto, y su figura no era mejor que la de un indígena o la de un mestizo. Pero eso sí, si uno lo miraba, enseguida encontraba que le encantaba imitar la vestimenta de las personas de la raza a las que él más admiraba: los blancos anglos.
Siempre con sus bermudas y tenis, siempre con su sombrerito y sus lentes oscuros. Fácilmente se habría podido hacer pasar por uno de aquellos por lo que tanto se desvivía por “imitar”, pero su figura corta siempre terminaba delatándolo. Era demasiado chaparro como para pasar por tal. “Chusma, ¡mírenme!”, parecía decir. “Aquí estoy, y pertenezco a la clase de hombres que sí vive”.
De profesión licenciado en que sabe qué, enseguida se notaba que vivía muy bien. En su página del facebook siempre presumía las fotos de sus viajes. -¡O sea!- Con una pose muy estudiada, se le podía ver de pie frente un cuadro, adoptando o esforzándose por adoptar ese semblante de “Ah, ¡mírenme! ¡Aquí estoy! ¡Absorbiendo ARTE DEL PRIMER MUNDO!” Y vaya que si era culto, el wanna be gringo de clase media alta. Un blanquito como él, como debía de ser: de la BLANCA Mérida. No podía haber sido de otro lugar.
“¡Morirás!”, le dijo el nieto de un indígena maya al verlo. “Con toda tu piel clarita y tus disfraces de gringo; ¡morirás! Con todos tus viajecitos a museos y al extranjero; ¡morirás! Y los gusanos te comerán, tu cuerpo que en vida no tuvo mejor figura que la de todos ellos. Tus ojitos verdecitos, todos tus señas de haber sido uno de los elegidos, con todo esto igual ¡morirás! Y si no, pues de igual manera también has de terminar convertido en cenizas. Ah, pero eso sí, muy nice. La gente de tu misma raza, igual de disfrazados que tú, vendrán a tu velorio disfrazados de gala: todos de color negro, pero con trapos de marca cubriéndoles sus cuerpos. Y… ahí estarás.
Dentro de aquella caja lujosamente adornada, esperando solamente para ser metida en el horno, en donde ya no habrá distinciones de ningún tipo. Pero tú, oh, hombre riquillo y blanquito, sabrás que desde siempre fuiste “uno de los elegidos”, de la casta divina. Uno de aquellos que jamás agachó los ojos llenos de vergüenza, como mi abuelo sí siempre lo hizo… Oh, ¡malditos los de tu estirpe que se hicieron ricos a base de explotar a indios e “ignorantes” como mi abuelo, tú, ¡maldito blanquito!
Ya un día, uno de estos días cualquiera, yo sé que tú también ¡MORIRÁS! Y allá en el cielo o en el infierno ya no habrá distinciones de ningún tipo. Tú, maldito hombre blanquito, ¡morirás sin nunca haber conocido la opresión! Pero yo, estoy seguro de que una maldición enorme les caerá a todos los de tu linaje, y, entonces sí, ELLOS TAMBIEN CONOCERAN EL SUFRIMIENTO QUE MI ABUELO PADECIÓ GRACIAS A TUS ANTEPASADOS…
Alguien que espera tu final, pacientemente… EL JUSTICIERO.
Anthony Smart
Julio/20/2018