Luis Alberto García / Moscú
*Es el ideal de una falsa integración social y racial.
*Nada que ver con la Francia presente, opinan los críticos.
*En Moscú jugaron la República de Francia vs. el continente africano.
*La presidenta de Croacia, en campaña en el estadio Luzhnikí.
*El entusiasmo futbolero influye definitivamente en los votos.
Para los racistas y especímenes que odian a los seres humanos por tener diferente el color de la piel al suyo, profesar una religión distinta o expresar otras ideas políticas, África ganó la Copa FIFA / Rusia 2018, como lo ha expresado la ultraderecha francesa que manifestó su menospreció a la victoria de su selección, porque, catorce de los 23 jugadores que la integraron, eran hijos de inmigrantes.
Por supuesto que, fuera de Francia, han llovido las provocaciones.: “África ganó realmente”, dijo el gerifalte venezolano Nicolás Maduro, o “nos enfrentamos a la República de Francia y al continente africano”, vociferó Igor Stimac, ex director técnico de Croacia.
Y hubo más dichos –algunos más duros que otros, como los de aquellos que se dicen liberales políticamente correctos, quienes también cerraron filas frente al hecho de que la mayoría de los “bleus” no son rubios y de ojos azules: “No todos los jugadores parecen franceses; pero son franceses”, sentenció Barack Obama.
Por su parte, Gerard Araud, embajador de Francia en Estados Unidos, envió una carta al presentador afroamericano Trevor Noah, quien había ironizado al decir que “África ganó el Mundial”; pero el diplomático le recordó que la victoria era reflejo de la diversidad francesa aunque, como Noah respondió, quizás es más bien reflejo del colonialismo francés.
El funcionario señaló que, al contrario de la Unión Americana, Francia no se refiere a sus ciudadanos por su color, origen o religión: “El pasaporte francés disuelve todo rasgo individual”, añadió.
Sin embargo, quienes hemos residido en Francia, sabemos que eso es una ficción, al ver que los musulmanes en Francia –les llaman despectivamente “beurs”- sufren una discriminación peor que los afroamericanos en Estados Unidos, como ocurre también en Brasil, donde 25 millones de los 220 millones de sus habitantes tienen raíces africanas.
Un francés musulmán tiene cuatro veces menos posibilidades de conseguir una entrevista de trabajo que uno católico, apostólico y romano, pentecostal, mormón, evangélico, budista o libre pensador, y para tranquilizar a las buenas conciencias, ejemplifiquemos con un episodio reciente ocurrido en París.
Fue cuando el presidente Emmanuel Macron concedió la nacionalidad francesa a Mamoudou Gassama, el “Spiderman” sin papeles que salvó a un niño que trepba por la fachada de un edificio, considerado un buen gesto por parte del mandatario que agasajó a los futbolistas campeonaes del mundo.
Pero lo acontecido –escribió algún periodista- refleja el fetichismo al pasaporte, pues abajo, en la calle, Gassama era un inmigrante indocumentado de Mali, y en el balcón, un francés; pero como comentó Noah, si hubiera dejado caer al niño, Gassama hubiera vuelto a ser africano.
Como tituló el periódico español “El País” en su nota principal del 16 de junio de 2018, un día después del triunfo sobre Croacia en la final moscovita, “el Mundial lo ganó la Francia mestiza, la selección que es un bonito ideal de integración; pero no reflejo de la Francia presente”.
Por eso, los muchos Gassamas que aspiran a integrarse y tener una vida digna en Francia o en otros otros países, celebraron los goles de Kylian Mbappé, el nuevo ídolo de la afición; pero no porque llevar el simbólico gallo en el escudo, sino porque encarnaba los sueños de superación de millones de africanos, a quienes una parte de la Copa FIFA les pertenece, porque África también ganó el Mundial.
La carta de protesta del embajador de Francia a Trevor Noah puso en bandeja al cómico, en uno de esos grandes momentos televisivos por los que cualquier humorista pagaría, y le recordó que el presentador, sudafricano nacido durante el apartheid, hoy es ciudadano estadounidense, y así bromeó sobre la victoria de Francia.
Araud hizo lo que jamás debiera hacer un representante público: escribir al programa para afear la conducta del presentador, al acusarlo de racista porque, sostenía el diplomático, los africanos que nacen en Francia también son franceses; pero eso sí, parece que solamente se les está permitido ser franceses.
El humorista le dijo que una nacionalidad debe permitir llevar otra en el corazón, la de tus antepasados, más todavía cuando lo que indica ese número de africanos en el equipo francés es el origen común, todo un capítulo de la historia que lleva un nombre: colonialismo.
Es lo que tiene el futbol, que saca a relucir el nacionalismo de aquellos que creen ser nacionalistas y, puestos a celebrar ese orgullo que surge de las victorias sobre el césped, cómo no acordarse de Kolinda Grabar-Kitarovic, la atractiva y mediática rubia presidenta de Croacia, a la que aplaudía que se hubiera comportado como una auténtica madre de la patria besando a sus futbolistas y a los monarcas mundiales, árabes, blancos o africanos.
Ni siquiera escaparon a su besuqueo los presidentes Macron, Vladimir Putin y quien se le pusiera por delante, y así vimos cómo la celebraba la prensa deportiva, como una madre de familia amante del deporte, mientras en las “benditas redes” se aplaudía el ejemplo a seguir de una mujer que se había pagado con sus ahorros el viaje a Rusia y la entrada al estadio Luzhnikí.
“¡Para que aprendan!”, clamaban sus compatriotas vestidos a cuadros blancos y rojos, entre gritos, abrazos, entusiasmo desbordado, saltos, y ese saber estar en un mundo masculino sin que doña Kolinda perdiera la simpatía, la dulzura y la espontaneidad propias de su género, actitudes que fueron ampliamente reseñadas.
Lo que la audiencia desconoce es su semblanza política, que es menos favorecedora en esta aficionada feliz y de su partido nacionalista neoconservador, la Unión Democrática Croata, referida, por ejemplo, a su tendencia antiinmigración y a su iniciativa de ley -que finalmente no prosperó- de construir, como propone Donald Trump para la frontera México-Estados Unidos, vallas que impidan el paso a los migrantes.
Lo que sí logró aprobar fue la Ley de Extranjería, absolutamente restrictiva y discriminatoria para los que se atrevan a cruzar las fronteras del país balcánico, y de paso hay que denunciar que Kolinda Grabar-Kitarovich ha amenazado con encarcelar a los ciudadanos croatas que apoyen a los viajeros del Sur.
El colofón llegó con la difusión de una polémica fotografía de ella con unos desatados compatriotas que ondeaban la bandera de los Ustachas, los multiasesinos ultraderechistas croatas que, con Ante Pavelic como su guía militar e ideológico –a quien gustaba coleccionar ojos extraídos a los partisanos del mariscal “Tito” en un balde, como consigna Curzio Malaparte en su novela “La piel”- colaboraron con el nazismo durante la invasión alemana a Croacia durante la Segunda Guerra Mundial.
Sin embargo, el futbol ha regalado a Kolinda una extraordinaria campaña de cara a las elecciones de 2019, justo cuando se resentía un descenso en su popularidad, recuperada en apariencia en Rusia, al utilizar el evento mundialista para acumular prosélitos así y extender su influencia sobre la población croata.
Está comprobado que el entusiasmo futbolero sí influye en los votos que se depositan en una urna o en el juicio que se tiene sobre una persona, y hay quienes se preguntan si es más de fiar, más justa, más patriota aquella señora que, besa, abraza, salta, llora y desata sus pasiones sintiendo los colores de la bandera.
Como muchas otras de su género, la señora presidenta es una mujer que puede serlo todo: fanática de su equipo, respetuosa de su bandera y afectuosa con sus seguidores, de lo bajo a lo excelso, de justa, a racista y xenófoba, encantadora y ejecutante de una jugada política maestra que, como en Francia, dio mucho que hablar por razones políticas y, por supuesto, étnicas por encima de todo.
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