Luis Alberto García / Moscú
*Hicieron su aparición al desaparecer la Unión Soviética.
*Los grupos ingleses, modelo tomado en Europa oriental.
*”Gladiator 96” y “Yaroslavka”, del CSKA, son los más conocidos.
*Vladimir Kózlov escribió y filmó sus usos y costumbres en Rusia.
Se les conoce como “fanats” en ruso; pero también se les ha aplicado el término británico de “hooligans”, equivalente a las aguerridas “barras bravas” argentinas, a los eufemísticamente llamados “grupos de animación” o “porras” de México y a las temibles “torcidas organizadas” brasileñas; pero todas guardando similitudes por sus orígenes y objetivos.
En Rusia, los primeros grupos de este tipo aparecieron tras la extinción y caída de la Unión Soviética en 1991, cuando la figura del “hooligan” inglés, famoso en la década de 1980, sirvió como modelo, a manera de las cofradías secretas, violentas y bien estructuradas.
“Aquí no había grupos de ese tipo en la época soviética, sino hasta el inicio de los años de 1990, inspirados en los fanáticos inadaptados del futbol inglés, a quienes se quería imitar”, explica Vladimir Kózlov, autor de un libro y un documental producido por la televisión rusa sobre estos excéntricos personajes.
A ellos también se les aplica el término “firm”, que designa en argot londinense y de Liverpool a estos grupos violentos, y aparece tal cual en ruso; pero más enigmático, correspondiente a una jerarquía a la que pertenece la “Gladiator Firm 96” y la “Yaroslavka”, ambas del CSKA de Moscú, que apoyan a ese equipo capitalino y son de los clanes más conocidos.
¿Quiénes son esos “hooligans” rusos? Tienen una vida normal, común y corriente, vienen de familias de la clase media, algunas de ellas disfuncionales, en su mayoría jóvenes de entre 20 y 30 años, en mejor estado físico que los ingleses o de otras naciones europeas; pero se recuerda que algunos de ellos participaron en los enfrentamientos de 2016 en Marsella que dejaron 35 heridos por lo menos.
Los hechos ocurridos en el puerto francés del Mediterráneo -dirigidos por Alexis Yerunov, quien estuvo preso por ese motivo en Francia durante varios meses- encendieron los semáforos en amarillo y rojo para prevenir e intentar detener los desmanes que puedan suscitarse durante el desarrollo de los encuentros de la Copa FIFA / Rusia 2018.
“No bebemos y hacemos ejercicio, mientras los de otras partes sí beben y golpean a quienes tienen enfrente”, dice inocentemente Denis, estudiante de 22 años, seguidor del Spartak moscovita: “En un momento dado, nuestros caminos se han cruzado, como en Marsella y ¿qué es lo que esperan, que permanezcamos con los brazos cruzados?”, ironiza.
Vladimir, de 30 años, estima la edad de sus compañeros de peleas en un promedio parecido al suyo: “La mayoría somos deportistas que practicamos boxeo o artes marciales”, precisa este responsable de las relaciones públicas de una empresa de cómputo, casado y padre de dos niños.
Según Vladimir Kózlov, hay tal vez unos cientos o algunos miles, como máximo, sin precisar una cifra; pero los fanáticos rusos que participaron en los pleitos en Francia –extremadamente violentos, los cuales alcanzaron fama mundial por la truculencia mostrada por los noticiarios de televisión- no son forzosamente miembros de grupos organizados, aunque algunos lo parezcan.
“Así son algunos de ellos, no todos, visten camisetas idénticas, se uniforman con los colores de sus equipos y parece que practicaran karate, judo, lucha libre, hockey o futbol, el deporte en común que tanto les gusta” , estima Kózlov.
En Francia, los “Orel Butchers”, vinculados al Lokomotiv de Moscú, aparecieron en camiseta, con imágenes tomadas en Marsella y en Lille, vestidos con ropa especialmente confeccionada para la ocasión, con el lema “Tour de France” en francés, y el insulto en inglés “Fuck Euro 2016”.
¿Pegarse y por qué?, se pregunta en tono pacifista Alexander Shprygin, jefe de la Asociación de Seguidores (VOP) de la selección rusa, líder de los grupos que apoyan al Dínamo de Moscú, expulsado de Francia tras las refriegas de Marsella y asistente parlamentario de ultranacionalista y vicepresidente de la Duma (Parlamento), el diputado Igor Lebedev.
Para esas formaciones, lo importante es golpearse e ir en contra de otros grupos igualmente violentos, a quien naturalmente consideran sus enemigos. “Los enfrentamientos tuvieron lugar fuera de los estadios y pocas personas se enteraron”, explica Kózlov a manera de justificación.
En cambio, Denis ofrece otro punto de vista: “El futbol es secundario y pienso que ese deporte no es divertido ni interesante”, confiesa; pero cuando se trata de enfrentar a un grupo de fanáticos de otro país, la pelea se convierte en “cuestión de honor y en una prueba de nuestra fuerza y nuestra capacidad para organizarnos y combatir”, cuenta, asumiendo un estilo tan propio de los rusos, de enfrentar al adversario, como histórica y tradicionalmente lo han hecho.
Vladimir asegura que sus compañeros respetan un estricto código de comportamiento y solamente utilizan los puños; pero, según Kózlov, estas reglas casi nunca se respetan y, en la práctica, “utilizan todo lo que llevan o lo que encuentran para neutralizar u ofender al supuesto enemigo”.
¿Y qué harán las autoridades rusas, antes, durante y después del Campeonato Mundial de Futbol? Existe la evidencia probada de que las peleas -en los grandes estadios, incluido el Luzhnikí de Moscú- y los insultos racistas contra los jugadores de color en escasas ocasiones conllevan sanciones contra sus autores.
Sin embargo, el gobierno federal de Rusia ya promulgó y adoptó una severa ley que refuerza las sanciones contra los alborotadores que se arriesguen a transgredirla, con una pena de siete años de prisión, que también afectaría a quienes profieran insultos y ofensas verbales a los jugadores de los equipos visitantes.
Afectado el Mundial de Rusia por la mala fama de sus fanáticos, las autoridades del Kremlin declararon desde 2017 que, sin pretextos, se aplicarán medidas de control, asignando agentes especiales del Servicio Federal de Seguridad –antecesor del temible KGB creado desde la época estalinista (1924-1953)- a cada uno de los equipos de Moscú.
Con todo, los incidentes con “hooligans” rusos siguen siendo frecuentes, la policía en ocasiones voltea para otro lado, los libera y -dicen los estudiosos de ese fenómeno violento-, esa es una forma de complicidad.
Desde el día en que se supo que Rusia se preparaba para tener el Campeonato Mundial de Futbol de 2018, las autoridades se propusieron una meta, que explica John Williams, profesor de sociología de la Universidad de Leicester, experto en “hooliganismo” en el deporte.
“Consiste en ejercer una fuerte presión sobre los ‘hooligans’ antes y, si es necesario, durante las fases finales del torneo”, estima el catedrático, fanático –“pasivo”, aclara- de los Zorros de Leicester, ganador del Campeonato de Liga inglés de 2017, conducidos magistralmente por el técnico italiano Claudio Ranieri.
Hay coincidencia en que, inspirados en la violencia de los británicos, los aficionados ultrarradicales rusos irrumpieron intempestivamente con el capitalismo impulsado bajo el gobierno de Boris Yeltsin.
“Hoy suman más de cinco mil y el gobierno ruso los tolera por mero pragmatismo; pero conforme se fue aproximando la justa mundialista, se tomó la decisión de impedir su entrada a los estadios, alejándolos y controlándolos de manera violenta si fuese necesario”, opina Ronan Evain, experto francés en manejo de multitudes.
Evain revela que los violentos que actuaron de ese modo en 2016 en Marsella, recibieron el apoyo del diputado Lebedev –jefe de Alexander Shprygin y de la extrema derecha parlamentaria-, quien además es dirigente de la Unión Rusa de Futbol, autor de una exclamación proferida al ver las tomas televisivas.
“No veo nada malo en el hecho de que dos grupos se peleen, y habría que decir lo contrario: ‘Defendieron el honor del país. ¡Bravo!, ¡Continúen!’”, vociferó el legislador al alentar a los rusos contra los ingleses, cuando éstos también lanzaron insultos a la tenista María Sharapova, a quien esos desaforados consideran, como a sus equipos de futbol, intocable patrimonio nacional.
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