CUENTO
Aquel, sí que era un pobre diablo. Lo había perdido todo. La vida lo había tratado muy mal. Y desde entonces ya no pudo ser ni hacer nada en la vida. Sobrevivir o subexistir era lo único que él había hecho desde el día en que nació. Vaya que si era entonces un pobre diablo.
Y ahora, acostado como estaba, en esa hamaca vieja y hedionda, solamente miraba al tiempo pasar. De vez en cuando, también, para no aburrirse del todo, entornaba los ojos y los dirigía hacia aquel techo sucio lleno de pequeñas telarañas. Su mirada la dejaba fija sobre esa superficie, mientras escuchaba a las eses de su hamaca hacer “jirich, jirich”, al mecerse de un lado para el otro.
Bajo su hamaca se hallaba un perro, que tal vez y había tenido mejor vida que él mismo. Amarrado con una soga delgada a un rincón de aquel cuarto, el pobre perro no podía hacer nada para defenderse de las moscas que lo molestaban con sus revoloteos sobre su cabeza. El animalito ya era muy viejo. Su muerte tal vez y estaba muy próxima. Se llamaba Rex Tiller-e-xxon Trompputin.
Zángano Gusano Lombriz, que era el nombre del joven del que les hablo, solamente meditaba en su pasado, su presente y… ¿su futuro? Cada vez que su hamaca iba por el lado izquierdo, pensaba en su pasado, y cada vez que lo hacía hacia la derecha, en su presente.
El futuro le parecía muy incierto. Así que, para no desesperarse ante esto, él enseguida pensaba para sus adentros: “Oh, ¡Hamaca de los sueños rotos! ¡MIRA EN LO QUE ME HE CONVERTIDO!”. Él llevaba mucho tiempo repitiéndose estas mismas frases ¡todos los días! Hasta que una tarde sucedió que, al pensarlo con tanta fuerza y dolor, sin darse cuenta, enseguida había muerto, convirtiéndose de esta manera en un santo.
Tuvieron que pasar unos cuantos años para que la vida de aquel desgraciado joven se conociera alrededor de todo el mundo. Y al suceder esto, gentes de todas las razas y nacionalidades empezaron a venir para conocerlo. La vida que él había tenido era lo que los inspiraba y conmovía en exceso.
Toda su vida les parecía tan perfecta que luego luego decidieron rebautizarlo como: “San Ganito Gusanito Lombricito de todos los Santos”. Ahora gente de todos los rincones del mundo llegaba hasta su cuarto para besarle su hamaca vieja y hedionda, y también todo su cuerpo. En menos de lo que canta un gallo, San Ganito de todos los Santos pasó a tener más devotos que el mismo Jesucristo.
Gentes de todas las edades, formas y colores venían a rendirle devoción a San Ganito Gusanito Lombricito, pero los que más se distinguían, por ser más en cantidad, eran los jóvenes. Muchachos y muchachas desfilaban frente a su hamaca, tan sólo para poder rezarle muy de cerca para que así él pudiese escuchar muy bien sus peticiones de todo tipo: una novia, un novio; un teléfono nuevo, un coche, ser aceptado en la universidad, en la sociedad, etcétera, etcétera.
Todos los que se le acercaban le besaban los pies, la barriga, la cara, ¡y hasta las axilas! Nada de esto molestaba al ahora santo, porque ya estaba muerto. Pero aun así, su semblante irradiaba tanta vida, que si uno lo miraba, no podía hacer menos que acercársele para también estamparle un montón de besos. Pobre San Ganito; su cuerpo, pero sobre todo su rostro, siempre terminaba luciendo como el de un payaso, debido a la mucha pintura de labios. Los años fueron pasando y…
Un día sucedió que el Vaticano empezó a preocuparse. Y también hicieron lo mismo todos los pastores de todas las demás sectas y religiones. El motivo se debía a que San Ganito, para estas alturas ya era un santo multimillonario. No se sabe quién lo había efectuado, pero debajo de su hamaca había un hueco por el cual todos sus fieles devotos siempre depositaban su diezmo u ofrenda. Creían que al hacer esto San Ganito obraría con mayor prontitud sobre sus peticiones. Algunas gentes, que no tenían dinero, siempre metían por ahí algún animalito, como un cochino, una gallinita, ¡y hasta un toro!
Muchas personas contaban que aquel lugar era un pozo muy hondo, que no se llenaría ni aunque pasasen mil años. A veces sucedía que algunas de ellas competían para ver si aquello era verdad. Los campesinos traían tractores que tiraban adentro, mientras que los políticos mafiosos traían volquetes llenos con dinero. Algunos paralíticos, con fe inquebrantable, al recuperar el andar, enseguida aventaban dentro sus sillas de ruedas. Creían que todo era obra de San Ganito. Y mientras más y más ofrendas eran metidas en este lugar, San Ganito Gusanito de todos los santos seguía acostado en La Hamaca de los Sueños Rotos.
La paz y la devoción fueron las dos únicas cosas que se respiraron por un buen tiempo en aquel lugar…, hasta que un día a una persona maliciosa se le ocurrió inventar el chisme de que debajo del pozo de las ofrendas, todavía muy en el fondo, dormía un yacimiento de petróleo, esperando para ser despertado. Este chisme rápidamente se esparció por todo el mundo, y así es como vino a explotar la guerra.
El vaticano aprovechó esa ocasión para mezclarse con aquel otro grupo de malvados. A éstos últimos lo único que les importaba era extraer hasta la última gota del oro negro, que supuestamente se encontraba debajo de La Hamaca de los Sueños Rotos. Al vaticano en cambio, solamente le importaba destruir, a como diese lugar, la figura entera de San Ganito. El Papa mismo era el encargado de todo este plan malévolo.
En su discurso de televisión había anunciado: “El día dos del año 3010 estaré en Mechico para ir a visitar el cuarto donde descansa la figura sagrada de San Ganito”. “Urbi et orbi, sepan ustedes que San Ganito es el más perfecto de todos los Santos. Ustedes tal vez y no lo sepan, pero yo creo que ya es hora de canonizar a aquel ser que tan desdichada y desgraciada vida tuvo cuando respiraba…”
La gente no supo cómo reaccionar, y mucho menos qué pensar, al enterarse de todo esto. Lo que todos ellos no sabían era que la visita del Papa iba a coincidir con la de aquellos malvados destructores de naciones enteras. “Los Green grows de la Marrano América”.
“¡Qué gentil y generoso es su santidad!”, decían y exclamaban los ingenuos. “¡Viene a canonizar a San Ganito!”. “¡Qué bueno ni que nada! ¿Es que no se dan cuenta?”, exclamaban los sensatos. “Su visita a la Santa Hamaca de los sueños rotos, es sólo para obtener más atención sobre su persona…”
Toda la gente de Mechico y del mundo entero siguió muy de cerca los detalles de tal acontecimiento, que se había acordado sería el día X, es decir un día cualquiera. El Papa había cambiado de parecer, así que nadie debía de despegarse de sus teléfonos celulares, ni de sus desmadres sociales, es decir redes sociales, porque cualquier día él se aparecía frente a la Hamaca Santa, de la misma manera en que muchas imágenes de su religión lo habían hecho; como por arte de magia. “¡Vualá! Y entonces se le pareció y le dijo: Anda a comprarme una coca cola, que tengo mucha sed y calor…” “No habían coca colas en aquel tiempo, y mucho menos en aquel lugar, pero ella le dijo: Solo anda…, y en el camino hallarás una de dos litros y medio. Levántala y tráemela corriendo…”
Desde el anuncio del Papa, la gente esperó así un mes, con sus ojos fijos en sus celulares. Siempre se les podía mirar así. Cuando caminaban por las calles, ¡nunca miraban por dónde caminaban, porque entonces solamente miraban la pantalla de sus artefactos! Y así pasó el primer mes, y nada sucedió. La gente seguía esperando. Otro mes y otro más volvió a pasar, y tampoco nada. El Papa no se dignaba a hacer su aparición. Sus voceros decían que se encontraba muy ocupado resolviendo cientos de casos muy graves de “piederastía”, una enfermedad en los pies que hacía sufrir mucho a sus colegas, a quienes de manera muy chistosa se les llamaba: sa-cerdotes, curas, curitas y banditas, etcétera.
La gente siguió a la expectativa…, hasta que la espera llegó a su final. El Papa finalmente se había aparecido, pero junto con él también lo habían hecho un grupo numeroso de hombres, negros y blancos, que iban uniformados de manera ridícula y que también portaban armas muy largas, como de un metro. “¿Serán sus guardias de seguridad, o parte del ritual?, se preguntaban todos, quienes miraban la transmisión vía internet.
El Papa, situado en medio de todos ellos, no sabía cómo actuar. Desconocía lo que estos tipos hacían en este mismo sitio. Los otros, por el otro lado, solamente lo miraban, a la espera de que hiciese cualquier movimiento para así descargar sobre él las balas de sus metralletas. Dejar como coladores los cuerpos de las personas eran sus hobbie´s favoritos.
“Hermanos míos”, empezó a decir el Papa con su voz habitual y cursi. “Hermanos míos que hoy estáis aquí reunidos. ¿Podréis tener la amabilidad de decidme a que debéis su visita a este santo lugar?”. Al escudarlo, los soldados solamente se habían mirado unos a los otros, ya que ninguno de ellos entendía italiano.
“What?!”, peguntó uno de los negritos, con su acento peculiar. “Yo no understand!”, respondió uno de los blanquitos, con su voz muy ronca de macho alfa invasor de países en sub-sub desarrollo. “Could you reapeat that, please?”, pidió. “¡¿Acaso son estúpidos o qué?!”, les preguntó el Papa. “Es más que obvio”, rió. “He venido hoy aquí para destruir La Hamaca de los Sueños rotos, y a la figura que tiene encima”. “Ya les he respondido. ¡Ahora ustedes díganme para que han venido!”, les pidió.
“Nosotros hemos venido para llevarnos todo el petróleo que hay allí abajo”, tradujo Gugle el todopoderoso, que de todo sabía hacer. Después de leer el mensaje en el teléfono de unos de los soldados, el Papa enseguida se puso a escribir uno nuevo en el suyo: un teléfono bruto que solamente los pudientes como él podían poseer. Después de terminar de escribir, se los mostró a los soldados para que lo leyeran. La pantalla decía: “Bienaventurados los avaros de espíritu, porque de ellos es el reino del señor…”
Toda la gente de Mechico y del mundo entero, que los miraba por sus pantallas planas y celulares, no entendían nada de lo que veían. Mientras tanto, San Ganito de todos los santos, que seguía en la hamaca de los sueños rotos, a pesar de ser un santo, no tenía los poderes suficientes para entender lo que a su alrededor sucedía.
Unos instantes después, cuando el teléfono del Papa tradujo “Joy Dance”, por “Jodanse”, los green grows, que sí habían entendido el significado de esta palabra, enseguida apuntaron sus metralletas hacia el Papa. Las balas empezaron a perforarle todo su cuerpo. Su túnica blanca rápidamente se había teñido de rojo.
Después de cerciorarse de que estuviese completamente muerto, uno de los soldados, mandados por su presidente “Choqui D´orange”, el muñeco racista, empezó a desempacar sus cosas. Con una cuchara y un tenedor en ambas manos, se hincó en el suelo para así empezar a buscar el petróleo prometido. Al menos habían tenido la amabilidad de remover La hamaca de los sueños rotos, con todo y San Ganito encima.
Y para no sentirse invadidos, los soldados de Choqui D´orange habían tenido la grandiosa idea de colgarlo dentro de una jaula muy parecida a la que usan los humanos para encerrar a la “gente malvada” en aquel mundo tan absurdo. Creían que de esta manera San Ganito no representaría ningún peligro para sus labores de saqueo.
Todos ellos escarbaron y perforaron, durante ¡muchos años!, más nunca pudieron encontrar el tan ansiado petróleo. Pero esto no les preocupó en lo absoluto. Porque en aquel mundo loco quedaban todavía un montón de lugares, esperando para ser explotados, y también muchos países a los cuales hacerle guerra para así despojarlos de sus pertenencias. Los Green Grows de Choqui D´orange eran unos verdaderos expertos en hacer todo esto.
Pasaron los días y la gente nunca se atrevió a protestar por lo que le habían hecho a su San Ganito.
Los católicos tampoco pidieron justicia por la muerte de su Papa Natas. Los únicos que sí parecían haber estado festejando un poco fueron los pastores de las demás sectas, quienes en lo absoluto habían perdido nada.
Con San Ganito ahora encerrado dentro de la jaula, creían que perdería ya todos sus millones de adeptos. Ya nadie iba a poder acercarse a su cuerpo para besarlo, babearlo, llenarlo de pintura de labios. Ya nadie le traería ofrendas de ningún tipo. Ahora éstas nuevamente volverían directamente a manos de todos ellos. ¡Qué alivio más grande sentían!
Más lo que los pastores nunca imaginaron fue que el gusto de verse librados de San Ganito solamente les duraría muy poco tiempo, un año para ser exactos. Porque entonces, un día, a alguien se le ocurrió que, si ya no podían besar los pies, el pecho y demás partes del cuerpo de San Ganito, pues que al menos aun podían besar los barrotes de su jaula. ¡Y así lo hicieron!
Y así es como San Ganito Gusanito Lombricito de todos los santos fue por siempre y para siempre el santo más venerado y rezado de todos los tiempos. En la actualidad, niños, jóvenes y adultos, siguen viniendo a visitarlo, para mirarle, para rezarle, para verlo descansar, como al ser más perfecto de todos los seres, dentro de aquella jaula que sostiene: La Hamaca de los Sueños Rotos.
FIN.
Anthony Smart
Julio/22/2018