Joel Hernández Santiago
Treinta millones de mexicanos se salieron con la suya. Bien. El 53 por ciento de los votantes el primero de julio vieron el 8 de agosto cómo se levantaban con el triunfo del candidato de la coalición “Juntos haremos historia”, Andrés Manuel López Obrador, el político tozudo, ferviente defensor de sus ideas sociales y líder político a golpe de calcetín y de golpes de poder.
Al final ahí está, a punto de ser Presidente de México. Esto que en otros tiempos no pasaba de ser el ritual sexenal de “a ver quién sigue” hoy es el resultado de la voluntad de muchos por intentar el cambio que se dice que habrá. Ojalá. El triunfador sabe que habrá de gobernar para 127 millones de mexicanos al grito de guerra y no sólo para sus votantes, así que la responsabilidad es mucha, las exigencias serán vastas y más la expectativa de todos.
Pero mientras esto ocurre, AMLO ha comenzado su andadura casi-casi como presidente del país mexicano. Esto por supuesto en zonas en las que él va adelante, en zonas de vacío de gobierno y naturalmente tejiendo lo que habrá de ser su gobierno, el cómo y con quién. Hace tiempo comenzó el control de crisis en espacios dañados por él mismo y suma fuerzas de uno y otro lado.
Da la impresión de que su responsabilidad como presidente comenzó ya, pues la gente de a pie, en multitudes, los grupos políticos, los del poder y los del dinero acuden a él para mostrar disposición, aunque no en todos los casos fidelidad. No importa. Eso se sabe.
En su discurso ante el Tribunal Federal Electoral el 8 de agosto reiteró lo que ya había dicho la noche del 1 de julio en el Zócalo de la capital del país: que habrá de gobernar en bases al gran mandato de los mexicanos, que no será un gobierno de corrupción y atacará la impunidad, que no enviará “palomas mensajeras ni halcones amenazantes” a los otros dos poderes de la República… Y, sobre todo: “No le voy a fallar a los mexicanos”.
Por todos lados, en todo el país hay una especie de fervor por AMLO. Pero más que fervor, hay una confianza insospechada puesta en él, como redentor de todos los males que aquejan al país y cuyos daños se sumaron en grandes cantidades en el sexenio que termina este 30 de noviembre.
La gente le sigue. Lo quiere tocar. Lo quiere mirar. Si: ‘es realidad y no producto de la imaginación colectiva.’ Y corren a su lado por donde está o camina. Afuera de su oficina de transición, en la colonia Roma de la Ciudad de México hay multitudes y una larguísima fila de personas que acuden a entregar sus peticiones a una ventanilla que se habilitó para esta tarea. Son miles… La mayoría de estas personas son gente humilde que tiene puesta en él su última esperanza…
Y eso ocurre en todo el país, sobre todo en las zonas más afectadas por la división económica en la que fragmentaron al país: zonas de bajísimo desarrollo y nada de la ‘prosperidad’ que se dice todavía hoy en el discurso oficial. Toda esta gente y aun clases medias, tienen puesta la vista en su solución a futuro: López Obrador.
Y eso precisamente es el punto en el que el nuevo presidente habrá de detenerse para mirar el panorama de expectación creado por él mismo, y para ver cómo soluciona el todo y las partes.
No será fácil. Y lo será menos si quienes colaborarán con él tienen su propia agenda, sus propios intereses y no van de la mano del hombre de Tepetitán, que ciertamente es necio, caprichoso, voluntarioso, soberbio e intransigente, pero que sabrá moderarse frente a la realidad de un país que siempre quiso gobernar; un país que es muchos Méxicos; muchas individualidades, muchas y distintas formas de ser, de entenderse como mexicanos y como cultura así como muchos intereses de grupo, sanos e insanos.
El panorama que tiene enfrente es extremadamente complicado, pero no sin solución. El primer capital con el que cuenta AMLO es la voluntad colectiva. Porque pocas veces como ahora, la colectividad se vuelca hacia él con cariño y afecto: confianza, decíamos.
Su problema es él mismo: su tozudez, su intransigencia, su alto grado de improvisación y su no ver ni escuchar, como ocurrió con el caso de Napoleón Gómez Urrutia o en el caso de Manuel Bartlett o en muchos casos, lo que para muchos es el presagio de un sentido dictatorial de gobierno.
Pero todo está ahí, en la mesa del poder. Ya dispuesto. El sabrá cómo hacer que todo lo que sigue sea en beneficio de todos y en perjuicio de nadie. Él tiene que corresponder a esa confianza ya en lo colectivo como su impacto en lo individual. Son seis años los que siguen. Y unos cuantos meses para que tome posesión.
El país está en sus manos. Mayoría electoral. Mayoría en el Congreso. Mayoría en los congresos locales… Tiene en esas manos a un país muy dañado, indignado y al mismo tiempo ilusionado. Está en AMLO ser un presidente de Estado o un presidente para sí mismo y su grupo. Él lo decidirá.
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