Luis Alberto García / Moscú
*Dicen que la eliminación de Alemania fue “venganza histórica”.
*Comparaciones con la batalla de Stalingrado y el verano del 42.
* Moscú gritó a costillas de los españoles derrotados.
*Putin, Abramovich y otros millonarios consiguieron la sede mundialista.
No es extraño encontrar que la temática histórica, que además de ser potenciada por el régimen de Vladimir Putin, reelecto presidente de Rusia el 17 de marzo recién pasado, tiene un gran peso en la cultura, las tradiciones nacionales., la economía y hasta en los negocios; sin embargo, no todas las comparaciones son tan precisas.
Cuando la selección de Alemania fue derrotada por México y Corea del Sur en los cuartos de final del Grupo F –el 17 y el 27 de junio de 2018-, el gobernador de Lipetsk, Oleg Korolev, publicó un mensaje de texto refiriéndose a una “venganza histórica” por “haber desatado dos guerras mundiales”.
La frase causó revuelo; pero desapareció rápidamente y el gobernador dijo que le habían “hackeado” su cuenta y, como parte de las celebraciones en que se mezclaron política y futbol, también el escritor Eduard Limonov hizo analogías entre el partido con España del 27 de junio, con la batalla de Stalingrado en la Segunda Guerra Mundial, en la que un millón de soviéticos murieron de hambre y asesinados por los nazis en el verano de 1942.
En el instante de la victoria ese domingo por la tarde, toda la región de Moscú se transformó en un alarido, desde las unidades habitacionales hasta los trenes de interurbanos en los que regresaban de pasar el fin de semanas los moscovitas en sus dachas, las hermosas y tradicionales casas de campo en las cercanías de la ciudad.
En la noche del domingo al lunes, la fiesta en la capital rusa se multiplicó; pero ya con un sesgo más monocolor que en la semana precedente, cuando los habitantes de la ciudad, unos en coche haciendo sonar sus cláxones y otros en metro, se lanzaron masivamente al centro, donde no cabía un alfiler.
En la Plaza Roja, nacida como mercado popular junto a la muralla del Kremlin a fines del siglo XV, en la calle Nikólskaia y en la plaza de la Liubianka, donde se ubicaron el edificio, la cárcel y las salas de tortura de la NKVD durante el estalinismo (1924-1953), los rusos agitaban sus banderas blancas, azules y rojas, abrazándose con emoción.
El triunfo de Rusia frente a España fue más que significativo, pues marcó el paso a una fase eliminatoria de un torneo internacional de futbol que, no hay duda, ha humanizado a los ciudadanos rusos a los ojos de los millones de turistas y espectadores.
No falta razón, dado que el campeonato deportivo ha hecho más por la imagen del ruso común, que toda la propaganda atosigante de los medios de comunicación oficiales y no oficiales, de los comerciantes buenos, malos y peores.
El periodo transcurrido desde que comenzó el campeonato el 14 de junio entre rusos y sauditas, con una resonante victoria (5-0) de los primeros, y la caída ignominiosa de España ante Rusia el 1 de julio, resultaron un buen capital político para el gobierno del presidente Vladimir Putin y compañeros de viaje, quienes han estado con él desde principios de este siglo.
Entre ellos está alguien que hace negocios, política y deporte, Roman Abramovich, dueño del Chelsea de Londres, multimillonario, magnate petrolero, descreído de lo hecho con la Sbornaya en el pasado inmediato, sin futuro por la derrota ante Croacia, que la eliminó
Sin embargo, Abramovich ha sido leal y solidario con el balompié nacional, como se vio cuando aportó cinco millones de dólares a la Unión de Futbol de Rusia para pagar los salarios atrasados de Guus Hiddink, técnico holandés que dirigió a la selección durante algún tiempo.
Inmerso en los círculos políticos y empresariales en los tiempos del gobierno del presidente Borís Yeltsin -cuya hija, Tatiana, lo presentó en sociedad para eliminar su timidez y hacer dinero en la venta de garage en que estaba convertida la economía del país en la década de 1990-, Abramovich apoyó las negociaciones para que Rusia fuese elegida sede de la vigésima primera Copa del Mundo.
Entre paréntesis, hay que decir que el empresario, nacido en Siberia en 1966, no concluyó el bachillerato, ofició de mecánico automotriz, comerciante de juguetes, distribuidor de productos básicos y se hizo rico al controlar y adquirir Sibneft, empresa petrolera estatal, con cuyas ganancias compró al Chelsea.
“Fuera de Moscú y San Petersburgo, Londres era el centro mundial de los rusos, inundado de dinero de aquéllos que querían comprar propiedades en el exterior”, escribe Ken Bensinger, autor de “Tarjeta roja” (Editorial Planeta, México, 2018).
Ese libro-reportaje revela los entresijos del “fraude más grande en la historia del deporte”, el que la FIFA realizó a lo largo de años, con delincuentes de cuello blanco en primera fila, como casi todos los mandarines de la entidad que gobierna el futbol mundial.
Abramovich y Putin trabajaron juntos, establecieron relaciones con Joseph Blatter y su banda para que -el 2 de diciembre de 2010, en Johannesburgo, Sudáfrica-, fueran enterados oficialmente de que Rusia sería la sede mundialista ocho años después.
Bensinger, reportero investigador del periódico “Buzzfeed” de Los Ángeles, California, narra que Putin se refirió así a su amigo, el tímido Roman: “Espero que Abramovich, que está revolcándose en dinero, participe en la construcción de algún estadio”
Historia, política, futbol, negocios –pónganse en el orden que se quiera- y lo que pasó en Sochi el 7 de julio cuando Rusia fue derrotada por Croacia el 7 de julio de 2018, ya es otra historia, como lo dice una anécdota de la periodista Irina Inovela en una de sus historias publicadas en “Ecos de Moscú”.
Escribió que Igor Akinfeiev -dignísimo heredero de los méritos de Lev Yashín y Rinat Dasaev, ases en la era soviética, portero de la selección rusa y del CSKA de Moscú-, había sido una de las personas de confianza designadas por Putin en las elecciones presidenciales de 2012 y también en las de marzo de 2018 como promotor del voto.
Comprometido con los proyectos trazados por Stanislav Cherchesov al tomar al mediano equipo que le dejaron sus antecesores -expulsado por los croatas de su torneo mundialista-, Akinfeev señalaba que, “en el régimen actual, el deporte es política en estado casi puro”.
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