* Claro que AMLO puede combatir eficazmente la impunidad, la corrupción y la inseguridad, pero a lo peor ya lo intimidaron, ya le advirtieron que su vida y la de sus seres queridos va de por medio. Así son los juegos de poder
Gregorio Ortega Molina
Hace al menos siete lustros que Lorenzo Meyer destaca como analista y crítico del quehacer político. En el zenit de Carlos Salinas de Gortari se convirtió en la <<pluma de vomitar>> del presidente de la República, como lo calificó Javier Wimer.
En la entrada de la entrevista por él concedida a El Universal, publicada el cuatro de agosto último, leemos: “El historiador Lorenzo Meyer Cossío confía que en el próximo gobierno de Andrés Manuel López Obrador habrá una mayor sensibilidad y atención hacia los grandes problemas nacionales, pero advierte que el futuro presidente no podrá resolver graves flagelos para la sociedad como son la inseguridad y la corrupción” (negritas mías).
<<Espero que haya una mayor sensibilidad mayor atención Pero no va a resolver ninguno de los problemas. No puede. En la intención es donde está el meollo de su política. En que lo intente y que la sociedad mexicana entienda que lo intenta>>, afirmó para su entrevistadora.
Disiento del docto Lorenzo Meyer, es un tema de voluntades y percepciones, porque para disminuir a su mínima expresión la impunidad, la corrupción y la violencia producida por la inseguridad pública, lo único que se requiere es cambiar las reglas del juego político, si se está conciente de que globalización y libre comercio son consecuencia del proyecto económico de los mandamases de México y el mundo. Los financieros y audaces corredores de bolsa son los auténticos poderes fácticos.
¿A qué me refiero con cambiar las reglas del juego? A que deben comprender que la pacificación de México, la posibilidad de anular la impunidad para disminuir la corrupción, pasa por la reforma del Estado. Insistir en la restauración del presidencialismo como elemento de equilibrio en la toma de decisiones equivale al deseo de permanecer en más de lo mismo, porque políticamente resulta un acomodo que dejó de incomodar en cuanto el poder político se acostumbró a servir de colchón.
Debemos comprender a cabalidad que el cambio de nombres y partidos nada significa para los grupos delictivos, para los corruptores, para los financieros internacionales, porque sólo es un cambio de interlocutores, y se avienen o se avienen, pues son de gatillo fácil.
Por el contrario, si lo que cambia -además de los interlocutores- son las instituciones, y se modifica el centro de lo que queda del poder político para convertirlo en una institución combinada y compleja como puede ser el presidencialismo parlamentario, los ejes de la impunidad se diluyen, primero, se pierden después, y el Poder Judicial se transforma en lo que se buscó con su reforma de 1994-95, que devino en un apoltronamiento de jueces, magistrados y ministros debido a los altos salarios y al poco juicio.
Claro que AMLO puede combatir eficazmente la impunidad, la corrupción y la inseguridad, pero a lo peor ya lo intimidaron, ya le advirtieron que su vida y la de sus seres queridos va de por medio. Así son los juegos de poder.
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