* De desear un verdadero reordenamiento administrativo, una reorganización urbana y social para modificar los hábitos del poder, estarían proponiendo la reforma total del Estado
Gregorio Ortega Molina
¿Qué resuelve descentralizar la administración del Poder Ejecutivo Federal? Nada desde la administración pública ni mucho menos en el oficio de mandar. Es un señuelo político para distraer de lo fundamental: seguridad pública, fin de la impunidad y disminución drástica de corruptores y corruptos.
Todos los análisis bordados sobre la descentralización, la norma inscrita en el artículo 44 constitucional, los derechos de los sindicalizados y la responsabilidad de movilizar a millones de personas, o la utopía muñozlediana de sólo mover a los altos mandos es una pérdida de tiempo, sin considerar el desastre urbano, ecológico y económico que quedándose o yéndose ya parece insoluble.
¿Por qué la Sheinbaum no ha dicho esta boca es mía sobre el tema? Porque intuye que allí hay tongo retórico de un hilado político que quiso ser fino y resultó burdo.
Dejadas de lado las modalidades de la utopía de la descentralización, porque ninguna resuelve nada, centremos nuestra atención en el derrotero que sigue el oficio de mandar si de señuelos políticos como el de la movilización de la burocracia abusan. Lo primero que ocurrirá es la pérdida de confianza, y el <<engallamiento>> de distinguidas personalidades como Joel Hernández Ayala, Víctor Flores y Carlos Romero Deschamps. Para ellos la <<amenaza>> de adelgazamiento no quiere decir dejar de hincar el diente en el presupuesto federal, sino de un cambio limitado de dieta para que su robustez económica permanezca y su parcelita de poder produzca.
De desear un verdadero reordenamiento administrativo, una reorganización urbana y social para modificar los hábitos del poder, estarían proponiendo la reforma total del Estado, para con nuevas instituciones resolver la impunidad, la presencia de corruptos y corruptores y garantizar la seguridad pública en la reducción de desaparecidos, trata y violencia sin fin, porque a la delincuencia organizada se le modificarían las reglas del juego para que pierda sus espacios, y no limitarse a un cambio de administradores públicos, que sólo exige un reciclaje para que todo permanezca como es desde que decidieron descarrilar la institución presidencial, para sustituirla por los poderes fácticos.
Comprender el dilema enfrentado por AMLO y su equipo les exige, a ellos, una lectura estudiosa de Persona y democracia, donde María Zambrano nos receta: “Camina el hombre en la historia tras de sí mismo enredándose en su esperanza, ensoñándose, inventándose a veces. Cuando vive así no se puede decir que quiera nada. No se quiere propiamente, se sueña. Ciertos episodios terribles de la historia que acaba de pasar son pesadillas, pesadillas realizadas, exactamente igual que un crimen.
“Para querer hay que estar despierto, tener conciencia, usarla, pensar. Se ha hecho en la historia occidental de un modo intermitente. Y parece un tanto abismática la cuestión: ¿El despertar del todo a la razón será posible? Y si lo es ¿desaparecerá con ello el anhelar y esperar esos estratos íntimos de la vida humana, esas entrañas atormentadas sin las cuales el hombre se vaciaría de sí mismo?”
El problema equivale a escalar el Everest. El aire se enrarece, como en la cúspide del poder, los sentidos se adormecen y la temperancia se pierde para ceder a la molicie y el exabrupto.
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