Francisco Gómez Maza
• Las cifras de la desigualdad
• Y todo lo vuelven ineficiente
Peña Nieto mintió. Manipuló las cifras, incluso hasta de lo que ha años se llamaban Cuentas Nacionales. No es cierto que, al término del sexenio de la corrupción, la impunidad, la simulación y el cinismo, los mexicanos sean más ricos o menos menos pobres.
La realidad desmiente a este hombre que está convencido de que la política es un gran negocio. Los pobres andan, como zombis por estos caminos de herradura que son las calles de las ciudades y pueblos meshicas. Nomás viaje en el Metro de la Ciudad de México y se encontrará, cara a cara, con la más desesperante pobreza.
Vaya a los barrios más lujosos de la Ciudad de México y verá a los pobres – empleados, dependientes, secretarias, guardias, ujieres, entre otros – disfrazados de ricos porque sus patrones así se los exigen, aunque les paguen sueldos de hambre, salarios de miedo. Los encuentra usted, a la hora de las comidas – jóvenes mujeres y varones, de apariencia elegante -, empacando, atragantándose de comida callejera – tacos y toda suerte de fritangas – porque no tienen ni siquiera para pagar una comida en Sanborns o en Vips, o en cualquier fonda donde puedan sentarse a disfrutar de sus alimentos. Pero cuando retornan a las oficinas, muchas del hombre más rico de México, Carlos Slim Helú, tienen que hacer la pala de que son “gente de bien”.
Son la contraparte de las delicias y placeres de ser ricos. Son parte de esa legión de 60 millones de mexicanos que sólo recogen las migajas de la mesa del Rico Epulón. El mismo rector Enrique Graue Viechers lo reclamó, este miércoles en el auditorio “Maestro Jesús Silva Herzog” (El Grande): En 2017, los recursos de los 10 mexicanos más ricos equivalían al total de ingresos del 50 por ciento de los más pobres; es decir, de casi 60 millones de personas. Y mientras en el 2002 la fortuna de los cuatro mexicanos más ricos representaba el dos por ciento del producto interno bruto (PIB), para el 2014 ascendió al nueve por ciento.
Esta situación es la más descarnada y lacerante desigualdad económica y social generada por el capitalismo neoliberal, adoptado por los gobiernos del PRI a partir de Miguel de La Madrid Hurtado, aquel presidente cuyo lema era La Renovación Moral de la Sociedad y que sólo, como todos, se quedó en lema.
Al respecto, la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), a cargo de la economista mexicana Alicia Bárcena, acaba de presentar, precisamente en la UNAM, en la ceremonia en la que habló el Rector, el documento “La Ineficiencia de la Desigualdad”, elaborado por expertos de la mencionada comisión de la Organización de Naciones Unidas, quienes analizan mecanismos mediante los cuales la desigualdad reduce la eficiencia dinámica de las economías de América Latina y el Caribe, así como los efectos de la desigualdad de acceso a la salud y a la educación en la productividad y los ingresos, y las consecuencias de la desigualdad de oportunidades causada por la discriminación por razón de género o condición étnico-racial. También examinan cómo estas desigualdades se reflejan en el territorio, la infraestructura y la dinámica urbana, generando costos no sólo en términos de productividad, sino también de ineficiencia energética y deterioro del medio ambiente, lo que compromete las posibilidades de desarrollo de las generaciones presentes y futuras.
De acuerdo con la CEPAL, las restricciones impuestas por la desigualdad a la innovación y la creatividad son más intensas porque se internalizan en la cultura de los agentes, dando lugar a una cultura del privilegio, en la que los muchos bienes públicos y derechos no son impersonales y parte importante de la población no accede a ellos. Esto debilita la confianza en las interacciones sociales y en las instituciones democráticas.
La desigualdad, profunda desigualdad, está aquí entre nosotros. México es una de las sociedades más desiguales del mundo. Y no podemos seguir así. La desigualdad atenta contra el desarrollo económico. El mercado no funciona porque el poder de compra de los pobres es muy débil y el capital, hablando en los descarnados términos de la ciencia económica, no se multiplica porque la demanda de bienes y servicios es extremadamente barata.
Éste es el verdadero reto para el gobierno que será inaugurado el próximo primero de diciembre, con Andrés Manuel López Obrador a la cabeza. No podemos continuar por este camino. No es posible que sólo diez mexicanos dispongan de los recursos de que disponen 60 millones. Esa situación clama, si no se corrige estructuralmente, venganza. El 1domingo primero de julio pasado, cansados, enojados, los ciudadanos, en su inmensa mayoría rechazaron el viejo régimen, promotor de la desigualdad. Dentro de seis años, cuando
AMLO entregue cuentas, en dónde estaremos. ¿Continuarán siendo 10 contra 60 millones?
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