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El megacochinón

Redacción Por Redacción
6 septiembre, 2018
en Antonio Balam
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Antonio Balam
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CUENTO

Hace ya muchísimas milésimas de segundo existió un monstruo que comía gentes, coches, y panditas de gomita. La gente de todo aquel país lo llamaba “EL MEGACOCHINÓN”, debido a su enorme y ridículo tamaño.

A este monstruo le gustaba comer todo tipo de personas, pero a las que más disfrutaba engullir era a los políticos corruptos, a quienes fácilmente olía gracias a la ayuda de su enorme hocico. Nadie en aquel país sabía la razón de esto. Muchos se preguntaban si la carne de aquellos seres tenía mucho mejor sabor que las de las personas comunes y corrientes.

Los gobernantes de aquel país se la pasaban aterrados ¡todo el tiempo!, a tal grado que siempre que les tocaba hacer algo, ¡siempre lo hacían con muchas prisas! Así que, todo lo que hacían o construían -una carretera o un puente, por ejemplo-, siempre terminaba derrumbándose después de un tiempo, o sufriendo socavones y demás cosas bonitas. Y cuando la población enseguida salía a acusarlos de las pésimas construcciones que hacían, ellos rápidamente empezaban a argumentar quela culpa no era deellos, sino que del monstruo devorador de personas, al cual todo el tiempo temían que seles apareciese,fuere a donde sea que fuesen a construir cualquier anomalía

El descontento, la paranoia y otros tipos de locura eran las únicas cosas que se podía ver y oler en aquel país. Los gobiernos de este mal país se culpaban unos a otros por las idioteces que ellos mismos hacían. Si robaban, decían que todo era culpa del Megacochinón, y si mataban gentes -estudiantes por ejemplo-, ¡lo mismo! Si endeudaban, saqueaban o vendían partes del país, ¡lo mismo! Toda la culpa era del Megacochinón, más nunca de ellos mismos.

Y todos los días, en periódicos, radio y revistas, decían las cifras exorbitantesde personas comunes y corrientes que habían sido torturadas, matadas y descuartizadas. Cuando el pueblo acusaba a sus gobiernos, estos enseguida argüían que todo eso era obra del Megacochinón, el cual seguramente cometía todos estas atrocidades como Madman –el hombre loco-; es decir que de noche.

Los políticos, que eran las personas que más le temían al Megacochinón, para tratar de que éste no los encontrase, se la pasaban escondidos la mayor parte del día dentro de unos edificios que se llamaban “Cámara de Diputados y Senadores, “Congreso de la Unión”, etcétera. De entre todas estas personas cortas de cerebro, ni una sola se había dado cuenta que no corrían ni un sólo peligro, porque al Megacochinón no le gustaba actuar de día. Pero ellos, tontos como debían de ser, se la pasaban temiendo que el monstruo en cualquier momento lo hiciese, y que entonces les dejaría sus cuerpos, igualitos que a los de esos otros, quienes siempre eran encontrados tirados por toda la superficie de este mal país; la mayoría dentro de bolsas negras de basura.

Las gentes de este triste país, las pocas que sí parecían razonar, creían que el monstruo dejaba tirado los cuerpos en las bolsas que porque era un monstruo muy educado, es decir que sabía poner la basura en su lugar. Y para explicar el porqué de los restos de los cuerpos, también argumentaban que eso solamente podía ser las sobras de su cena de la noche anterior. Al parecer el Megacochinón era un monstruo que sabía cuidarse la línea. En lo absoluto era guloso.

Muertes, asesinatos y cuerpos descuartizados parecían ser lo único que había en este mal país, construido como debía de ser, muy mal y apresurado, por sus gobiernos, los cuales vivían ahora con el corazón en la mano, temerosos de ir a ser atrapados por la boca del Megacochinón.

Y después de muchos segundos, un día, surgió un tarado que decía y juraba poder acabar con el monstruo que no dejaba vivir en paz a sus colegas corruptos. Este pobre diablo se llamaba “Megacopetón”.

Este tonto con un copete gigantesco ni siquiera sabía leer, y aunque tenía cara de estúpido, con su copete enorme adornándole su cabeza hueca, también era muy astuto. Y es que él mismo era un gran corrupto, pero lo que nadie, absolutamente nadie sabía era que Megacopetón poseía un secreto: su cuerpo tenía un recubrimiento, algo parecido a la baba de perro, lo cual hacía imposible que los sensores de olfato del hocico del Megacochinón lo pudiese detectar, para así comérselo sin reservas.

Así que, un día, después de llegar a la presidencia, hizo y deshizo cuanto se le vino en gana. ¡Hasta un avión que había costado 1’000000000’0000000’00000000 de pesos se había comprado, el cual todo este mal país había pagado. El pueblo, pasada unas horas desdelaadquisición, lo había empezado a criticar por esta enorme frivolidad, pero él, astuto-imbécil como era, enseguida se había defendido diciendo que este este avión le era algo muy necesario, que no lo usaría para irse de vacaciones, sino que solamente para volar muy alto y para que así el Megacochinón nunca pudiese alcanzarlo, por si al caso también aprendía a saltar por los cielos como aquel otro monstro llamado “God-zilla”.

El pueblo, después de escuchar su dizque defensa, ya no le siguió reclamando. Porque todos ellos también ya tenían mucho miedo, pero no al Megacochinón, sino que a este otro monstruo, vestido con corbata y traje, con su Megacopetón coronándole su cabeza hueca, y el que tantas barbaridades le hacía cometer. “Tan chaparro, ¡y tan monstruoso!”, decían todos.

Pasaron los segundos y también los minutos, y de nueva cuenta había surgido otro idiota. Éste se hacía llamar “Pejelocón-Megalocochón-Megalotón”. Este personaje era un hombrecito al cual le gustaba matar peje lagartos y otros animalejos que habitaban este mal país, que seguía estando sumido en el terror; todo por cortesía del monstruo llamado Megacochinón.

Todos los millones de habitantes de este mal país ya estaban tan hartos, pero tan hartos de todas las cosas horribles que sucedían aquí, que ya nadie quería al nuevo loco que había llegado, según él que para darle una nueva esperanza al país. Una y otra vez, a lo largo de ciento de miles de años y segundos se lo pasó recorriendo toda la superficie de este absurdo país, diciendo: “La hora para acabar con la corrupción ya está AQUÍ. Mataremos a los políticos corruptos, y al hacerlo Megacochinón también ha de morir. Porque entonces ya no tendrá comida favorita para degustar y engullir, y cuando se quede flaco y hambriento, entonces solamente así y sí HA DE MORIR…”

Pasaron los minutos y los segundos, los siglos y las horas… En aquel país todo era tan absurdo, que ya nada de lo que sucedía podía sorprender ya a sus habitantes. ¡Todo sucedía al revés! Y después de un tiempo, que a los habitantes de este mal país les pareció un tiempo mal medido por un reloj suizo, el Pejelocón por fin llegó a la silla presidencial. Había destruido al monstruo del copete gigante, MÁS NO AL MEGACOCHINÓN… Éste, como otros monstruos vestidos bajo el disfraz de político, sigue paseandose IMPUNE de aquí y para allá, como si nada… Las muertes, asesinatos y descuartizaciones de cuerpos siguen al día, al mes y a la semana… pero ya NADIE SE QUEJA NI DICE NADA. Al parecer ya se han acostumbrado a los desmanes y atrocidades que aquel monstruo de hocino gigante sigue cometiendo durante todas las noches…. en que nadie puede verlo, ni olerlo.

FIN.

Anthony Smart
Septiembre/05/2018

Etiquetas: columna
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