MOISÉS SÁNCHEZ LIMÓN
Seguramente en la burbuja de Andrés Manuel López Obrador cayeron en la cuenta de que, como reza la conseja popular, prometer no empobrece, cumplir es lo que aniquila.
Por eso, echaron mano de otra máxima, aquella que refiere: El que con leche se quema, hasta al jocoque le sopla y también comienzan a curarse en salud, o mejor dicho, recomendaron a su jefe meter reversa en aquello de no meterse a lo hondo cuando no lleva salvavidas.
En pocas palabras, el licenciado Andrés Manuel López Obrador, presidente electo, ha comenzado a sufrir las consecuencias de aquella facilidad con la que prometió en campaña sentar los cimientos de la IV República, a partir del combate a la corrupción y sujeto a la medianía juarista y republicana, reduciéndoles remuneraciones a los que se conoce como la burocracia dorada, o aquella que él calificó de “fifí”.
Pero, mire usted, más allá de analizar los pros y contras de abatir salarios e ingresos compensados nivel jeque, aún disfrutados desde el presidente Enrique Peña Nieto y hasta integrantes del conocido gabinete ampliado, el de un nivel abajito del gabinetazo que se receta ingresos que los han hecho literalmente millonarios, habrá que revisar con libre albedrío esas ofertas que hizo en campaña el licenciado López Obrador y que hoy se deslizan en ese ámbito de la demagogia elemental de campaña.
El candidato presidencial de Morena ofreció el oro y el moro, el maná del cielo, un escenario del México feliz y en jauja, despojado de criminalidad, sin narcotraficantes agarrándose a plomazos en cualquier plaza pública ni miembros del crimen organizado actores de vendettas al estilo Chicago de los años 30, porque los iba a perdonar aunque sin olvidar sus fechorías. ¡Ajá!
Hoy, consecuencia de esos foros para atender este tema, se ha percatado de que sus dichos no pegan y mucho menos calan favorablemente a su causa entre los damnificados de esa lucha contra el crimen organizado y de las andanzas de esos personajes que han hecho del secuestro y la venta de piso un pingüe negocio que supera, en ingresos, a la venta de drogas.
Y ha mostrado esa postura que tanto cuidó en campaña. En el Segundo Diálogo por la paz, la verdad y la justicia, por ejemplo, ante reclamos de padres y madres de familia que han perdido a sus hijos a manos del crimen organizado, el presidente electo sostuvo que el mantiene su palabra y dice lo que siente.
Y, en ese ánimo, espetó ante los reclamos que disentía de lo que los dolidos padres reclamaban y que, para él, si hay perdón pero no olvido. Y punto.
¿A quién responsabilizar, entonces, de esta injusticia? Bueno, sencillo, al de atrás. El de atrás, es decir, el Presidente saliente, paga los platos, paga el pasaje de este periplo que iniciará el próximo 1 de diciembre y debe hacerlo sin mácula, libre de cualquier compromiso y, eso sí, sujeto al dictamen popular, mediante consulta, de temas espinosos, de aquellos que vayan en detrimento de la imagen del que será Presidente de la República.
Prometer no empobrece y, en este arranque de la gira del agradecimiento –¿Cuánto costará ir a dar las gracias por el voto del pasado 1 de julio?–, el Presidente electo ha comenzado a desdecirse de lo ofrecido en campaña, ha arrancado otra campaña para echar la culpa a los de atrás, en abierta contradicción con sus mensajes de paz y amor de días recientes, inclusive.
Y mire usted, en La Paz, Baja California Sur, dijo que las campañas electorales terminaron y por respeto a su investidura tiene que moderarse. ¿En serio?
Para el licenciado López Obrador, por respeto a su investidura, las consultas populares o las encuestas tienen esa extraordinaria validez de la última palabra, la que decidirá cómo se procede, decíamos, en temas espinosos.
Tal es el caso de lo que respondió al rechazo que asistentes al acto que encabezó en la plaza principal de La Paz, manifestaron contra el proyecto de una mina. Les ofreció hacer una consulta pública como parte de un ejercicio de democracia participativa. Incluso pidió levantar la mano a quienes habían entendido y sostuvo que no le fallará a los que votaron por él porque, adujo, “no voy a traicionar al pueblo. No me confundan. No soy como los de antes. A mí me suelen llamar peje, pero no soy lagarto”. Ya se le olvidó el amor y paz, el acuerdo de caballeros de no hablar mal de los que ya se van. ¡Caray! Y dónde quedó la presumida buena relación que dice tener con Peña Nieto.
Y luego sostuvo que apoyará a 33 mil jóvenes para recibir becas mensuales y ratificó sus compromisos en el sentido de duplicar la pensión a todos los adultos mayores para que llegue a mil 274 pesos mensuales, además de apoyar a las personas con discapacidad. Pero nada dijo de la edad, porque su promesa será cumplida a los adultos mayores de 68 años, no de 65 como actualmente ocurre. Además, ¿con qué lana si recibe al país en quiebra?
Porque, usted recordará que alabó a las finanzas que le entregará Enrique Peña Nieto, pero ahora dice que le entregan al país en bancarrota, pero incluso el sector empresarios lo desmintieron. ¿Le creemos al Presidente electo?
Y en su equipo pasa lo mismo, como ocurre con el próximo secretario de Comunicaciones y Transportes, Javier Jiménez Espriú, quien se ha convertido en el mejor enemigo que tiene la obra, porque dejó de ser proyecto, del Nuevo Aeropuerto Internacional de México, y un ultra defensor del, ése sí, proyecto del aeropuerto de Santa Lucía.
Lo recomendable, a reserva de otras opiniones en contrario, es que el señor licenciado Andrés Manuel López Obrador y su gabinete en proceso de integración y aprendizaje de cómo se manejan los asuntos del país, guarden silencio, recuerden que ya no andan en campaña y esperen a después del 1 de diciembre para hablar de sus programas y proyectos, porque mientras tanto han metido al país en una situación de pasmo y zozobra. Digo.
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