Desde Filomeno Mata 8
Por Mouris Salloum George*
Hace cuatro sexenios, sigilosamente se ordenó la revisión del contenido de los Libros de Texto Gratuitos para la educación básica y no queda claro si como mera fe de erratas se introdujo una enmienda por la cual se reivindica la figura del Ejército, particularmente en su intervención en los aciagos acontecimientos de 1968.
A lomo de esas “correcciones”, los redactores aprovecharon el viaje para darle bola a Carlos Salinas de Gortari, poniéndolo a salvo del juicio de la historia.
Ese tipo de actos políticos entra en la línea de la aún no sellada controversia en la cual chocan los que censuran la Historia oficial y quienes, sin ser necesariamente historiadores, creen poseer la verdadera verdad histórica.
Como sea, desde la implantación del Estado neoliberal la historia, como el civismo y la filosofía, van perdiendo peso en los programas de enseñanza pública.
Sin fronteras ideológicas: Sólo pragmatismo
Precisamente con el asalto de los tecnócratas al sector público, no sólo se borraron las fronteras ideológicas entre los detentadores del poder: Los partidos políticos y sus representantes se atrincheraron en un cínico pragmatismo, tanto en materia doctrinaria como programática. Eclécticos, para todos los efectos.
Verbigracia, en el sexenio 1988-1994, comprometidos en la Alianza estratégica cohabitaron alegremente panistas y priistas. En la segunda edición de ese arreglo, al iniciarse este sexenio lograron hospedaje en el fáctico Pacto por México los perredistas.
Por ciertas vocaciones administrativistas y un rapaz y obsceno patrimonialismo, algunos politólogos tipificaron a los tecnócratas como santannistas.
El párrafo anterior nos da pie para recordar que su Alteza Serenísima Antonio López de Santa Anna no tuvo partido aborrecido: Sumó etiquetas de liberal, conservador, unitario, centralista, federalista, realista, monárquico y republicano. Qué tal.
Es posible que un lector viva o haya visitado Veracruz y Yucatán. Por aquellos lares, en algunos actos públicos se sigue cantando el Himno Nacional en su letra original. En algunas de sus estrofas se rinde pleitesía a Santa Anna.
Pero, gracias a Francisco González Bocanegra, esa versión rinde loas también al autodenominado emperador Agustín de Iturbide.
“Compatriota, llóralo; pasajero, admíralo”
A propósito del primer titular del “Imperio mexicano”: Compatriota, llóralo/ pasajero, admíralo. Así reza el texto de la placa original que se empotró en el nicho donde yacen los restos de De Iturbide en la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México.
Dentro de una semana (27 de septiembre), nostálgicos del imperio se postrarán ante la memoria de quien consideran el verdadero consumador de la Independencia de México.
Es de respetarse: Nuestra ejemplar democracia representativa nos da la libertad de reunión, y de actuar y pensar como toda sociedad plural.
La clase “política” imita al hombre de las siete máscaras
Lo que nos parece un tanto fuera de lugar, es que en la reciente agenda cívica, en la que a partir del Grito del 15 de septiembre se exalta la memoria de los héroes que nos dieron patria, el Ejército mexicano, cuyo comandante supremo es Enrique Peña Nieto, estalle en vítores a Agustín de Iturbide.
Puede ser que el redactor del spot confunda a Allende con Guerrero, pero no queda duda del nombre del criollo al que, en el Tratado de Córdoba, Juan O’Donojú proclamara titular del “Imperio mexicano”.
No hay fijón, diría la raza: Si López de Santa Anna se puso siete máscaras -una para cada día de la semana- ¿por qué la actual clase “política” mexicana no ha de tener variedad en la elección de sus chaquetas? Total: Vivimos en un eterno carnaval.
*Director General del Club de Periodistas de México, A.C.