* ¿Sólo travesuras? ¿Cuánto nos cuesta la corrupción, esa que facilita la operatividad a los barones de la droga lo mismo que a los ladrones de cuello blanco que comparten sus mesas con la sociedad que los desprecia por ratas, y al mismo tiempo los admira por el poder acumulado en sus manos?
Gregorio Ortega Molina
Valiente sociedad en la que los padres de niños y adolescentes ven como travesuras que sus hijos asalten automovilistas y transeúntes. No permitirán que los medios hagan escarnio de ellos porque son inimputables por edad. Las policías, los MP’s y los jueces quedan con un palmo de narices.
El ejemplo puesto por los padres de Los Diablitos debe servirnos para comprender el comportamiento de la sociedad en general, ante los atropellos y abusos desde el poder. En el fondo sueñan con una Casa Blanca para vivir en la Ciudad de México, otra en el club de golf de Malinalco para reposar los días festivos y los fines de semana, y además hacerse de la vista gorda con los moches, los desfalcos y negocios turbios porque todos ellos, sí absolutamente todos, merecen esa riqueza, mal habida o no.
En algún momento millones de mexicanos soñaron con convertirse en Maximino o en Raúl, tener las visitas conyugales de López Mateos y López Portillo -ambos con sus propias Fiestas del Chivo- o disponer de esa fuerza metaconstitucional que, además de conferir sensación de poder, da la idea de omnipotencia. La relación entre buena parte de la sociedad y sus diferentes gobiernos es enfermiza: los admiran y desprecian, incluidas esas mujeres que compartieron el mando, como Rosa Luz Alegría y Martha Sahagún, jefa de la pareja presidencial.
Si lo de Los Diablitos es considerado una travesura, todo lo que proviene de la fuerza del poder es un juego, es broma, es engaño de fantasía, porque el sacrificio de mandar así exige que se vea, se aprecie, se considere.
¿Cuánto nos cuestan las travesuras de los políticos de toda laya: los Duarte, Ricardo Anaya, los distinguidos miembros del primer círculo de EPN, de la mismísima familia presidencial? Y tampoco crean que es un asunto de cuantía, a estas alturas de la deuda eterna carece de importancia, el tema es el incumplimiento del mandato constitucional y la impunidad. Aquí todos son inocentes, por eso nunca quisieron convertirse en pobres políticos. ¿Cuánto de sus fortunas va a para a manos de los abogados, pero no regresa al SAT?
¿Sólo travesuras? ¿Cuánto nos cuesta la corrupción, esa que facilita la operatividad a los barones de la droga lo mismo que a los ladrones de cuello blanco que comparten sus mesas con la sociedad que los desprecia por ratas, y al mismo tiempo los admira por el poder acumulado en sus manos?
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