Cada periodo sexenal florece y esplende un determinado cártel del narcotráfico en nuestro país. Con Carlos Salinas, El Señor de los Cielos. Los Aretes, con Ernesto Zedillo Ponce de León. Con Vicente Fox obtuvieron protección y aliento no uno, sino varios a quienes se vendió “la plaza” –el país– al mismo tiempo, lo que dio inicio a una violencia inusitada. Felipe Calderón sacó al Ejército a las calles, combatió con éste a todos los grupos delincuenciales, excepto al de El Chapo Guzmán. Y hoy, en el peñato, aún es el de Jalisco Nueva Generación el que ejerce hegemonía. Cada santito, pues, tiene su fiestecita sexenal.
Ernesto Zedillo, quien recién declaró haberse equivocado combatiendo a los narcos en una idiota guerra contra las drogas, tuvo su gran acierto con sus cuasi paisanos Arellano Félix, clasificado como el cártel de drogas más cruel de México. Las muertes de agentes de la PGR, jefes policiacos de Tijuana y docenas de fiscales, policías, abogados y periodistas se atribuyen a la organización de los hermanos nacidos en Guadalajara y avecindados en la ciudad fronteriza, por lo que su organización también fue conocida como el “Cartel de Tijuana”.
Siete hermanos y cuatro hermanas heredaron el Cartel de Tijuana de Miguel Ángel Félix Gallardo en 1989, después de que fue arrestado por su participación en el asesinato del agente especial de la DEA Enrique “Kiki” Camarena. Los líderes más visibles de la familia, los hermanos Benjamín y Ramón Arellano, eludieron a las autoridades en ambos lados de la frontera durante años. Ramón se ganó un lugar en la lista de los 10 Más Buscados del FBI.
El año 2000, último del sexenio de Zedillo, fue especialmente sangriento. Muchos funcionarios encargados de hacer cumplir la ley atribuyeron la cantidad inusualmente alta de violencia en Tijuana a los arrestos de los principales sicarios de Los Aretes. La organización sufrió varios reveses cuando el gobierno mexicano arrestó a algunos de los miembros de más alto rango del cartel, solo meses antes de las elecciones presidenciales.
Zedillo emitió un ultimátum a los hermanos Arellano Félix el 25 de febrero de 2000. Dos días después, el jefe de policía de Tijuana, Alfredo De la Torre Márquez, fue emboscado y asesinado. El 11 de marzo, Zedillo envió al ejército para capturar al presunto cerebro financiero del cártel de Tijuana, Jesús Chuy Labra Avilés, mientras veía a su hijo jugar fútbol. Tres días después de su arresto, el cadáver del abogado de Labra fue encontrado envuelto en una manta y tirado en una calle de la Ciudad de México. Un segundo abogado de Labra fue asesinado menos de cuatro meses después: le dispararon cuatro veces mientras estaba sentado en su automóvil junto a su esposa.
El 3 de mayo, el gobierno mexicano dio otro duro golpe a la Organización Arellano-Félix, cuando soldados mexicanos y agentes federales capturaron a Ismael El Mayel Higuera Guerrero, el teniente principal del cártel. Higuera Guerrero había sido culpado de 40 asesinatos, incluido el del jefe de policía De la Torre.
Acababa el sexenio zedillista. Había que empezar a “equivocarse”, porque de acuerdo con el programa La Guerra contra las Drogas, de la televisión pública de los Estados Unidos, “cuando se trata(ba) de capturar a los miembros de la Organización Arellano Félix, los esfuerzos entre los Estados Unidos y México han sido tibios.”
Zedillo, pues, no se “equivocó” con los Arellano Félix. A ellos no los combatió… sino hasta el final de su mandato.