Sara Lovera
SemMéxico. Cd. de México. 1 de octubre de 2018.- El silencio es como ese viento que arrasó con las prendas de quienes quedaron caídos en la Plaza de las Tres Culturas y cuyo rumor dejó en neblina la madrugada, donde apenas se percibía; un viento que se lleva a las golondrinas, el que cubre con un manto protector ocultando una desgracia. El silencio, es el vacío, la ausencia de noticias o palabras sobre un asunto.
Nada tan trágico como el silencio frente a la injusticia; silencio según el diccionario hace referencia a la abstención de hablar, recurso para expresar algo sin llevar a cabo ningún tipo de queja. Hay hechos que invitan a una reacción, pero quienes deben reaccionar prefieren no hacerlo. El silencio es como la nada, después de un estallido. Fuerte es el silencio se llamó un texto referido a la matanza del 2 de octubre en Tlatelolco; silencio es el que rodea el caminar por toda la geografía mexicana a las buscadoras de cadáveres. El silencio que rodeó la lucha de una decena de años de Rosario Ibarra de Piedra, buscando a las y los desaparecidos.
El silencio que se puede confundir con una virtud, es la muerte anticipada de la libertad de expresión. Ese es el silencio de las mujeres guerreras frente a las actitudes sexistas de Andrés Manuel López Obrador, el gran patriarca. El de los grandes medios sobre agravios de sus trabajadoras; el que pone un esparadrapo a la protesta feminista que tampoco lo ve, ni lo oye, y prefiere callar.
Es silencio que se usa para expresar que algo se está haciendo sin llevar a cabo ningún tipo de queja. Pero es “imponer a alguien silencio”, cuando una persona o institución obliga a otra a que se calle o a que guarde para sí determinados sentimientos.
La ley del silencio. Esta no es una norma legislativa como tal pero sí un procedimiento carcelario que se ha llevado a cabo en distintas prisiones, como la de Alcatraz, como un método de tortura psicológica.
Otros usos del concepto de silencio están vinculados a la omisión o falta de algo por escrito y a la pasividad de las autoridades ante una petición del Poder Judicial: “El silencio de la prensa frente los hechos de corrupción”. Que es bien conocido y frecuentemente demandado.
Me duele el silencio impuesto por una religión o una postura política. Es posible definir el silencio como una nota que no se ejecuta cuando hablamos de música.
Así es el silencio que rodea las acciones sexistas y abusivas del presidente electo Andrés Manuel López Obrador que en público y sin el menor recato toma la cabeza de la periodista Laura García, reportera de Tijuana desde hace 19 años, quien textualmente dijo que se sentía invadida en su espacio vital: su trabajo periodístico, su cercanía a muchas personas “importantes”. López Obrador prefirió jalarla y besarla en lugar de responder a su pregunta. Fuera de algunos medios electrónicos donde alguna periodista dijo estar muy enojada, el caso ha sido referido como algo anecdótico.
El presidente electo evadió otro tipo de preguntas diciendo a las reporteras, especialmente a ellas, “corazoncitos”, en lugar de responder, entonces a un cochupo de su partido con el Partido Verde Ecologista que le regaló a Morena algunos senadores y diputados para lograr la mayoría.
Un amigo periodista escribió al respecto: Primero fue el “corazoncitos” que dedicó a un grupo de reporteras y que para algunas la palabra y el tono proyectaron una mezcla de machismo con desprecio a su actividad profesional. Después el beso en la mejilla a una periodista de Baja California, Lorena García, quien lo asumió como algo inapropiado: “Sí hay cierta molestia de mi parte porque finalmente hay una invasión a mi espacio vital”, se quejó en Radio Fórmula, ya que no fue “algo pedido, solicitado, ni esperado”.
Sigue el texto del Asalto a la Razón: “Me sorprende mucho el alboroto en ambos casos y creo que el disgusto es atizado por el feminismo extremo. Como sea, ¿quién lo iba a imaginar? AMLO deberá reflexionar sobre cómo conducirse y reprimir la espontaneidad en actos públicos, donde está obligado casi siempre a saludar, eludir o despedirse de una o más mujeres.”
Para el periodista las actitudes de AMLO pueden ser “atizadas por el feminismo extremo”. Lo lamentable es que las feministas están en silencio. El ruido, limitado, a las redes sociales y a la periodista que alude mi amigo, Azucena Uresti, a la única que escuche indignada, precisamente porque AMLO recorre la República y ahí saluda, despide o atiende a mujeres, donde no hay testigos periodísticos, o no hay sensibilidad para ver, ni hay “feministas” extremas, y puede pasar desapercibida esa mezcla de machismo del próximo presidente de la República.
Qué sucede en los mítines, a quienes toca, cómo las toca, qué les dice, “madrecitas”, “corazoncitos”. Fuerte es el silencio y el encubrimiento de esta rara personalidad. Parecida a Trump, sólo que en versión de padre protector, marido preocupado o proveedor. El 29 de septiembre en la Plaza de las Tres Culturas declaró que le quitará salarios a la gran burocracia –tema ya muy dicho- y que aumentará el salario a las enfermeras y a las maestras, o sea, hay que aguantar los besos “robados” como diría una prominente feminista y callar. Estar en silencio, omitir estos rasgos del próximo jefe de estado, quien palomeará o decidirá sobre el presupuesto para disminuir la violencia contra las mujeres. Me pregunto si debemos callar y dejar pasar, como dice el periodista aludido, las que no callamos hacemos puro “alboroto”, o se trata de algo más serio de una personalidad patriarcal que usa el poder desde una imagen de buen padre, para controlar cuerpos, pensamientos, centralizar el mandato y cercar al pueblo.
Expresado en púbico a mujeres periodistas, es un “chiste” sin importancia, verlo de otra forma una “exageración, un alboroto”, o ¿nos adelantamos a que a este predicador, como en el caso de los sacerdotes pederastas, todo se le perdone, en nombre de sus 30 millones de votos, en nombre de un desgastado discurso del cambio? ¿O tendríamos que ir más a fondo?
Tampoco estoy de acuerdo en que su conducta sexista frente a mujeres periodistas para evadir preguntas atente contra la libertad de expresión. No lo creo, pienso que un entrevistado tiene el derecho a no contestar, para mí se puede quedar callado, sus silencios se pueden interpretar, lo que es grave es la forma de callar, de evadir, tomando a las mujeres como objetos y minimizando su calidad profesional de ser preguntonas, a lo que obliga nuestra profesión.
Vale decir que entre todos los silencios sobre las actitudes de AMLO, la única voz que se alzó fue la de la Red de Periodistas y las Periodistas de a Pie, en una carta a la que ningún medio le ha dado peso y que tras ella no tiene quiénes hagan fuerza, que centra la disputa en la libertad de expresión y encubre el enfrentamiento con el hombre concreto, el próximo jefe del Estado Mexicano.
La fuerza estaría en las mujeres que militan en Morena, las que inciden, como se dice, en la política de género, las que tienen decenas de grupos buscando la igualdad, protagónicas legisladoras que parecen con un esparadrapo en la boca para no hablar, militantes del feminismo que se han autodenominado “guerreras” y se callan; militantes de otros órganos políticos que ni chistan, opinadoras y periodistas súper reconocidas que no se atreven; especialistas en género que callan, como callan dentro de las Universidades los horrores de los profesores con doctorados que hostigan a las estudiantes. Duele el silencio de hombres inteligentes, que los hay.
Silencio en las Morenas
En el partido del presidente electo hay mujeres que hoy ocupan la primera línea de la defensa de la igualdad. Las que en otros ayeres hicieron trizas al presidente Vicente Fox cuando habló de la lavadora de dos patas, de dos piernas; que estuvieron al frente y crearon (creamos juntas) el estigma al Jefe Diego –prominente panista – cuando nos dijo “el viejerío” refiriéndose a nuestras protestas; y a quién, pregunto ya se les olvidó nuestra indignación cuando el secretario de gobernación Carlos Abascal Carranza se refirió a las “masculinización de las mujeres”.
Dónde aparecen estas “guerreras” de Morena, cuando airadas criticaron una y otra vez a las mujeres de las bases del PRI, contradictoriamente al ahora, que ellas en coro, en una y otra actividad política o administrativa, se empujan, pisotean, agreden para tomarse una foto con el presidente Enrique Peña Nieto, la otra cara de la moneda, un tipo de sexismo al revés, tan criticado, por el guapo de Peña Nieto, como en sus tiempos Felipe González en España. En fin, tiempos que pasan, hechos que suceden, poderes diversos, ahora es al padre al que hay que perdonar y justificar.
Lean este recado en Facebook tremendo: “Esta reportera ¿ha protestado con la misma enjundia sobre los asesinatos de sus colegas o no se ha enterado? ¿Qué ha hecho ante los crímenes de sus colegas? ¿Valora que es mejor que les den balazos a besos? ¿Cuál ha sido su postura ante el homicidio de Miroslava Breach? ¿La pregunta que le hizo a AMLO es más importante que todo lo malo que ha ocurrido en México? Van dos “periodistas” mujeres que se encabronan por un beso del presidente electo, ¿Pero no les encabrona la impunidad del que se va? Un consejo también para AMLO: Ya no les de besos porque se enojan, ni les diga mis corazoncitos, se acostumbraron al chayote o al maltrato”.
Sin comentarios. Firma un morenista. Jesús Carlos Jaimes Bautista. Cultura que no cambia, patriarcado merecido, diría alguien.
Tras este silencio partidista e ideológico está la antigua disciplina priista e histórica de defender a los hombres con poder. Está una deleznable cultura patriarcal que subsiste en millones de mujeres que defienden la democracia sólo masculina.
La cultura religiosa de la esperanza y el perdón está también detrás, sobre todo en estos tiempos, donde una corriente de pensamiento desde el feminismo dice que el movimiento de las jóvenes y de las mujeres del espectáculo conocido como #MeToo es el renacimiento de un postura de puritanismo sexual, algo así como que “la seducción” no sólo no es un delito, sino que es parte de algo “bonito” y que no distingue entre esa, la seducción y el hostigamiento. Se diría que el presidente electo es simplemente un seductor, al que hay que aplaudir por su amor a las cabecitas blancas, mujeres mayores que frecuentemente abraza; el padre poderoso que toma en sus brazos a las niñas y que con mucho “cariño” toca la cara de las adolescentes y besa a las reporteras.
Se olvida el perfil del patriarcado que hemos estudiado, y sobre el que hemos analizado efectos privados y públicos. Los patriarcas son los jefes de las guerras; son los dueños del dinero y en el capitalismo los encargados directos de la explotación de clase; los prohombres adorados por las masas son muchas veces el retrato histórico del fascismo, y son los artífices de las dictaduras.
Cuidado. El perfil del nuevo jefe del Estado Mexicano se ajusta. El 14 de mayo de 2017, durante una entrevista con Jorge Ramos, quien le preguntó si era feminista respondió: “Yo respeto a las mujeres”, en segunda instancia volvió a repetir, “yo respeto a las mujeres y las mujeres merecen ir al cielo”, sí como ángeles, ¿no?
Ese es el tema. El perfil, el pensamiento, de una persona con un peso enorme en el México de hoy y en los cambios por venir, buenos y malos. Él ¿es? un patriarca “amoroso” al que las guerreras del feminismo le perdonan todo, por miedo a convertirse en puritanas y no modernas. Afortunadamente las jóvenes de la ola verde, las jóvenes contra el abuso y el hostigamiento, herederas del #MeToo, presentes en la revuelta estudiantil, 50 años después de Tlatelolco están presentes. Alertas. Dispuestas. Hermosamente en procesos de organización. Por fortuna mi generación está callada, en silencio y perdida. Veremos.
saraloveralopez@gmail.com