* Para triunfar en el mundo, para tener éxito en el libre comercio y la globalización es necesario poseer una arraigada identidad nacional, aunque lo consideren populista
Gregorio Ortega Molina
Ahora todo lo que no les embona en el caletre y en las partes pudendas del cuerpo adquiere, en automático, el adjetivo de populista… populismo, sobre todo en lo que atañe a la patria y el nacionalismo, ideas y sentimientos que no tienen que estar reñidas con la globalización ni el libre comercio.
Hay indicios que permiten suponer que una buena dosis de identidad nacional hizo y hace falta a los negociadores originales del TLC y a los que actualmente forcejearon ante las pretensiones de Donaldo Trump, ni siquiera del Congreso estadounidense. Quisieron dar por bueno un acercamiento bilateral, cuando la unidad con Canadá concede fuerza y vigencia a la propuesta de la globalización. Pero no, les urgía entregarse y entregar la dignidad del Estado.
¿Qué recibe México por tanta muerte para contener el flujo de narcóticos hacia los grandes centros de consumo estadounidenses? ¿Cómo pagan los centros de poder de Estados Unidos y el mundo el hecho de que el territorio nacional sea espacio abierto a las estrategias de geo seguridad regional y nacional de América del Norte? ¿Cómo nos beneficia convertirnos en muro de los migrantes ilegales que abominan y además tanto maltratan, pero tanta falta hacen para hacer el trabajo considerado denigrante?
A lo que hoy sucede debe responder el (neo) mexicano José María Córdoba Montoya, porque fue quien conceptuó e impulsó el cambio de proyecto de nación desde 1982. Miguel de la Madrid pudo dar buena cuenta de ello antes de fallecer, pero todavía están vivos testigos que pueden ratificar lo dicho, o ¿no fue Manuel Bartlett, secretario de la Gobernación, quien recibió instrucciones presidenciales para darle la nacionalidad a Córdoba Montoya en tres patadas? Ni pío dijo y acató.
También merecemos una explicación de esos neo historiadores empeñados en destruir los mitos fundacionales y los fundamentos ideológicos que permitieron las tres Repúblicas anteriores, como si enorgullecerse del origen fuera una actitud populista perniciosa, o también lo fuera aplaudir las aportaciones hechas por mexicanos a la paz, las artes, el desarrollo y la salud, que abundan a pesar de que el estímulo del Estado es mínimo o nulo.
¿De qué nos sirve saber que Hidalgo fue “viejero”, jugador y le entraba al trago, o que El Pípila no existió, como tampoco se envolvieron en la bandera unos niños héroes imaginarios? Para triunfar en el mundo, para tener éxito en la globalización y el libre comercio es necesario poseer una arraigada identidad nacional, aunque lo consideren populista.
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