* Todo indica que decidieron sustituir al presidencialismo posrevolucionario por el <<hombre fuerte>> en el poder, lo que implica gobernar con la calle hasta que la insatisfacción de sus electores demande radicalizaciones mayores. ¿Se atreverán?
Gregorio Ortega Molina
Con ojos y oídos totalmente abiertos, debemos aceptar que, en esencia, AMLO juega con la verdad y encubre el fondo de sus intenciones verdaderas, auténticas, definitivas. La gira de agradecimiento a los electores que lo encumbraron, es para mantener con el pulso acelerado el Movimiento de Regeneración Nacional, que no es un partido. Sin cuadros ni sectores como correa de transmisión para oficiar al poder, para restablecer el presidencialismo, él es su propio mensajero, lo que entraña un riesgo de muchos filos para que la esperanza, más pronto que tarde, se transforme en decepción, amargura, desengaño.
Está dispuesto a cogobernar con la calle y que sean los mexicanos de a pie los que se lo reclamen. ¿Le garantiza gobernanza? Las veleidades del pueblo dan sorpresas que van más allá del control sobre el Poder Legislativo y las finanzas públicas a través de los Delegados plenipotenciarios. El primero le garantizará las reformas legales, pero no su observancia; el segundo la docilidad de los gobernadores de forma, pero en la realidad permanecerán los acuerdos establecidos entre ellos y quienes los sentaron en los virreinatos.
A lo anterior es necesario añadir el poder real de la delincuencia organizada, que ha permeado en los ámbitos de los tres poderes y también en los tres niveles de gobierno. Nadie opta por el plomo en lugar de la plata. Nadie renuncia, porque de todas maneras se muere.
A la violencia que ni las Fuerzas Armadas contienen, quieren enfrentarla con la confiscación del dinero de los barones de la droga y del producto de otras delincuencias, recursos económicos que se renuevan en automático, porque en México y en el mundo nada hace descender el consumo de estupefacientes y el mercado esclavo crece en la medida en que las políticas migratorias sean ambiguas o abiertamente restrictivas. La trata existe desde que los seres humanos se sostuvieron sobre dos pies y decidieron dar rienda suelta a sus pulsiones.
¿Lo resolverá con la suave pátina de religión que deja sobre su retórica política? ¿Qué es lo que le ofrece el perdón a él, y en qué medida desagravia así a la sociedad?
Todo indica que decidieron sustituir al presidencialismo posrevolucionario por el <<hombre fuerte>> en el poder, lo que implica gobernar con la calle hasta que la insatisfacción de sus electores demande radicalizaciones mayores. ¿Se atreverán?
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