* ¿Qué harán para recuperar el poder adquisitivo de los jubilados de medio pelo?
Gregorio Ortega Molina
Aquí están apurados por el monto de las pensiones. No hay presupuesto que alcance para cubrirlas sin abrir huecos en otras áreas de la economía. Está bien angustiarse porque los recursos fiscales son insuficientes.
Está la otra vertiente del problema, agudizada por el vertiginoso descenso del poder adquisitivo de nuestra moneda. El billete de más pequeña denominación es el de 50 pesos, lo que nos da el verdadero tamaño del problema. Las monedas fraccionarias del peso son de su tamaño real: no compras nada con ellas, mucho menos un suspiro; la de 20 pesos equivale a la de 20 centavos de mi niñez.
Los jubilados de medio pelo hacia abajo son testigos de la manera en que sus esposas se truenan los dedos. Los escucho quejarse de cómo de enero de este año al mes de octubre, la capacidad de compra de su pensión -la más alta del ISSSTE equivale a 22 mil pesos mensuales en números redondos- ha mermado tanto, que sólo compran la mitad de los alimentos que adquirían hace diez meses por el mismo monto, y como modificaron la medición para fijar los incrementos, pues ni fecha para sonreír ante la sorpresa de recibir un poco más.
En España el planteamiento es distinto. Hace unas semanas los diversos grupos políticos lograron el Pacto de Toledo, para proponer a las Cortes que las pensiones queden indexadas al IPC. Saben que el camino es largo, pero también están conscientes de que revertir el empobrecimiento acelerado de los vejestorios convertidos en abuelos y guardianes de los nietos, o en responsables del buen orden y la seguridad de los hogares de sus hijos, afecta la economía y exige la inversión de más recursos fiscales en las áreas de salud, pues la pobreza crea enfermedades que pueden prevenirse con incrementos adecuados a las pensiones.
Acá consideran suficiente con abrirles las puertas a empleos temporales para que puedan completar sus ingresos. Sólo hay que verlos afanados en las cajas de las tiendas departamentales, empacando los alimentos y enseres domésticos que con sus magros salarios les es imposible adquirir.
Esos vejetes con los que sustituyeron a los “cerillos” son oportunidad desperdiciada, porque mal que bien son dueños de una experiencia básica, elemental, que ahora es necesaria para evitar que los adolescentes decidan irse de “halcones” o corran a convertirse en distribuidores de drogas o guardianes de casas de seguridad. Es el mundo de revés.
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@OrtegaGregorio