Jorge A. Barrientos
Mesas de análisis, programas de investigación, entrevistas, cómodas e incómodas, en todas nos pintan la catástrofe que se avecina, el peligro que se corre, pero todo de un solo lado, todo de un solo México, de “su” México, del México que conocen en el trayecto del estacionamiento en el edificio de su departamento o casa en Santa Fé o Polanco; de su México en un restaurante en el centro o condesa en la que su baño de pueblo consiste en una plática o unas preguntas al mesero de siempre, que les dirá lo que quieren escuchar para conseguir una buena propina, pero que al terminar el turno tomará el metro, 3 peseros y 1 camión para llegar a su casa en las afueras de la ciudad a medio disfrutar agotado a su familia; de su México con vacaciones en las que usan la sala VIP del aeropuerto que ya se les hace viejo, para llegar a una playa, usar un uber platino, meterse a un hotel todo incluido y tomar alguna excursión o paseo donde sonreirán incómodamente al paisano, que se acerca a decirle algún cariño a sus hijos, al momento que disimuladamente lo apartan usando palabras cordiales con la excusa de tener prisa en continuar con el recorrido, para luego regresar a la seguridad del hotel.
De ese México es el de que nos hablan todos los días ese ejército de periodistas, analistas y expertos, recetándonos lo que el país necesita, ese México es el que nos dicen peligra ahora que llegó un nuevo movimiento con un proyecto para los de abajo, para “los olvidados” de Buñuel, que ahí siguen, 70 años después.
Porque del otro lado del televisor, están los que nada saben de sus asustados “mercados”, de sus ahuyentados “inversionistas” de sus peligrosas “volatilidades”.
Del otro lado del televisor esta un México que sufre para lograr comprarle un pantalón al hijo para la escuela y lo compra a “meses por siempre” en alguna tienda que le vende a cuatro veces sus valor; un México que mira el televisor, agotado después de una jornada de 12 horas de trabajo y 4 horas de transporte hasta la pequeña habitación que renta mes con mes con el miedo de perder el trabajo y no tener para pagarla, aunque gane un sueldo de miseria; de un México que paga 40% anual de intereses por un préstamo de “nómina” bancario que utilizó, no para una inversión o crear un negocio, sino para medio vivir los últimos 3 meses por los gastos que tuvo que hacer para que regresaran sus hijos a la escuela; de un México, que vive en casa de sus papás porque terminó la universidad pero no hay empleo para jóvenes sin experiencia y egresados de tecnológicos no reconocidos; de un México que mientras los mira en el monitor discutir sobre el grave riesgo que corren los mercados, se tiene que llenar la panza con un paquete de galletas y un café divididos entre toda la familia; un México, al que le mataron un hijo o le violaron una hija porque caminaban por el México de la muerte.
Señores expertos; en su México, hay otros Méxicos, a los que su petate del muerto les vale un pito, tienen años escuchando las mismas recetas, las mismas amenazas, las mismas promesas, y a ellos se los sigue llevando la chingada.
Para que se den una idea, esos Méxicos no entienden siquiera de cambios en un gobierno, si salieran ustedes de su burbuja se darían cuenta que ellos siguen pensando en el gobierno como un ente ajeno a sus vidas.
Ese México ahora ve casillas de consultas en la calle y algunos corren esperanzados a que los escuchen, a que sepan que existen, otros, ni siquiera saben lo que significan, piensan que es uno más de esos juegos que siempre les aplican, como sus camisetas, sus gorras, sus tortas de cada sexenio.
Por eso la transformación tiene que ser tan fuerte, por eso el movimiento tiene que ser tan radical, para que los beneficios lleguen hasta esos Méxicos, y no queden como siempre, solo en “su México”.
A los extraterrestres, primero investiguen, después opinen.