MOISÉS SÁNCHEZ LIMÓN
Hace doce años, Andrés Manuel López Obrador rumiaba la derrota y había sido investido como “Presidente Legítimo” en un acto celebrado en el Zócalo del Distrito Federal; una burda mascarada en la que, incluso, designó a los integrantes de su gabinete.
En esos días el PRI andaba en busca de la identidad perdida y ocupaba el tercer sitio como fuerza política, en tanto el Partido Acción Nacional estaba en los cuernos de la Luna: había mantenido, con escaso margen de sufragios, la Presidencia de la República.
Pero, Andrés Manuel López Obrador se negaba a asumir la derrota. Nunca la aceptó e impuso su voluntad por encima de la postura y consejos de la cúpula perredista y, con recursos que endeudaron al PRD, emprendió una campaña de desprestigio contra su contrincante Felipe Calderón Hinojosa.
Incluso instruyó a los diputados federales perredistas boicotear la ceremonia del viernes 1 de diciembre en la Cámara de Diputados, para impedir que el entonces Presidente electo rindiera protesta ante el Congreso de la Unión y los representantes del Poder Judicial como Presidente de la República.
La tercera fuerza en la Cámara de Diputados era la del Partido Revolucionario Institucional, decía, mientras el PRD ocupaba el segundo sitio pero, como partido político estaba secuestrado por Andrés Manuel López Obrador, quien había decidido colapsar al país o, por lo menos, a la capital mexicana y ordenó la instalación del enorme campamento en el Paseo de la Reforma.
Jesús Zambrano Grijalva aludió a esos días en los que los habitantes del Distrito Federal sufrieron las consecuencias de movilizaciones del perredismo encabezado por incondicionales de Andrés Manuel, entre ellos el ex diputado federal Martí Batres Guadarrama, hoy presidente de la mesa directiva del Senado de la República que viene de ser dirigente formal del partido Movimiento Regeneración Nacional.
Fueron los excesos de un hombre que soñaba con llegar a la Presidencia de la República y no aceptaba la derrota.
Se apoderó del PRD, al que paulatinamente desmanteló para, como líder absoluto, imponer sus decisiones y construir el basamento de Morena, movimiento con el que recorrió el país en campaña permanente –con un Instituto Nacional Electoral omiso– sin aclarar la fuente de recursos económicos suficientes para mantener un tren de vida que no se cubre con una remuneración de 50 mil pesos mensuales.
Conocedor de las zonas más conflictivas, políticamente, del país y del enorme bastión perredista que para entonces había consolidado el PRD, López Obrador se lanzó a esta tarea de descalificar al contrincante.
Por supuesto, en la administración de Felipe Calderón el mal de la corrupción fue bandera que utilizó Andrés Manuel, pero no le alcanzó para ganar la contienda presidencial de 2012 y debió admitir que Enrique Peña Nieto lo arrasó, pero desde la Presidencia de la República sus pasos abonaron a favor de las banderas de López Obrador. Ayotzinapa, la Casa Blanca y todos los etcéteras con el sello de la corrupción.
Sí, paulatinamente, el tabasqueño se había apoderado del PRD al que renunció para, montado en esa estructura nacional conversa del perredismo al morenismo, enfatizar en la campaña de desprestigio que minó al PRI y a Peña Nieto, al que lo mismo acusó de encabezar a la que llamó mafia del poder; incluso descalificó a las Fuerzas Armadas de las que hoy ha requerido apoyo.
Y Peña Nieto se pasmó en la operación política. La decisión de que José Antonio Meade Kuribreña sería candidato a la Presidencia, la tomó hace cuatro años; muy temprano comenzó a jugar con la voluntad del PRI, al que impuso la candidatura de quien, para ese momento había pasado de ser canciller y secretario de Desarrollo Social a secretario de Hacienda.
¿Operó Peña Nieto a favor de López Obrador? Es una pregunta que flota en este ambiente en el que las decisiones del tabasqueño se contradicen con el cambio de opinión, en un prefacio sexenal errático y salpicado de excesos, de soberbia que ha ofendido a las disminuidas bancadas del PRI, PAN y PRD que, empero, tienen peso político específico que Morena no ha asumido acaso por inexperiencia legislativa, incluso de su coordinador Mario Delgado.
No obstante, en el Palacio Legislativo de San Lázaro está ausente ese clima de crispación y temores que hace doce años abrigaban los diputados, especialmente Héctor Larios, entonces coordinador de los más de 200 legisladores del PAN, al grado de que la entrega de la banda presidencial ocurrió en una ceremonia celebrada en Los Pinos, donde Vicente Fox Quesada la entregó a Felipe Calderón Hinojosa.
Había aprestos para celebrar la ceremonia a extramuros de San Lázaro. Y ese viernes 1 de diciembre de 2006, en una apresurada y violenta ceremonia, Felipe Calderón rindió protesta como Presidente de la República.
Ayer, en la Cámara de Diputados, salvo las bancadas del PT y del PES, las fracciones de oposición evalúan la postura que asumirán pasado mañana, 1 de diciembre, durante la ceremonia en la que Andrés Manuel López Obrador rendirá protesta como Presidente de la República.
De antemano, diputados del PAN y del PRI han descartado tomar la tribuna para protestar contra los excesos de sus contrapartes de Morena y las declaraciones erráticas del propio López Obrador y de sus alfiles en el Congreso de la Unión, amén de esas decisiones que han abonado a un terreno de complicado arranque en la economía nacional.
Por supuesto priistas y panistas no tienen considerado asumir ese papel de golpistas que la mañana de aquel viernes desplegaron irritados y violentos perredistas, hoy sumidos en una crisis de identidad. Pero Morena acusa un exceso de soberbia política que los imagina pandilleros que se han adueñado del barrio. No se han enterado de que son gobierno. Conste.
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