CUENTO
No se sabe por qué razón sus compañeros de clase lo llamaban “el huelecuevas”. Tal vez y era solamente para burlarse de él. Al verlo ser muy callado, se aprovechaban de esto para dirigir hacia él todas sus burlas.
El salón entero prorrumpía en risas y carcajadas, cada vez que uno o varios de ellos volvían a llamarle así. Al parecer todos disfrutaban de la debilidad de este muchacho, que nunca se atrevía a abrir la boca para protestar y mucho menos para defenderse.
Está de más decir que este joven era muy tímido. Su rostro, que siempre parecía estarlo ocultando, no mostraba nada parecido al dolor u otra cosa. ¿Sufriría tal vez el alma de “el huelecuevas” con lo que le decían? Esto solamente él lo sabía. Un muchacho como él, a la fuerza tenía que ocultar sus verdaderos sentimientos
Este joven casi nunca salía de su salón. Cuando la hora del descanso llegaba, él era el único que permanecía adentro. Para tratar de distraerse un poco, él, todo lo que hacía era sacar su cuaderno de dibujos. Sobre la hoja en blanco entonces comenzaba a dibujar escenas de sí mismo.
El huelecuevas era bueno dibujando. Una de las escenas recurrentes en su cuaderno era la de dos jóvenes platicando. A él siempre le gustaba fantasear que aquella escena alguna vez se haría realidad en su vida. Sin embargo, cada vez que el timbre volvía a sonar, enseguida despertaba a la realidad. Al verse entonces sin amigos era cuando caía en la cuenta de que aquella escena jamás pasaría más allá del dibujo.
El tiempo siguió su curso, hasta que un día… Una estudiante nueva llegó al mismo salón del huelecuevas. Al verla, todos enseguida desearon saber de dónde era. Ella, que no dejaba mostrar mucho su manera de ser, al presentarse frente a sus nuevos compañeros, solamente se limitó a decir “me llamo Angelía, y vengo de un lugar muy lejano”.
La nueva estudiante era tan hermosa que nadie podía apartar los ojos de su persona. Algunos la miraban con sigilo, pero otros en cambio lo hacían con total descaro. La muchacha, ajena a toda la atención de la que era objeto, en ningún momento mostró incomodidad.
Minutos después su maestra le asignó un lugar para sentarse. Ella caminó hasta este lugar. Después de sentarse, la joven se puso a acomodar sus libretas en el espacio que había debajo de su silla. Las miradas seguían cada movimiento que ella hacía. Todos parecían estar fascinados por su aire tan delicado, ¡todos!, menos el muchacho a quien todos llamaban “el huelecuevas”. Él, en ningún momento había mirado a la hermosa joven.
El primer día de clases con la nueva estudiante marchó normal, y el segundo también. Pero al llegar el tercero, esta vez sí, ya nadie pudo aguantar las ganas de querer ganarse su simpatía; pero a nadie se le ocurría cómo.
Durante las clases todos se miraban entre sí. Era como si se preguntaran “¿ya se te ocurrió algo?” Entonces todos movían sus cabezas para decir que “no”. La clase continuaba sin que nadie prestase atención a lo que se explicaba.
Ese día, al llegar la hora del descanso, la muchacha nueva decidió quedarse en el salón. En un rincón permanecía como todos los días “el huelecuevas”. Su cuaderno ya lo había sacado para ponerse a dibujar.
Afuera del salón, bajo la sombra de un árbol de roble se encontraban reunidos los más intrépidos de este salón. El grupo estaba conformado por tres muchachas y por cuatro muchachos. Todos estos cuchicheaban entre sí, pero sin dejar de dirigir su vista hacia el interior del salón.
Angelia mientras tanto permanecía sentada en su silla, sin prestar atención a lo de afuera. El muchacho también permanecía absorto sobre sus trazos. Los dos parecían estar ausentes del mundo que habitaban. Sus compañeros en cambio eran todo lo contrario. Su banalidad era tanta que, a dos de ellos no les había importado lanzarse a hacer el ridículo de sus cortas vidas.
Y así fue como uno de los muchachos, primero, entró corriendo al salón. A continuación saltó, colgándose de las aspas del ventilador. Sus compañeros, al verlo, enseguida se empezaron a reír de su hazaña tan atrevida. El ruido de sus risas rápidamente atrajo al resto del salón que permanecía no muy lejos de ahí.
Las aspas del ventilador soportaron por unos instantes el peso de aquel cuerpo, instantes que para su protagonista significaron segundos de fama. Pero después, sucedió lo inevitable. El ventilador se desprendió con todo y partes del techo que lo sostenía.
El muchacho se había aporreado contra el piso, aumentando así las risas y carcajadas de sus demás compañeros. Todos se habían reído de él, ¡todos!, excepto el huelecuevas. Angelia, por el otro lado, sí lo había presenciado todo, pero esta escena tan tonta, en lo absoluto le había causado gracia o algo parecido.
Otra de las muchachas, tampoco corrió con suerte. Pero ella había creído que la nueva estudiante sí prestaría atención al acto que estaba a punto de ejecutar. Así que, sin dudarlo mucho sacó de la bolsa de su blusa un encendedor. A continuación se dirigió al interior del salón, y presumiendo ser muy valiente, empezó con su jueguito.
Encendía las puntas de sus cabellos para rápidamente apagarlos. Todos sus compañeros le echaban porras. La muchacha, creciéndose ante estas muestras de falsa admiración, enseguida pensó que debía ir poco más lejos. Por lo tanto, sin dudarlo nada, ella siguió prendiéndole fuego a su pelo. Pero ahora dejaba que éstos se consumiesen un poco más de lo debido.
Y entonces sucedió que en una de estas, el fuego, de manera inexplicable, creció muy de repente. La muchacha, al ver lo que le sucedía, en vez de tratar de apagar su pelo, entró en shock. Poseída entonces por el pánico, se puso a gritar y a dar vueltas alrededor del salón…
Al final de ese día, ella fue conocida como “la pirómana”. Poco había faltado para que se quedase calva. De no ser porque la muchacha nueva la había ayudado a apagar el fuego, ahora ella tendría el cuero cabelludo completamente dañado. Esa vez, por la falta del ventilador, todos tuvieron que soportar el olor de pelo chamuscado durante todo el resto de las clases.
Durante los días que siguieron ya nadie intentó ningún otro truquito para tratar de ganarse la simpatía de la bella joven, pero, eso sí, todos terminaron envidiando al huelecuevas. Nadie en su salón pudo entenderlo nunca. Él fue el único que, sin hacer nada, se había ganado la atención de la hermosa extranjera.
Todos los días, a la hora del descanso, para envidia de todos sus compañeros y de toda la escuela, el huelecuevas siempre iba acompañado de la bella joven. Ella, con su brazo colocado sobre el de su nuevo amigo, atravesaba orgullosa toda la plaza cívica. Y todos miraban atónitos al huelecuevas, sin poder entender qué rayos había podido verle ella a él; ¡él!, aquel a quien nadie había querido nunca como amigo, y mucho menos como compañía.
Nadie nunca supo tampoco el origen de la bella joven, ¡nadie!, ni siquiera su nuevo amigo. Angelía tampoco pensaba revelárselo: ella era un ángel que –al ver la soledad del huelecuevas desde lo alto- había decidido caer sobre la tierra para así poder ser su amiga, y también para hacerle compañía.
FIN
Anthony Smart
Diciembre/05-28/2018