Francisco Gómez Maza
• Las vergüenzas: El pasado priista y panista.
• Las promesas: el presente morenista.
Los mexicanos nos hemos envenenado el cuerpo y el alma con puras promesas y puras vergüenzas.
Termina el año y, con él, la era de la corrupción, la impunidad, la simulación y el cinismo. La de la destrucción del bienestar de las grandes mayorías. La de la concentración de la riqueza en muy pocas manos, mayormente por medio del atraco, del robo, del soborno, del moche, del asalto, de la violencia, de la muerte, del dolor, del llanto.
Que no se olvide esa falsaria revolución, cuyos líderes terminaron regalando las riquezas de México a los muy ricos, de adentro y de afuera, del exterior, que violentan todo y a todos los trabajadores.
Comienza otro año, el primero del ciclo morenista, la nueva versión de la aplanadora, aplanadora que arrasó con todo lo diabólico y se inaugura la era simbólica, entendiendo lo diabólico como un tiempo de vergüenzas y lo simbólico como un tiempo de esperanza. Qué feo eso de que la esperanza muere al último.
Muchas promesas del nuevo presidente. La gente no es tonta. Nada tonta. Y ya está pendiente de que el nuevo presidente, que responde al nombre de Andrés Manuel López Obrador, cumpla todo lo prometido y no nos colme de vergüenzas.
Sus enemigos dirán que el nuevo presidente es el demonio. Pero lo dicen porque tienen pánico de perder sus privilegios, esos que les dio el viejo régimen. Y creen que, con López Obrador, México irá al socialismo, al comunismo, como Cuba, como Venezuela (ojalá fuera para allá…), pero no tienen razón. López Obrador es un nacionalista que sólo busca revivir las promesas de la revolución mexicana, una revolución burguesa, encabezada por un hacendado espiritista.
Además, el nuevo dirigente enfrenta muchos hándicaps. Los viejos padrinos de lo que él llamó la mafia no están quietos. Continúan subvirtiendo el orden porque no se resignan a haber perdido el poder de atracar a los mexicanos, metiendo las manos en la enorme olla del dinero público. Y siguen pagando a sus escribas y fariseos, a sus amanuenses, para intentar que él fracase.
También se enfrenta a si mismo con peligro de caer en la tentación del maximato, pues es muy proclive a imponer sus propios criterios sin escuchar a sus críticos. Aquí le dijimos no a su guardia nacional. Adentro de su movimiento también se levantaron voces cuestionando la militarización de las fuerzas de seguridad. Y él no oyó a nadie. O las advertencias le entraron por la oreja izquierda y le salieron por la derecha, sobre todo cuando en campaña fue un decidido defensor del civilismo. Y seguimos advirtiendo: la militarización ya la vivimos muchos en los años 70 en los países latinoamericanos. Y ya la vivimos los mexicanos en el 68 y en el 71. Pero Andrés no escucha.
Esperamos que, de los cientos de promesas lopezobradoristas, sean cumplidas las más trascendentes. No pedimos que se cumplan todas. Pero por lo menos que no se despida a los trabajadores al servicio del aparato burocrático, como ya ocurrió en Hacienda o en el Cendi de Los Pinos. Y que se eleve el nivel de ingresos, y por tanto el nivel de vida de los trabajadores, de todos los mexicanos. Que se calme la violencia de los grandes ricos en contra de los trabajadores pobres, a través de salarios de miedo, de condiciones laborales inhumanas, de explotación y desprecio por el valor del trabajo, sin reconocer que el capital no crece sin la mano de obra de los trabajadores.
Con eso me conformo. Que haya una buena educación para que haya relaciones de producción, justas y equitativas. Con eso me conformo. Lo demás se dará por añadidura. Ah, y no se olviden que la paz es fruto de la justicia.
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