RELATO
-Ya llevo una semana sin poder tocarte. ¿Cuándo podré hacerlo? –Preguntó el hombre-. ¡Cuándo! -Su voz había sonado a queja.
-Eso no podría decírtelo –susurró la joven-. Tengo el presentimiento de que mamá ya empieza a sospechar sobre lo nuestro. Por lo tanto, pienso que lo mejor será que nos sigamos manteniendo distantes por un tiempo más.
-¡Carajo! ¡Eso no puede ser posible! –Vociferó el señor a través de su teléfono-. ¡Te juro que ya no puedo aguantar más estas ganas de poseerte!
-¡Lo sé, lo sé! –Replicó la joven-. Yo también estoy igual que tú. Sufro el no poder ahora besar tus labios, recorrer tu cuerpo entero con mi lengua y…
-¡Ya no sigas más! –La interrumpió el señor-. Ya no digas más, que de lo contrario podría ir ahora mismo a tu cuarto, y entonces sí, no me importaría nada, con tal de desnudarte… -Bib bib bib. La llamada se había cortado.
Los amantes se encontraban en el mismo lugar, la casa en la que vivían. Ninguno de los dos recordaba ya cómo es que un día habían empezado con todo esto. Incesto era el nombre con el que se le conocía. Ellos lo sabían. También sabían que era algo muy prohibido, algo que la gente, la sociedad, encontraba, no solamente degradante, sino que también muy aberrante. El que un padre y su propia hija tuviesen relaciones sexuales; era la cosa más horrible que podía existir. Pero a ellos dos no les importaba. Se amaban…, o tal vez y simplemente se gustaban. Así que, ¿por qué no iban a disfrutar de sus atracciones mutuas? Disfrutar sus cuerpos, sus sudores y –¿por qué no?-, también de sus fluidos…
Ella, la hija, hacía un mes apenas que había cumplido los veinticinco. Él, por el otro lado, ya contaba con más de cincuenta años. Nadie que lo viese caminar por la calle adivinaría que este hombre, bajo aquel rostro insignificante ocultaba un gran secreto: ¡era el amante de su propia hija! La muchacha tampoco dejaba traslucir ni un ápice de lo que hacía. Pero eso sí, si alguien le prestaba la suficiente atención, si alguien lo miraba muy detenidamente, pronto entonces podía encontrar “algo raro” en las maneras y movimientos de este hombre, sí, pero más que nada en su mirada, que siempre llevaba implícita una carga de lascivia, difícil –casi- de percibir para una mirada poco acostumbrada a la contemplación de todo su entorno…
CONTINUARÁ…
Anthony Smart
Enero/03/2019