Por Mouris Salloum George*
Desde Filomeno Mata 8
Si de principios se trata, desde la Declaración de Independencia de México, durante el periodo de Reforma y, básicamente después de la Revolución, nuestra doctrina diplomática tiene como soporte fundamental la No intervención.
A partir de la anexión de la economía mexicana a la de los Estados Unidos en 1994, la soberanía nacional ha quedado literalmente hipotecada y a remolque de Washington.
En el sexenio de Enrique Peña Nieto y específicamente en el periodo coincidente con el mandato de Donald Trump, la relación bilateral quedó sujeta a un obsceno pragmatismo.
Para decirlo pronto, desde la década de los cincuenta el secretario de Estado, John Foster Dulles lo dijo con estas palabras: Los Estados Unidos no tienen amigos; tienen intereses. Al diablo con los principios.
Desde que se firmó el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, los más autorizados analistas de Política Exterior consideraron ese instrumento inequitativo, habida cuenta que no podía haber trato entre iguales entre economías asimétricas de dos potencias desarrolladas y una tercera, la de México, apenas intentando salir del subdesarrollo.
Los hechos demostraron la validez de esa conclusión.
Esta noche Trump dirige un mensaje a la nación, para abordar la crítica situación transfronteriza. Para los mexicanos del llano no se esperan sorpresas. El desquiciado inquilino de la Casa Blanca no se comunicará con los compatriotas de a pie. Lo hará con los nuevos conductores del Estado nacional.
En ocasión de la reciente reunión del Grupo de Lima para continuar la estrategia de la OEA con miras al derrocamiento del gobierno de Venezuela, México apeló a los principios que dicta la Constitución mexicana en materia de política exterior.
Obviamente, ese discurso le vale al Presidente republicano.
¿Quién quiere perder 600 mil millones de dólares al año?
Si de pragmatismo se trata, y de intereses materiales también, según la doctrina Dulles, conviene ponerse a tono en respuesta a la agresiva ofensiva de Trump. ¿Y qué tal si se acepta que eche de territorio norteamericano a todos los mexicanos, tanto visados como indocumentados, unos 12 millones de trabajadores?
Primer efecto: El Producto Interno Bruto anual de los Estados Unidos sufriría un boque de 600 mil millones de dólares. Es el aporte de nuestros transterrados a la economía norteamericana.
De mexicanos es el 18 por ciento de la mano de obra de la que depende la dinámica industria de la construcción.
La agricultura y la pesca, de la que depende la alimentación de los estadunidenses, las mantienen activas y productivas 365 mil connacionales migrantes.
Personal mexicano mueve sectores recreativos, jardinería, servidumbre doméstica, servicios de limpia y aseo públicos. Son labores, que como dijo el clásico, ni los negros quieren hacer.
Desde otro enfoque, en un alto porcentaje, la economía norteamericana es sostenida por el consumo. Las familias mexicanas participan hasta en un 21 por ciento en ese mercado.
El comercio fronterizo del otro lado es sostenido en alto grado y medida por los compradores de los estados norteños de México. Los cruces diarios de la línea suman en determinadas temporadas hasta seis millones de mexicanos que combinan trabajo y compras.
Que levante Trump el muro y espérense las reacciones internas de sus connacionales para saber cuánto cuestan las baladronadas del incontinente verbal.
Por lo demás, Trump no logra derrumbar sus propias barreras: Tiene su gobierno semiparalizado porque El Capitolio le niega el fíat para disponer de cinco mil millones de dólares para el muro en el próximo ejercicio fiscal.
Cerramos el tema con esta recuperación. Mao llegó a decir que los Estados Unidos son un tigre de papel. En 2018 se ha comprobado que el dragón chino tiene Washington, para decirlo en términos beisbolero, en tres y dos. No hay que espantarse con el petate del muerto.
*Director General del Club de Periodistas de México, A.C.