SEGUNDA PARTE
Un año entero pasó volando, tiempo en el cual las cosas se tornaron muy distintas. Los amantes –por mencionar sólo un ejemplo- habían dejado de frecuentar los moteles de paso, lugar en que antes siempre habían saciado todos sus deseos carnales. La vida de cada uno de estos tres personajes había tomado un rumbo muy distinto. De los tres, la que menos se parecía a su yo antiguo era la señora.
Ella, para poca sorpresa de su esposo e hija, fue cambiando sus hábitos cotidianos de manera radical. Si antes siempre fue muy hogareña, ahora era todo lo contrario. Se la pasaba fuera de su casa todo el día. Algunas noches no volvía sino hasta al siguiente día, muy temprano. A esa hora su esposo ya se había ido a su trabajo como burócrata del gobierno, y su hija, aquella que siempre la había tratado con indiferencia, permanecía todavía en su cama.
La mujer, sintiéndose cansada y con mucho sueño, siempre se dirigía a su cuarto. Al llegar a su cama, sin desvestirse y sin desmaquillarse, se tiraba boca abajo sobre aquella superficie, la misma en la que su esposo hacía mucho tiempo que ya no le regalaba “amor”.
¡Qué vida la de ella! Cuan difícil no se le había hecho fingir que no sabía nada, ¡cada vez que los miraba!, mientras ellos desayunaban tan plácidamente. Sentados en la misma mesa, ella siempre tenía que aguantarse las ganas para gritar y así confrontarlos. Muchas veces se imaginaba que lo hacía, que lentamente les iba tirando comentarios indirectos a los dos, tan solo para observar sus reacciones faciales. “Así que ya lo sabe”, imaginaba ella en el rostro de su esposo o de su hija. La mujer no sabía a cuál de los dos aborrecer más. ¿Por qué?, se preguntaba con los ojos cerrados. ¡Por qué!, si ella de buenas a primeras había accedido a adoptar un niño aquel día en que su esposo, llorando mares, le había confesado que era estéril. “Maldita la hora en la que me decidí por una niña”. ¿Por qué no hice todo lo contrario? ¡Por qué no adopté a un niño!”, se recriminaba ahora mentalmente la señora. “Él al menos, tal vez y no me habría tratado tan mal. Ella en cambio, como si intuyese que yo no soy su madre verdadera, no ha hecho más que odiarme a su manera”.
La mujer, después de pasársela pensando un montón de cosas más, finalmente se durmió. La escena de ella tirada sobre su cama se veía un tanto graciosa. Todo su cuerpo regordete esparcido sobre el colchón era digno para ser retratado por un fotógrafo de esos que presumen que cualquier cosa ahora es arte. “Gorda sobre su lecho”, seguramente que se titularía el cuadro; pieza de “arte” que se vendería en Christie´s en varios millones de dólares.
Las horas pasaron, como debía de ser. La mujer, con el sueño que tenía, para nada se despertó. Había dormido desde las seis hasta las dos de la tarde. De no ser porque el hambre le empezó a causar dolor en su estómago, ella de buena gana habría seguido durmiendo. Pero tampoco quería darle más motivos a su “hija” para que ésta la aborreciese aún más. “Además de gorda, ahora también ya eres perezosa”. “¡No! ¡De ninguna manera lo permitiré!”, pensó la mujer con energía. Y entonces, rápidamente, se puso de pie.
El reloj marcaba las 3 de la tarde. El silencio en la cocina era tal que se podía escuchar el ruido que las manecillas hacían al girar. “Tic tac, tic tac…” La mujer desdichada se sentó ahí mismo para comerse el sándwich que ella misma se había preparado minutos antes. Mientras masticaba, después de repasar mentalmente todo los sucesos del día anterior, decidió que lo mejor era hacer planes sobre la noche que estaba a pocas horas de llegar….
CONTINUARÁ…
Anthony Smart
Enero/08/2019