CUENTO
Hace ya un tiempo atrás, cuando madre e hijo vivían en una casita de techo de paja y de paredes de tierra roja, la vida para ellos dos era la cosa más maravillosa que podía haber. Ambos eran muy felices, a pesar de sus extremas pobrezas.
Madre e hijo sobrevivían gracias a las muchas cosas que encontraban para hacer, las cuales eran bastantes. Ella limpiaba y lavaba casas ajenas…; su hijo, en cambio, juntaba, limpiaba y vendía botellas de plástico. Cuando le iba bien, el niño siempre regresaba a su casa con panes y barras de francés, además de alguno que otro dulce.
La señora se sentía muy orgullosa de su hijo, ya que éste -a diferencia de muchos otros niños, que no eran tan pobres como él -sí estudiaba, y mucho. Tan pobres eran que, a veces, el niño siempre terminaba yendo a la escuela sin desayunar. Al verlo partir, con la mochila sobre sus hombros, su madre sentía mucho dolor por él.
Todos los días, durante las clases, sus compañeros empezaban a burlarse de su pobreza, de sus zapatos agujereados; de sus ropas raídas, pero sobre todo de su mal aliento. Y no es que a Breathno le gustase cepillarse los dientes, sino que simplemente padecía de un terrible mal: halitosis. Pero él no sabía. Bueno; no en su totalidad.
Y como siempre sucedía, cuando algo malo le ocurría, él nunca había querido contárselo a su mamá. Porque estaba seguro de que ella, al enterarse, enseguida se pondría muy preocupada. Al tener solamente dineropara ir sobreviviendo el día a día, Breath sabía que si se lo decía, ella no descansaría sino hasta encontrar el origen de su mal. Esto solamente significaría gastar el poco dinero que tenían en un médico especialista…
Al terminar las clases, de regreso a su casa, el niño siempre se detenía en el mismo lugar, un rincón del cual brotaba una pequeña mata de menta. Agachándose frente a ella, cuidosamente le arrancaba unas cuantas hojas, que rápidamente se llevaba a la boca. Sentado sobre una roca, Breath se ponía a pensar y a cuestionarse cosas sobre su situación. Pasado un rato, cuando las hojas ya estaban muy bien masticadas, soplaba contra la palma de su mano, tan sólo para comprobar si su boca ya no apestaba demasiado. Sintiéndose entonces un poco más tranquilo, se ponía de pie, volvía a colocarse la mochila en los hombros, y nuevamente reanudaba su camino.
Al llegar a su casa,sentado ya a la mesa, su madre siempre le hacía la misma pregunta de todos los días: “¿Cómo te fue hoy, hijito?” Breath entonces le respondía “muy bien”, mientras engullía algo de comida que a ella le habían dado en forma de paga. El niño comía, sin mirar a su madre.Ésta no podía intuir lo que a su hijo le sucedía en la escuela. ¡Cómo sufría el niño por dentro! A veces llegaba a sentir que ya no podía seguir ocultándolo más. Pero, cuando pensaba en contárselo a su madre, y en lo mucho que ella se preocuparía, rápidamente se arrepentía. “Los niños de mi salón se burlan de mí porque soy muy pobre”. ¡Ay! De ninguna manera debía decírselo. Breath pensaba que si su alma ya había soportado bastante tiempo las burlas de sus compañeros, tarde o temprano ellos terminarían cansándose. Entonces él por fin podría sentirse a salvo. Así pensaba el niño; sin embargo él no imaginaba que la peor parte estaba por venir.
Semanas después, las burlas hacia su persona aumentaron. Gracias a todo esto, Breathempezó a sentir un odio intenso hacia sí mismo. Durante las clases no podía concentrarse, por más que se esforzase. Por más que lo intentaba, él no podía alejar su mente ante el temor de lo esperado: apenas salir de su salón, todos los niños le caerían encima, llamándole todo tipo de cosas feas. Cada día de escuela iba convirtiéndose en un infierno total para su alma…
Un día de esos, cuando a Breath se le hizo insoportable la vergüenza por lo que le había dicho el niño más malo de su salón, a la hora del recreo, huyó. Corriendo a toda prisa, sin detenerse nunca, se dirigió hasta su casa… Al llegar, se detuvo un instante para tomar aire. El esfuerzo hecho lo había agotado demasiado. Todo el cuerpo le sudaba, y la cara; sentía que la cara le seguía ardiendo por la vergüenza padecida. Breath sentía que ya no podía haber escapatoria para él. Así que, pensando en esto, rápidamente caminó hasta la pequeña cocina y tomando fuertementeel único cuchillo que había, intentó cortarse las venas. Pero el cuchilloni siquiera pudo rasgarle la piel, ya que no tenía nada de filo. Al ver en su intento de suicidio un fracaso más, dejándose caer sobre el piso de tierra, Breath se puso a llorar su desgracia.
“¡Ay, mamá! ¡Noooo!”, empezó a decir entre sollozos. “¡Juro que ya no aguanto más! Esos niños ¡son muy malos!” Breath lloraba un mar. Las lágrimas surcaban toda su cara hasta caer sobre sus rodillas. El niño retorcía su cuerpo, mientras su mano derechaseguía sosteniendo el cuchillo. Era martes, día en el que a su madre le tocaba cocinar en una casa ajena. Breath creía que de estar ella ahora aquí, se lo contaría todo. Pero no era así.
A consecuencia del dolor muy grande que se había desatado en su interior, Breath ahora solamente deseaba una cosa: ¡morir! Porque creía que solamente muriendo podría liberarse de su pobreza, de toda esta carga que no lo dejaba ser como los demás niños de su edad. Breath pensaba que no podía haber en todo el mundo otro niño más desgraciado que él. Sin darse cuenta de ello, su mano ya había soltado el cuchillo…
Debían de ser ya la una, sino es que más. La luz del sol se metía por un hueco que tenía el techo de huano. Breath, con los ojos húmedos todavía, miraba fijamente el punto sobre el cual caía la luz, formando así una pequeña circunferencia. La cocinita se veía hermosamente iluminada por la poca luz. Breath permanecía con la espalda apoyada contra la pared de tierra.
“¡No quiero seguir viviendo!”, exclamó cuando por fin se incorporó. “¡Ya no quiero seguir soportando el rechazo y las burlas de mis compañeros!” Terminado de decir lo anterior, Breath se agachó y, al levantar el cuchillo, se puso a meditar. Así estuvo varios minutos: meditando, hasta que, recordando el rostrode su madre, moviendo muy rápido su mano, se clavó el cuchillo en el pecho, justo sobre su corazón. “¡Ayyy!”, gritó. “¡Ayyy!” Lentamente su camisa blanca fue tiñéndose de rojo. Breath, que cerraba y abría los ojos, para soportar el dolor físico, enseguida se puso a repasar mentalmente el dolor emocional causado en él por sus compañeros de clase. Al hacer esto, sus dos dolores se confundían entre sí. Engañando entonces al dolor físico, Breathempezó a sonreír, mientras el cuchillo seguía traspasándole el pecho. “Esto no duele, comparado con lo otro”, pensó con un ímpetu férreo. A continuación, a pesar de estar sufriendo lo peor, se dedicó así mismo una sonrisa de triunfo… Por fin estaba logrando lo que tanto él quería.
El niño murió, dejando a su madre sola y completamente destrozada. Sus compañeros de clase, por el contrario, en lo absoluto mostraron signos de dolor. La muerte de su compañero, únicamente pareció alegrarles sus existencias. Porque ya no iban a tener que soportar más el tener que ver su aspecto, pero sobre todo; ya no tendrían que soportar más a su mal aliento.
Breath, al morir atormentado, y siendo solamente un niño; cuando su espíritu se dirigía hacia el cielo, estando ya en la mitad del camino, de repente, fue interceptado por el Demonio. Éste lo había detenido, como si fuese un policía de tránsito. “Alto ahí”, dijo, bloqueándole el paso con la palma de su mano. El espíritu del niño, sin poder hacer nada para huir, obedeció. El Diablo entonces empezó a soltarle su labia, diciéndoleun montón de feas ideas. “No puedes irte al cielo todavía, ¡aún no!”, fue lo primero que le dijo. “Tu espíritu debe regresar ahora mismo a la tierrapara hacer que esos niños paguen todo el dolor que te hicieron”. Breath, que aún seguía estando triste, al escucharlo con indiferencia, solamente le respondió que eso para nada le importaba. También le dijo que los niños ya tendrían su merecido, tarde o temprano, pero que no sería él quien se los daría. “¿Así que además de ser pobre, también eres un cobarde?”, preguntó el Demonio, riéndose mucho de sus palabras. El espíritu de Breath, enérgicamente, protestó, alegando que el Demonio no sabía nada… Así se la pasaron discutiendo, por más de una semana, hasta que el Demonio finalmente terminó por convencer al niño; o más bien a su espíritu. “Entonces vayamos a mi casa. Allí te explicaré que es lo que harás”, añadió. Breath, que en todo momento se había mostrado indiferente, después de razonar un poco más las cosas, finalmente se dio la vuelta y, a la velocidad del rayo, fue siguiéndolohasta el infierno. El otro ya se había alejado miles de millones de kilómetros.
El espíritu del niño regresó a la tierra, dos meses después de que su cuerpo murió. Éste le había contado al Demonio la manera en como sus compañeros se reían de su pobreza y de su mal aliento. El Demonio había escuchado cada una de sus palabras con mucha atención, cosa que al espíritu de Breath le había gustado mucho. “Cuando yo vivía, nadie me prestó tanta atención”, reflexionó Breath. El Demonio no había dejado de mirarlo, ya que buscaba un nuevo nombre para su nuevo amigo. “¿Dices que se burlaban de tu mal aliento?”, preguntó, con una voz dulce. “Sí”, respondió el niño, sin levantar la mirada. “Mi aliento siempre terminaba apestando horrible, cada vez que me veía obligado a comer cucarachas, y otros insectos.”, añadió.“¿Y por qué lo hacías?”, preguntó el Demonio. “¡Porque en casa no había dinero suficiente para llenarme el estómago!”, replicó el niño. Y en ese mismo instante recordó todo lo vivido. “No te pongas así”, dijo el Demonio, cuando vio que a Breath se le empezaban a humedecer los ojos. Su voz era de un tono paternal.
Ambos personajes siguieron platicando, hasta que el Demoniole dijo al espíritu: “¿Sabes qué?” –El niño por primera vez levantó los ojos para mirarlo. Y cuando su mirada se encontró con la del Diablo, éste le dijo: “¿Sabes qué? -Al instante de callar, acercó su rostro al del niño, y soplando su aliento sobre el rostro de éste,añadió: “De ahora en adelante te harás llamar“El aliento del Diablo”. El niño no dijo nada, pero su rostro mostró desconcierto. “¿El aliento del Diablo?”, pareció preguntarse. “Sí, ¡eso mismo!”, afirmó el Demonio, moviendo su cabeza. “Ya lo entenderás”, pensó, riéndose de manera demoniaca.
“¡Pronto lo harás!” –Ja ja ja- se carcajeó.
El tiempo pasó y el pueblo donde había vivido Breath se hallaba ahora sumido en el terror. Todos los que eran papás temían mucho por sus hijos, debido a que últimamentevarios niños ya habían muerto. El pueblo entero vivía en la paranoia. Y no podía ser para menos. La muerte del último niño en cuestión había sido muy horripilante. Los demás niños que venían caminando detrás de él lo habían presenciado todo.
Aquel se encontraba como siempre molestando a sus demás compañeros. Los niños venían caminando a la orilla de la carretera. El malo los empujaba hacia adentro. A esa hora de la tarde, alguno que otro camión enorme transitaba por ese mismo camino. Los niños que eran empujados no se atrevían a decirle nada a su agresor, porque le tenían mucho miedo. De buena gana aceptaban lo que les hacían. El agresor era el mismo de siempre, aquel que un día le había dicho a Breath que su aliento apestaba a podrido.
Este niño era el más temido de toda la escuela. Por lo tanto él se merecía una muerte como ninguna otra. O esto era lo que ahora pensaba “el aliento del Diablo”, que venía detrás de él, en espera del momento indicado para mandarlo directito al infierno, al mismo lugar donde ya estaban todos los demás niños fallecidos.
“Vamos, ¡sigue haciendo tus maldades!”, susurraba en el oído del niño malvado “el aliento del Diablo”. “Ya estoy aquí para quitarte del camino.” El niño agresor, malvado por naturaleza, no podía darse cuenta de que ahora alguien lo incitaba a cometer maldades. Uno, dos… Breath contaba las veces que el agresor iba empujando al niño más débil. Ninguno niño le decía nada. ¡Nadie se atrevía a hacerle frente! Mientras tanto “el aliento del Diablo” seguía esperando.
“¡Hasta aquí llegaste!”, exclamó el aliento del Diablo, cuando el malvado empujo muy fuertemente al débil. Al instante de decirlo, el aire sopló muy fuerte. “¡Hasta aquí llegaste!” Breath había soplado su aliento sobre el agresor. El malo entonces se había tambaleado. Éste, sin poder mantener el equilibrio, cayó sobre la carretera. De repente, como de la nada, un camión enorme surgió en el instante mismo en que su cabeza tocaba el asfalto. Sin darle tiempo para levantarse, las llantas fueron pasándole sobre toda su cabeza. “Crash, crash”. Todos, sin excepción,escucharon el ruido que la cabeza del malo hacía cuando las llantas la destrozaban. Algunos, de tan asustados que estaban, dejaron tirados ahí mismo sus libros. Todos habían quedado completamente aterrados por la horrible escena. Los sesos del niño quedaron esparcidos sobre la carretera. Uno de sus ojos había rodado unos centímetros, como si fuese una canica. El color de su sangre, rojo intenso, se confundía con el color del asfalto. La sangre, por lo fuerte del sol, se iba secando muy rápido…
En la actualidad ya llevan muertos veinte niños. Y hasta ahora nadie en este pueblo se ha dado cuenta de un detalle: que todos los muertos eran niños malos.Nadie hasta ahora sabe tampoco -y jamás lo sabrán- que todas estas muertes no han sido causadas por un accidente, u otra cosa, sino que todo ha sido obra de… El Aliento del Diablo.
FIN.
Anthony Smart
Febrero/16/2019