Francisco Gómez Maza
• Les exigen castidad a los jóvenes laicos desde la hipocresía
• Asustan a los seminaristas con el petate del muerto del infierno
Hace ya muchos años, los ministros religiosos, particularmente católicos, cuidaban enfermizamente a los seminaristas en relación con las prácticas que todo ser humano trae en lo que la moral católica llama concupicencia. Los cuidaban como policías, desde los ventanales de los dormitorios, uno por uno, a ver quién estaba masturbándose, o quien se levantaba y se acostaba en la misma cama de un compañero. Cuándo los seminaristas se levantabana, por la noche, para ir al sanitario, los cazaban por agujeros hecho en el cielo razo de y por ahí los vigilaban mientras hacían sus necesidades. Lo que llamaban “amistades particulares” estaban prohibidas. Ningún seminarista podía cultivar amigos personales.
Con esa educación, lo que los falsos educadores lo único que lograban era todo lo contrario. Si los seminaristas abandonaban el seminario ya era personas enfermas y arrasaban con todo. Si llegaban a ordenarse, la peor condenación que caía sobre ellos era el voto de castidad, que muy pocos cumplían. Pero no era tan dramática la felonía. El sacerdote, ya en su parroqui,, se conseguía una noviecita y con ella vivía y se refocilaba al amparo de la oscuridad y alejado de las miradas de sus feligreses. Pero las cosas fueron deteriorándose, pervirtiéndose y llegaron a tal grado de diiabolismo que las víctimas ya no fueron sólo una mujer, sino muchas, y niñas y niños.
Particulamente niños, porque durante los años de formación se agudizaba el homosexualismo entre los candidatos al sacerdocio, Y los que llegaban a ordenarse de sacerdotes pues ya iban con el cáncer en las venas y en los órganos sexuales. No respetaban nada. Las primeras víctimas eran las catequistas, luego las mismas monjas y los monaguillos. La locura de la ansiedad por el sexo prohibido por el voto de castidad que tenían que hacer el día de su ordenación sacerdotal.
Los sacerdotes conscientes preferían pedir su reducción al estado laical y se casaban, tenían hijos y formaban una familia ejemplar. Los enfermos se quedan a darle prácticamente en la madre a la estabilidad emocional de niños, niñas, catequistas y monjas. Cuántas monjas son violadas y esos casos se quedan en el silencio. Hace años hubo en México un representante del Vaticano, un delegado apostólico, que tenía aun ejército de religiosas y cada noche una de ellas, diferente a las otras, tenía que acompañar el delegado en la cama.
Un fenómeno inacabable que acaba con la estabilidad emocional de mucha gente. Y los curas no hace nada. Menos los obispos. El papa se vio en la necesidad, hace poco, de hablar fuerte por lo escándalos de la pederastia y la pedofilia escandalosas en la República de Chile, en Estados Unidos y en Europa. Pero fuera de ello, las cosas están condenadas a no desaparecer, Conozco el cebo de mi ganado. Un ganado terco como las mulas.
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