Francisco Gómez Maza
• Corrupción, filosofía de vida
• Todo se arregla con dinero
Corrupción ha sido la filosofía de vida del político mexicano y de muchos, muchísimos mexicanos, que siguen el perverso principio de que “quien no transa no avanza”.
En este país todo se arregla con dinero. Recuerdo que, hace apenas medio siglo, los agentes de tránsito eran llamados mordelones, aunque muchas veces eran transados por el automovilista. Las licencias de manejo eran unas placas de metal cobrizo que venían metidas en una carterita color verde. El automovilista siempre traía entre la plaquita, la licencia, y la carterita un billete de un peso, doblado en cuatro.
Así, cuando el policía le pedía la licencia al conductor, que había cometido una infracción, éste se la daba; el agente metía los dedos en la carterita para sacar el documento, pero se hallaba tentando un billete. Lo sacaba muy sigilosamente, se lo metía en la bolsa del pantalón y le decía al conductor: váyase, no vuelva a hacerlo. Y cuando el automovilista había desaparecido, el cuico se encontraba que había sido engañado. Un peso… qué vergüenza…
Así que la corrupción estaba, y está, en todo. Un día me contaron esa anécdota clásica del chino que viene a México a invertir su dinero. Quiere instalar una fábrica de tiquis y da vueltas y más vueltas para conseguir la autorización de las autoridades. Pasan los días, las semanas y la burocracia no le resuelve nada. Hasta que se le ocurre ir a ver al presidente.
Consigue la cita mediante una pequeña mordida al encargado de la agenda del mandatario. Y el día que se halla ante él, le dice: señol presidente. Ya no puedo más. Llevo meses pidiendo pelmiso para instalal la fábrica de cohetes chinos y nadie me hace caso. Mire presidente. Le doy 500 mil pesos y no se lo digo a nadie, pero deme el pelmiso. Y el presidente le responde: deme un millón, señor Chong, y puede usted decírselo a quien quiera. Y a la corrupción se agrega el cinismo, la desvergüenza.
Recuerdo que, en los años de las dictaduras del subcontinente sudamericano, era clásica la comparación. En Brasil, la filosofía de vida de los brasileños era la hipocresía. Muchos eran empleados de gobierno de día y, de noche, se convertían en guerrilleros que luchaban en contra del gobierno militar. Y esa filosofía fue desechada cuando se acabaron las dictaduras. En México, la filosofía de vida era la corrupción. Y han pasado los años, gobiernos van y gobiernos vienen, y sigue siendo la corrupción, aderezada por la impunidad, la simulación y el cinismo.
Grandes fortunas – a todo el país le consta – se ha levantado gracias al asalto al Erario al robo mediante facturas falsas, al moche, a la mordida, a la iguala, al peine, a la payola, al chayote.
Y los afectados, aunque usted no lo crea, han sido las mayorías. Los gobiernos, generalmente, integrados por políticos corruptos han desviado millones de pesos que deberían de haber sido destinados a programas para el desarrollo humano, para el bienestar, para sacar de la pobreza a millones. Los pobres se incrementan en la medida en que aumenta exponencialmente la riqueza de políticos y empresarios corruptos.
Ahora, López Obrador busca acabar con la corrupción. No hay discurso en el que no se refiera a ello. Pero no sé por qué no persigue a los grandes corruptos. No lo entiendo. Tiene que dar un golpe de mano, mediático. Como dicen en mi terruño: todavía es tiempo de que mate su gallo, lo que significa que tiene que demostrar quién es el que manda. Y si manda realmente el pueblo, el pueblo le está pidiendo hechos, porque los corruptos andan riéndose, yendo y viniendo, viajando al exterior, gastándose el dinero del pueblo en paseos lujuriosos, enamorando modelos a las que sólo les interesa el buen trato. Y buen trato significa lujos, regalos caros, dinero en efectivo, a cargo del Erario. Eso pasa, señor presidente. Y usted lo sabe. Como decía un colega periodista de pueblo: no se diga más. Todo se ha dicho alto y claro.
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