* Al poder no se le conduce como si fuese un caballo. Es sutil juego de inteligencia y negociación, en el que lo primero en quebrarse son las lealtades, y lo inmediato en aparecer, las traiciones
Gregorio Ortega Molina
Servirse del lenguaje figurativo para puntualizar quién es quién en asuntos de poder es mal asunto, porque permite entrever la duda al reiterar, toda vez que se lo exigen las condiciones políticas en que se gobierna, que el que manda es el de la voz. Insistir en verbalizar lo que ha de darse por sentado, puede querer decir que el que cree mandar no las trae todas consigo, o que si efectivamente tiene el control del Estado, no lo sabe porque duda.
La aprobación ciudadana del 80 por ciento o más es índice que indica popularidad, quizá que reconoce acierto en las decisiones tomadas y la manera en que se abre el escenario social en el que el pueblo bueno encontrará el espacio económico y profesional para redimirse y resolver, de una vez por todas, esa lucha de clases que le instigan contra los fifís.
Tarde convocan a la reconciliación nacional. El encono fue alentado desde el gobierno, precisamente con la idea de tomarlo por las riendas, y al creer que así se logró hacerlo, percatarse de que dejar que el pueblo mande es impulsar otro corrimiento en los factores de poder, para así compartirlo con quien se convierte en un compañero de ruta exigente por su número, y por lo que esperan del que dice mandar. Las expectativas generadas en los precaristas, en las víctimas de la pobreza y pobreza extrema, en los que tienen hambre, en los que suman deudos por la guerra contra el narco, favorecerá que pronto se hastíen del discurso, a menos de que los convoquen a tareas cívicas y a ellas los avoquen ya.
El poder está lejos de requerir de riendas para conservarlo y ejercerlo. Se conquista por desesperación de los electores y respuesta adecuada en el discurso de quien lo busca, pero lo primero que ha de hacerse al tenerlo, es apaciguar a esos desesperados que ya no ven la suya, porque el neoliberalismo modificó las reglas del juego, y los gobiernos no lo equiparon ni educaron para reinsertarse en la globalización, el libre mercado y la desaparición del corporativismo.
Los escenarios en los que hoy se dirime esa lucha por el poder y las oportunidades sociales, es totalmente diferente a como los heredaron a sus sucesores José López Portillo, Carlos Salinas de Gortari, Ernesto Zedillo, Vicente Fox y Enrique Peña Nieto. La guerra al narco merece capítulo aparte.
Al poder no se le conduce como si fuese un caballo. Es sutil juego de inteligencia y negociación -como parece querer mostrar que ya comprende con su discurso ante la Asamblea de los banqueros-, en el que lo primero en quebrarse son las lealtades, y lo inmediato en aparecer, las traiciones.
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