Francisco Rodríguez
Después de los últimos seis presidentes de la República, Emilio Gamboa Patrón es sin duda el priísta más rico de México. Cada uno de los cargos políticos que ocupó en el lapso de las últimas cuatro décadas le redituaron enormes capitales… y no precisamente porque le hayan sido bien pagados, sino por toda suerte de bisnes en los que participó personalmente o a través de interpósita persona.
De pocas lealtades, que no sean las que se profesa a sí mismo. Baste recordar su traición a quién lloró pidiendo cobijo y después apuñaló por la espalda, el original secretario particular de Miguel de la Madrid, Alfonso Muñoz de Cote. La manera tan ruin en que filtró de su escritorio a la revista Proceso el documento en que se culpaba a Jorge Díaz Serrano por construir la Torre de Pemex y, según sus secuaces, desplomar el precio del barril de crudo en los mercados internacionales. Todo, por desbarrancarlo de su cercanía con De la Madrid y quedarse en el lugar de su benefactor Muñoz de Cote.
Todo por abandonar el barco en que se hundía su jefe, el extinto Ricardo García Sainz, y servir de rodillas al nuevo ocupante de la Secretaría de Programación y Presupuesto, el nefasto “hombre gris” que después sucedería a don José López Portillo.
Ya en Los Pinos, Emilio recibía los fondos de “caja chica” que el Banco de México proporcionaba a la casa presidencial diariamente –un millón de aquellos pesos– “para gastos imprevistos”. Los viernes en la noche, Gamboa y sus achichincles sacaban los “sobrantes”, escondidos en cajas de champaña para engordar su peculio personal. El EMP creía que lo que se robaban eran botellas del espumante.
Una fortuna que, sumada a todos los negocios que acumuló a su paso, arroja –sólo en obra pictórica de Dalís y Picassos, valuada por una casa de arte y subastas neoyorkina– un monto de 550 millones de dólares, mínimo. Esto, independientemente de otras propiedades, que lo hacen uno de los “políticos” más ricos del país. De esa estofa es esta figurita.
Propiedades de su papá, arrebatadas a los mañosos
De todos sus obscenos latrocinios e iniquidades, se recuerda el episodio quintanarroense, cuando el gobernador Mario Villanueva, después caído en la desgracia y en la vejación absoluta, perdió su patrimonio familiar en propiedades que pasaron a manos de Emilio Gamboa Martínez, coincidentemente papá del yucateco voraz.
Sucede que un empresario que había sido contratado por Víctor Cervera Pacheco para desarrollar un proyecto exitoso de hidroponía en Yucatán, fue contactado por el gobernador de Quintana Roo para replicarlo en su tierra, por un costo de 430 millones de pesos, suma de la que Villanueva pidió el 10 por ciento de comisión.
El empresario en cuestión compensó a Mario Villanueva con propiedades que tenía en Veracruz y le traspasó las escrituras a Mario. Hasta ahí lo “normal”.
Pero un mal día, se presentó una pandilla de gangsters en las oficinas del empresario en las calles capitalinas de General Prim, “levantaron” al infeliz, lo secuestraron en una casa de Cuernavaca y lo torturaron para preguntarle por qué tenía esas escrituras el gobernador Mario Villanueva.
Pocos meses después, Mario Gamboa Patrón, hermano de Emilio, amenazó de muerte al empresario y al cabo de un tiempo, los documentos notariales aparecieron a nombre del señor Emilio Gamboa Martínez. ¡En un acto de “magia” inexplicable, las propiedades habían pasado, de manos de los narcosecuestradores, a las del papá del “prócer” Gamboa Patrón!
Al serle reclamadas las propiedades al gerifalte, éste aceptó — tras negaciones primero y estira y aflojes, después–, con todo cinismo el hecho y ofreció regresarlas pues el escándalo era inminente, “a cambio de un millón de pesos para los gastos notariales” ¡Vaya descaro! La pregunta que todos los observadores se hicieron fue obvia: ¿Cómo habían cambiado de manos las propiedades? ¿De Villanueva a los narcos? ¿De los narcos al padre de Gamboa? ¿A quién beneficiaba el secuestro del empresario?
“Hay que ayudarle al señor Presidente, hermanito”
Este suceso se dio casi al mismo tiempo en el que se revelaban las aventuras de pederastia del senador con su “cuatazo”-“hermanito” Kamel Nacif, y el recuerdo de las niñas, adjetivadas como “botellitas de cognac” al servicio de sus abusadores.
Las grabaciones telefónicas en las que el senador se comprometía con Kamel Nacif a modificar la aprobación de leyes y decretos sobre juegos y sorteos para establecer casas de juego al interior del Hipódromo de Las Américas en favor del libanés y toda una serie de fantasías y manipulaciones como infames ganchos para extorsionar al pederasta textilero.
¿La gente se pregunta cuál es el sistema que utilizaba Gamboa para permanecer eternamente aferrado al hueso?
El mismo que ha utilizado siempre: el quedar bien por medio de obsequios de lujo y permisos de gran tamaño a quienes se perfilan a ocupar la Presidencia y a sus familiares más cercanos, al costo del dinero y la indignidad que se necesite, no le importaba si procedían del tricolor o del blanquiazul.
Haciendo llegar a los oídos del poderoso en ciernes, que no dejaba pasar oportunidad para pedir a los poderosos y a los periodistas bajo su nómina “ayuden al Presidente”, sea quien este haya sido, lo que se conoce en la jerga de los publirrelacionistas como la “técnica Galindo Ochoa” de los trepadores.
Toda barrera pudo ser franqueada por su extrema ignorancia y hambre de poder. Así se ganó secretarías particulares, fortunas, diputaciones, senadurías, negocios, ministerios y privilegios de todo tipo como seguir manejando durante el peñato, a través de prestanombres, el IMSS, Fonatur, áreas de la SCT y las API’s de todos los litorales, una personita que no tiene la mínima formación política, ya no digamos intelectual.
Dejando en el camino de su ambición cualquier zalea, cualquier prestigio, cualquier compromiso, sin importar quién tenga que solventarlo, que ya habrá ocasión de cobrar y repartir, siempre y cuando le tocara a Gamboa la parte del león.
Todo, en aras de aferrarse a la obsesión existencial del “hueso”.
Pero ya se le acabó. Ya dejó de roerlo. Hoy sólo es caddie de Enrique Peña Nieto. Esto es, el que la carga los palos.
Ambos sólo esperan que la justicia se haga sobre ellos.
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