CUENTO: SEGUNDA PARTE
Un grupo de pavos se encontraba llevando al Turkey Fumarolas a su última morada. Su cuerpo iba metido dentro de una caja de detergente Foca. Dos pedazos de soga de fibra de henequén cruzaban ambos lados de la caja, para así poder mantener bien cerradas las tapas de arriba y de abajo; a pesar de que éstas últimas de por sí iban engrapadas con pedacitos de alambre. Algún pavo con buena alma lo había ido a buscar en el mundo de los humanos y lo había traído para aquí que así sirviese de ataúd al cuerpo del ex pavo vanidoso.
El cortejo fúnebre avanzaba lentamente. La mamá pava y su hija –luego de seguirlos con la mirada-, decidieron unirse al grupo; pero no porque hayan sentido pena por el fallecido, sino que simplemente tenían la curiosidad de ver y de saber cómo sería los últimos instantes de aquel pavo.
-¿Será que lo lloren mucho? –preguntó la pava a su hija. Los demás ya se habían alejado más de media esquina. Su hija, batiendo sus alas, le respondió: “¡Quién sabe!” La señora pava, repasando en su mente la lista de cosas que tenía para hacer en su casa, al ver que solamente le faltaba lavar los platos de la noche anterior, enseguida dijo: “¡Vayamos con ellos!” Su hija, que también ya tenía hecho sus deberes, aceptó.
Minutos más tarde, madre e hija ya formaban parte del cortejo fúnebre. Los pavos, en su mayoría adultos, caminaban en silencio sepulcral. Coincidencia o no; ese día en el mundo de los humanos un volcán gigante había hecho erupción: “El Pavocatépetl. Por lo tanto, su enorme fumarola también parecía ir con ellos.
Llegar hasta el cementerio de animales les había tomado más de media hora a los pavos. Los dos que cargaban la caja se habían cansado mucho, a pesar del palo atravesado por debajo de las sogas, lo cual ayudaba a esparcir el peso del cuerpo del difunto. Durante todo el trayecto, varia veces se detuvieron a descansar. Apenas tocar la caja el suelo, todos se ponían a abanicarse con sus alas. Pero antes:
El sol del mediodía ardía con toda su intensidad. La mamá pava caminaba sin dejar de mirar a una pavita- que aparentaba tener la misma edad de su hija. Y es que aquella iba vestida de una manera muy extravagante. Las plumas de su cuerpo estaban pintadas de color fucsia. Aparte de esto, su cabello estaba cortado a lo punk.
-¬¬¬¿Ya viste a ésa? –preguntó a su hija. Su tono de voz era el de un susurro. Su hija, imitándola, le respondió:
-Sí. ¡Pero no la conozco! No creo que sea de aquí. Su estilo lo demuestra.
-Seguramente que ha de ser una de las amigas loquitas del Turkey Fumarolas –observó la mamá pava-. A leguas se nota que no está muy bien de la cabeza. ¡Mira nada más su atuendo –hizo una mueca de disgusto-, y esos aretes en su lengua y cejas… –Esta vez mostró desprecio. ¿Qué será esa cosa que lleva arrastrando?, lanzó al aire.
-Ay, ¡mamá! –Exclamó la hija, cuando la señora volvió a mencionarle las ropas de la joven desconocida-. ¡No está bien que juzgues a una de nuestra especie, tan sólo por cómo va vestida! Eso es lo de menos. ¿Sabías tú que cuando alguien hace este tipo de comentarios se le dice “prejuicioso”? La señora pava, que sabía lo que esto significaba, objetó:
-¡Mejor ya no digo nada entonces! –Estaba más que indignada. Se le notaba molesta. Veo que he hecho mal al señalártela –remató.
Más tarde, cuando el cortejo fúnebre hizo su entraba al cementerio de los animales, la mamá y su hija fueron las últimas en traspasar aquellas rejas de hierro forjado, las cuales estaban llenas de adornos del mismo material. Se cuenta en el mundo de los humanos que este cementerio fue fundado por un niño que, recordando a su conejito muerto, se hizo a sí mismo la promesa de que, cuando fuese grande, compraría un terreno que solamente serviría para que la gente enterrase a sus animales. Pensaba que, como él, debían de haber otros niños que también querrían saber el lugar exacto donde estaban enterradas sus amadas mascotas. Pero, al morir siendo ya un anciano, ya nadie más vino a este lugar. El terreno entonces quedó en total abandono, así como también el pueblo donde él había vivido. Con el pasar de los siglos, fue aquí donde los pavos fundaron su pueblo.
Al llegar bajo la sombra de un árbol de laurel, los pavos nuevamente asentaron la caja con el cuerpo del Turkey Fumarolas. “Atención”, anunció uno de ellos. “Los que así lo deseen, pueden acercarse ahora mismo para darle el último adiós al pavo hippie.” “¿Quieres pasar?”, preguntó la joven a su mamá. Y ésta, enérgicamente le respondió: “Ni Dios lo quiera. No vaya ser que al acercarme ¡yo también me vuelva adicta al cigarro!” Su hija desaprobó su comentario, moviendo su cabeza. “Aunque no lo conocí, yo sí pasaré”, dijo ella. Yendo para un rincón, en el cual había una mata de rosas rojas, le arrancó unas cuantas. Después, regresando junto al grupo, esperó su turno para pasar a depositarlas dentro de la tumba.
“¿Son todos?”, preguntó la pavita punk… “Parece que así es”, le respondió uno de los allí presentes. “Entonces ha llegado la hora…”, dijo. Inclinándose un poco, le apretó un botón a la caja que todo el tiempo había traído arrastrando. La caja se convirtió en algo que nadie de los allí presentes había visto nunca. Todos sin excepción se preguntaban qué era aquello.
“¡Listo!”, dijo la joven cuando le colocó un objeto a la caja negra. “¡Ya está!” Después, acercando el micrófono a su boca, empezó a cantar: “Era un pavo hippie, y´ha muerto, y´ha muerto. En mi corazón él, estará… Escucharé tus pulmones respirar, por donde sea que ahora te estés yendo a fumar… tú has muerto ahora, pavito… mi corazón y pulmones no sirven más… -Su voz era muy dulce y bien entonada. Todos los allí presentes manifestaban sorpresa en sus miradas. Al parecer nunca antes habían escuchado una voz así de celestial. La pava punk cantaba igualito que Celin Pavón, una cantante muy famosa en el mundo de los humanos.
Al terminar de cantar, la joven punk cerró los ojos un instante; luego, acercándose en silencio a la caja, la cual ya habían destapado, dejó caer adentro una rosa blanca. Acercando su cara al del muertito, le susurró: “Adiós…” “Adiós por siempre, Turkey Fumarolas…” Terminado su despido, se hizo a un lado para que los demás también pudiesen pasar a depositar sus flores… “¡Nunca te vamos a olvidar pavo hippie!”, se escuchó decir a un pavo desde la parte de atrás, mientras otros dos al frente hacían descender la caja hasta el fondo de aquel agujero…
El entierro del Pavo Hippie fue como el de cualquier otra ave: normal. La única cosa notable que puede decirse sucedió ese día, fue que, cuando los pavos se alejaban de la tumba, de repente parecieron escuchar un ruido. Pero, volteando a ver, y no encontrando a nadie, esto los dejó perplejos. Todos entonces empezaron a mirarse entre sí. ¡Hasta la mamá pava había mirado a la joven punk! Era como si de repente la cantante le haya empezado a simpatizar.
“¿Escuchaste algo?, ¿Escuchaste eso?”, se preguntaban entre todos. Y todos respondían que no estaban seguros para decir que sí. Así que siguieron andando, olvidando por completo lo sucedido. Luego, cuando llegaron a la salida, cada uno se fue con quien había venido. La mamá pava y su hija regresaron a su casa, y a partir del siguiente día ninguna de las dos volvió a recordar al pavo hippie. Éste había muerto como había vivido: sin pena ni gloria…
-¡Auxilio! ¡Sáquenme de aquí! –Gritaba una voz-. ¡No estoy mueeerto! ¡Que alguien me ayude! –La voz pertenecía al pavo Hippie, quien entonces se había despertado. Turkey Fumarolas no sabía que, estando a un metro bajo la tierra, ¡nadie lo escucharía! Aparte de estar así, para desgracia suya, sus amigos habían tenido la gran idea de rellenar la caja con las colillas de su cigarro favorito: “Mal-lungs”. Con cada patada que daba, sus pies chocaban contra las suaves colillas. Pero a pesar de esto el pavo seguía y seguía pateando, en vano. ¡Sáquenme de aquí! –gritó una vez más, mientras se esforzaba por dominar el terror que había empezado a padecer. ¡No estoy muerto! –repitió, sudando y jadeando-. ¡No estoy muerto!
-¡Claro que sí lo estás! –le respondió una voz. Pero el pavo hippie ya no lo escuchó; porque entonces se había desmayado.
-Que tengo que hacer ¡¿qué?! –preguntó más tarde, cuando se despertó.
-¡Ya te lo he dicho todo! No me vengas ahora con que no lo has entendido –le dijo aquel-. ¿Aceptas? ¿Sí o no? –El Pavo Hippie se puso a pensarlo.
-¿No hay otra opción que pueda ser más viable? –preguntó el pavo. El otro, mirándolo con compasión, le respondió que no. El Pavo Hippie, recordando todo lo que aquel personaje le había propuesto, al ver de que de esto dependía tener una segunda oportunidad…, finalmente dijo: “Hágase en mí según tu capricho”.
-¡Ya verás que no es tan malo…! –trató de consolarlo aquél, mientras caminaban sin prisas. El Pavo Hippie ahora ya no sabía qué pensar. Por un lado su cuerpo ya estaba muerto, y sus pulmones podridos, pero su alma -que el dios de los pavos había venido a “resucitar”- ya no podía distinguir entre lo que era bueno y lo que era malo. ¿Qué era lo que le había sucedido? ¿Por qué ahora, que le brindaban una segunda oportunidad de vida, él no podía sentirse alegre? ¿En dónde habían quedado su vanidad y sus poses de pavo adulto; todo ese engreimiento que lo identificaban? Turkey Fumarolas no podía entenderlo…
Y de repente, sin previo aviso, el pavo hippie cayó en el mundo de los humanos, convertido en un muchacho de catorce años. El dios de los pavos le había explicado hasta el último detalle de su misión en el mundo de los humanos. El resto dependía de él, de él y nada más que de él. Si lo lograba, su alma entonces podría regresar a su mundo, y así volver a ocupar su cuerpo. Turkey Fumarolas se sentía confundido. No le importaba mucho revivir, pero, recordando que aquel dios lo había amenazado con mantenerlo enterrado vivo, enseguida sentía un miedo atroz.
Paseando su mirada por aquel lugar, el pavo hippie supo que se encontraba en una escuela. Su dios le había dado facultades para que pudiese reconocer las cosas en este mundo. “Serás casi como un humano” le dijo antes de enviarlo, “pero seguirás conservando tu esencia de pavo”. Turkey Fumarolas desde luego que no supo entender todo esto. Se había tenido que conformar con saber que no correría ningún peligro mientras estuviese entre los humanos.
“Este mundo es igual o más aburrido que el de los pavos”, observó el pavo hippie, mientras se esforzaba por ser positivo ante esta situación suya. Pero su pesimismo era tal que solamente sentía “hueva” por tener que hacer todo lo que su dios le había dicho: “Te estoy mandando a la Tierra, para que salves a los jóvenes de las garras del cigarro y sus malas consecuencias”. “Pero ¿por qué yo?”, automáticamente se había preguntado el pavo. Y su dios, que podía saber todo lo que un pavo pensaba, enseguida le respondió: “¿Lo haces, o prefieres que te entierre vivo?” Y así es como el Pavo Hippie no tuvo más alternativa que terminar aceptando.
El resto sucedió como tenía que suceder. A la hora del descanso, cuando los muchachos se escondían en el huerto para fumar, Turkey Fumarolas los seguía. Al llegar junto a ellos, de un manotazo les quitaba los cigarros de sus labios. “Oye, ¡idiota! ¡¿Qué es lo te pasa?!”, le espetaban uno por uno. “¡No fumen!”, les aconsejaba el pavo hippie…, cuando se sentía más o menos de buen humor. “¡No fumen!…” Al quedarse callado y como “ido”, los muchachos le reprochaban: “O ¡¿qué?!” El pavo hippie, ahora convertido en humano, volviendo rápidamente a su mal humor, mirándolos con desdén, les contestaba: “Está bien, idiotas, ¡Fumen todo lo que se les de la regalada gana! ¡Total que no son mis pulmones…” “¡Tomen sus cigarros! ¡Aquí están!” Entonces se los tiraba. Los muchachos se miraban entre sí. Les resultaba muy extraño el comportamiento de su compañero. “Está loquito”, decían, mientras lo miraban alejarse…
Así estuvo el pavo hippie por más de un año, haciendo lo que su dios le había mandado. Durante todo este tiempo, su persona fue golpeada en contadas ocasiones. Un ojo morado, y un brazo torcido, fueron a veces el resultado de los enfrentamientos contra los que él había venido a salvar. Pero su dios, al final de cada jornada, siempre lo curaba por completo. Al siguiente día, cuando veían que su ojo, o cualquier parte de su cuerpo ya estaba como si nada, todos lo miraban asombrados. El joven por fin empezaba a mostrar que no era de aquí.
“Mi reino no es de este mundo”, anunció solemnemente el pavo hippie a una joven que le había confesado que le gustaba. La joven, escrutándolo con la mirada, pensó que su compañero de verdad no estaba “muy normal”. Al decírselo, el joven le respondió: “Eso a mí no importa”. “Pero si dices que te gusto, entonces eres libre de amarme”. “Pero llegará la hora en el que yo tenga que partir de vuelta hacia mi mundo. Cuando eso suceda, estoy seguro de que tú has de sufrir mucho…”. La joven, haciendo caso omiso de todas estas palabras, solamente preguntó: “¿Eso quiere decir que sí aceptas ser mi novio?” “Que conste que te lo advertí”, pensó el pavo hippie, mientras se dejaba acariciar por la muchacha.
Los días siguieron su rumbo. Turkey Fumarolas también siguió con la misión encomendada por su dios. Durante todo el tiempo que llevaba en el mundo de los humanos, pocas veces había tenido éxito. De los muchos jóvenes fumadores, solamente unos cuatro habían renunciado por completo a aquel mal hábito. Pero ni siquiera esto había alegrado al pavo hippie, quien, no se sabe por qué razón, seguía estando como que muy deprimido.
“Es porque cuando vivías hiciste algo malo, pero que ahora no puedes recordarlo”, le dijo su dios. Turkey Fumarolas y aquel se encontraban platicando de manera muy ligera. Su dios, viendo que el pavo no mostraba interés por querer saber qué era eso, lo incitó: “¿Quieres saber de qué se trata?” El pavo hippie, sintiéndose muy alicaído, contestó que sí. Su dios entonces empezó a recordárselo.
-¿De verdad la amé? –preguntó, cuando el otro terminó de relatar.
-Sí. De verdad –le respondió el dios de los pavos-. Pero tu vanidad era tan grande que no te dejó verlo. Entonces la ignoraste, diciéndole que no era tu tipo.
Sumergiéndose en el pasado, Turkey Fumarolas se dio cuenta de que lo que éste acaba de recordarle era verdad. Aparte de decirle a aquella pavita que ella no era su tipo, él también le había dicho que su corte de pelo era horrible. Cayendo en la cuenta de su gran error, el alma del pavo hippie finalmente pareció sentir de nuevo. Su cuerpo muerto se había estremecido tanto que hasta a su alma le había llegado el temblor mismo. “¿Es por esto que estoy así?”, se preguntó el pavo hippie. Su dios le respondió que sí. Turkey Fumarolas, reflexionando sobre la pavita, dijo: “Tú que eres dios, y que todo lo sabes, quiero que me digas ahora mismo que es lo que tengo que hacer para poder volver a estar vivo”. Su dios, mirando con desconfianza, le preguntó: “¿De verdad quieres saberlo?”. Turkey Fumarlas afirmó que sí, moviendo su cabeza.
-¡Eso no puedo ser verdad! –Le reclamó la joven a su compañero-. ¡Dime que es mentira! ¡Dime que sólo me estás jugando una broma!
-¡Cuánto desearía que lo fuera! –Respondió con sinceridad el pavo hippie-. ¡Te lo dije aquel día, pero tú no quisiste hacerme caso! Y ahora que te he dicho que tengo que partir, me dices que lo que sientes por mí es ¿amor de verdad? –La muchacha había empezado a sollozar. Sus mocos se los limpiaba en la manga de su blusa blanca.
-¡Dime! –exclamó luego-. ¿Qué voy a hacer cuando te vayas? ¡Dime! ¿Cómo se supone que he de vivir sin ti? –Agachando su cabeza, se tapó la cara con sus dos manos.
-¡Por favor, no llores! –Le pidió el pavo hippie-. Créeme que nunca quise lastimarte. Yo, ¡estaba tan deprimido que esa vez no presté atención a lo que me decías! Y ahora, ¡ahora que sé que alguien en mi mundo me amó, debo regresar allá para tratar de componer mi error y así sanar al corazón que herí…
Ese día, la joven y el pavo con aspecto de humano se la pasaron hablando un largo tiempo. Contándose los dos partes de sus vidas fue como el pavo hippie le narró a su amiga todo lo que él había hecho cuando solamente era un pavo vanidoso. Se lo había confesado todo, absolutamente todo. Y al terminar de platicar, la joven, dándole un beso en la mejilla a su amigo, le dijo: “Ahora te entiendo. Si tú no me cuentas todo lo que acabas de contarme, estoy segura de que yo también te habría causado un dolor como el que ahora quieres ir a enmendar”…
-¡Adiós Pavo Hippie! –Expresó la joven aquel día-. ¡Adiós por siempre Turkey Fumarolas! Espero que cuando hayas regresado a tu mundo, me recuerdes. ¡Dime! Quiero saber. ¿Cuándo es tu partida? –Mirando hacia el cielo, el pavo hippie le dijo:
-Cuando el dios de los pavos me lo indique. Eso puede suceder en cualquier instante.
-Entonces hay que estar listos –dijo la muchacha. ¡Ven! ¡Dame un último abrazo! –pidió. –Turkey Fumarolas entonces se acercó hacia ella.
Los dos amigos estuvieron abrazados varios minutos. Era la hora del recreo. Los otros estudiantes que pasaban junto a ellos, los miraban con extrañeza. La joven, sabiendo que ella la única en conocer la verdadera identidad del joven, alzando la voz, se puso a gritar: “Éste que ven aquí junto a mi ¡no es un humano, sino que un pavo!” Al escucharla, todos empezaron a reírse. “También se ha vuelto loca”, murmuraron los que se habían detenido cerca. “Igualito que al que tiene abrazado” Y otros más: “No cabe duda de que la locura se contagia muy fácil”
-Ah. ¡Con que no me creen! –Dijo la joven-. ¡Pues ahora lo verán! –El pavo hippie ya había recibido la señal de su dios: una nube en forma de corazón. -¡Vamos, Turkey Fumarolas! ¡Muéstrales quien eres! ¡Bate tus alas, y alza el vuelo! Tu pavita te espera para que la ames y la haga feliz! ¡Gracias por venir a mi mundo! ¡Nunca voy a olvidarte, y espero que tú tampoco te olvides de mí!
¡Vamos Turkey Fumarolas! ¡Vuela ya de regreso a tu mundo! –Al terminar de pronunciar estas palabras, el pavo con forma de humano, lentamente se empezó a transformar. Y, antes de que sus labios terminasen por convertirse en un pico, se acercó a la muchacha y, luego de plantarle un beso en sus labios, le dijo:
-¡Adiós por siempre, amiga! ¡Tenlo por seguro que jamás te olvidaré! ¡Gracias a ti también por tu amistad! Mi estancia en tu mundo, al final, fue muy alegre; gracias a ti! –Sin poder dejar de lloriquear, la joven se agachó, lo agarró y… empezó a acariciarle sus plumas. “Ahora sí, adiós”, dijo, para enseguida lanzar al aire a su amigo. El Pavo Hippie, batiendo sus alas, se empezó a elevar.
Todos tenían la boca abierta, mientras seguían con la mirada el vuelo del Pavo Hippie. Todos parecían estar como hipnotizados. ¿De verdad era real lo que veían? O simplemente todo era parte de una ilusión óptica. ¡Cómo deseaban comprobarlo! Pero no podían. “¡Ya sé!, gritó uno de ellos. Sacando entonces a toda prisa de su bolsa su resortera, le colocó una piedra. “¡Lánzalo ya!, le pidieron todos. El muchacho estaba a punto de soltar la piedra, cuando el Pavo Hippie chocó con algo. “¡Un avión!, exclamaron todos. ¡Lo ha derribado un avión! “ ¡Vayamos a buscarlo!” “Ha caído cerca”. Corriendo entonces a toda prisa fueron por él. Pero, al llegar donde se supone que debió de haber caído, no encontraron nada: El Pavo Hippie había desaparecido por completo.
FIN
Anthony Smart
Abril/01-04/2019