Joel Hernández Santiago
La tarde-noche del domingo 5 de junio los priistas que estaban reclutados en sus oficinas de Insurgentes Centro en la Ciudad de México no daban crédito a la hecatombe. Iban y venían nerviosos, incrédulos; con datos, cifras, mensajes, llamadas desde los 14 estados en los que había elecciones…
Y poco a poco, después de la seis de la tarde, ya tenían cifras aún más aproximadas; Manlio Fabio Beltrones quería corroborar datos, quería que le garantizaran que las cifras de sus operarios estatales eran lo más próximo a la verdad o quizá que había errores de procedimiento.
Pero poco a poco, también, los datos se iban confirmando… El Partido Revolucionario Institucional (PRI) iba a la baja y, en cambio, las cifras beneficiaban al Partido Acción Nacional (PAN) y al Partido de la Revolución Democrática (PRD) en tres alianzas que hizo con el partido conservador de México. Morena in crescendo…
En Los Pinos el presidente Enrique Peña Nieto, reunido con su grupo cercano, apechugaba. Para él fue un problema de partido, de estrategias electorales y de ‘amarres’: no de gobierno. Para todos fuera de la burbuja era claro que también se estaba castigando a su gobierno.
El chiste es que al final de cuentas el PRI se quedó con cinco gubernaturas de 12; y que el PAN se hacía de siete, 3 de ellas en alianza con el PRD. Se confirmó lo que el presidente Peña Nieto dijo en mayo pasado: ‘en México hay mal humor social’. Sí. Y esta vez lo expresó en las urnas. Estados de estirpe priista por años dejaron de serlo ya: Veracruz, Tamaulipas, Durango y Quintana Roo. ¿Qué la desfachatez de gobernadores y su mal gobierno ahí tuvo que ver en el resultado? Naturalmente; pero estos fueron los candidatos elegidos por el PRI para representarlo.
El tamaño de la perdida es aun incontable, no sólo porque falta conocer datos finales y lo que se vaya a tribunales, también porque hubo chanchullos electorales de muchos ahí; y también porque el Instituto Nacional Electoral –lo dicho- hizo la cuadrícula de lo que debe ser lo electoral, pero los partidos tienen su propia doble raya y hacen lo suyo por su cuenta. Caso Oaxaca, por ejemplo.
Además de la derechización de gran parte del país –a pesar de un PRD más como comparsa y siempre en pugna interna—los mexicanos perdimos mucho con estas elecciones:
En primer lugar fueron las elecciones intermedias más caras de la historia México y de las más caras en el mundo. Para llevarlas a cabo en 14 estados del país, tanto partidos como INE se gastaron la friolera de 21 mil millones de pesos. Y lo más peor aún: que de 36 millones de ciudadanos con derecho a sufragio, sólo acudieron 19 millones.
A la autoridad electoral (INE) se le salió de las manos el control de la ‘cultura democrática y la cultura política y el fortalecimiento del sistema de partidos’, que para eso les pagamos. Desde abril cuando inició el proceso electoral se vio que las campañas estaban marcadas por la inmundicia, por la exhibición pecaminosa de unos y otros; por verdades y mentiras, por filtraciones de llamadas y de perversiones: todo junto: las campañas giraron en torno a anular el voto al otro, no ganarlo para sí…
Ahora sabemos que la transición política ya pasó a los estados de la República. Que el castigo a los políticos y su política es factible y recomendable. Que el voto debe recuperarse para la democracia, no para los partidos.
Hay que revisar de ‘pe a pa’ al sistema político mexicano ya fracasado y a su sistema de partidos: que ya hoy vemos que son una carga inútil que nos cuesta millones de pesos de nuestro trabajo ¿Para quién? Los medios deben ser más responsables en la información política y electoral si quieren ser parte del cambio de sistema político, en beneficio de sus propias libertades…
Y, una cosa aún más importante: ser conscientes de a quién y para qué se otorga el voto, porque el castigo a otros no significa que los electores se pongan una daga en el cuello.