* San Pablo recomienda la sumisión a los poderes civiles, en lo que disiento, porque esos espacios de gobierno pueden estar ocupados por los nazis que regresan; es la paráfrasis de su imagen política: la justicia soy yo
Gregorio Ortega Molina
Este miércoles santo, cargado de presagios sobre el futuro de México, me obliga a recuperar una frase evangélica, o al menos religiosa: paz a los hombres de buena voluntad, para verla bajo la perspectiva que le da Lewis Wallace en so novela Ben-Hur: buena voluntad para los hombres de paz, porque en este cambio de régimen lo primero en desaparecer fue la buena voluntad.
Una nueva a sala en la SCJN con 5 ministros para atender especialmente los casos anticorrupción, pone en manos de la Presidencia de la República un poder adicional, el de administrar justicia en ese tema que ha sido su caballito de batalla para llegar al poder y mantener altos los índices de popularidad. Arbitrar es lo que sueña, decidir quién sí y quién no es corrupto. Es la deidad del Antiguo Testamento.
Comprender el aserto anterior requiere de la lectura y estudio de El lado oscuro de Dios, de la filósofa y teóloga mexicana Isabel Cabrera. Allí se puede constatar que quien está en la cúspide no necesariamente es el benefactor que parece ser, porque aparece en toda su plenitud la idea de que “la respuesta es que no hay respuesta, el sufrimiento es un misterio, y tratar de encontrar una respuesta en Dios es tratar de escuchar voces en el silencio”. Lo cierto es que todo su periodo constitucional lo vivirá con Donaldo Trump como colega, vecino y depredador de México.
Medito en Job y su discusión con la divinidad. No hay cabida para ello. Hoy la fe del amor implica una ciega sumisión, sin alardes, con absoluta paciencia y, obvio, sin esperar la ansiada respuesta. Llega cuando ha de llegar.
San Pablo recomienda la sumisión a los poderes civiles, en lo que disiento, porque esos espacios de gobierno pueden estar ocupados por los nazis que regresan, o esos segregacionistas que, como Donaldo Trump, sólo ven para su grupo racial, lo demás no importa.
“No se le puede pedir al hombre lo que se le pide a Dios, no se le ha de exigir a lo que está hecho de barro que tenga la pureza del cristal. El hombre no puede tanto, Dios lo hizo frágil”, anota Isabel Cabrera, lo que me permite colegir que para evitar esa debilidad lo que se requiere es acumular poder, y concentrar en las manos la administración de justicia, que es una característica divina, ¿o no?
Pienso en el Rey Sol, y en la paráfrasis de su imagen política: la justicia soy yo.
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