Emilio Trinidad Zaldívar
Los mexicanos en su amplia mayoría, que reconocemos a Andrés Manuel López Obrador como presidente de todos, incluidos los “fifís”, los “pirrurris” y hasta los de “la mafia del poder”, le deseamos que tenga éxito en su sexenio, porque su éxito será nuestro progreso, desarrollo y estabilidad política, económica y social.
Sin embargo, muchos de los que creímos en su causa y los que no lo fueron nunca, vemos con miedo y preocupación, que el crecimiento económico se está estancando; la salida de divisas se está incrementando; la inseguridad devorando ciudad tras ciudad, y las ocurrencias y necedad de hacer lo que la prudencia le pide a gritos no haga, se plantan y siembran como si fueran razón divina.
Yo fui uno de los que pidió un cambio de gobierno y de partido; yo fui un promotor incansable de su mensaje, pero lo hice creyendo en que con su llegada vendrían no sólo la austeridad y humildad que pregona y muestra, sino la tranquilidad en las calles; la oferta de empleos, el castigo a corruptos, el impulso económico; la unidad, y no la discordia y la confrontación estéril entre pueblo bueno y pueblo malo.
Casi seis meses de gobierno federal son pocos para exigir mejoras a un país podrido por la insensatez y saqueo descarado de sus anteriores autoridades. Pero el rumbo trazado por quien decía conocer como nadie las calamidades nacionales, debe dar certeza y tranquilidad o generar preocupación y enojo, y parece que esto último es lo que está permeando.
Un solo hombre como gobernante, como vocero, como administrador, como político que da rumbo según su criterio, que es el único que se escucha, dan más miedo y desconfianza que alegría y tranquilidad. La prudencia y la sensatez parecen extraviadas en un país urgido de éxitos en quien conduce el timón y traza el rumbo. En quien lleva una ruta y tiene claro un horizonte.
Varios estados y la capital del país, padecen, sufren de una violencia nunca antes vista. Ni los gobernadores del Presidente (CD.MX., Chiapas, Veracruz y Tabasco), han podido dar tranquilidad a las comunidades que dicen conocer y gobernar. Se ven rebasados por el crimen que no da tregua ni cuartel.
Ni la Guardia Nacional en algunos estados, o los improvisados “cursos” de unas cuantas semanas a los elementos de las policías de la Ciudad de México, para que supuestamente se sepan defender y protegernos, podrán provocar preocupación a los asesinos, secuestradores y mafias bien organizadas para delinquir, que nos tienen en jaque y zozobra permanente.
Andrés Manuel López Obrador enfrenta el mayor de los retos que cualquier Presidente pudiera imaginar. Tiene frente a él, una brutal, descomunal ola de violencia; una economía prendida de alfileres, una sociedad hastiada hasta el vómito de abusos y saqueos de los gobernantes en turno; un desempleo galopante, una inflación que ya toma curso, y lo más grave, una sociedad que empieza a hacer suyo el desencanto de un gobierno sin certezas en el camino del éxito que se debe tomar.
Aunado a lo anterior, la brutal contaminación que no sólo ha venido azotando a la capital del país, sino a varios estados cercanos como Puebla, Tlaxcala y Morelos, tienen a las autoridades con el Jesús en la boca y sin saber cómo enfrentarlo.
Sea como sea el tamaño del reto que hoy las autoridades encaran con la pésima calidad del aire, deben asumir responsabilidades y no echar culpas a las administraciones anteriores, como ocurrió hace unos días, cuando Claudia Sheinbaum dijo que no le habían dejado protocolos para una contingencia así, cuando ella no solo fue Secretaria del Medio Ambiente sino que además, tiene doctorado en el tema.
Malos tiempos los pasados. Malos tiempos los que hoy seguimos viviendo. Confiemos en que mejorarán. Por el bien de todos.
Deseo que del tamaño de la humildad y sencillez que el Presidente muestra todos los días, sea el tamaño de su valor y coraje para que escuche voces sensatas, corrija cuando se equivoque y encarcele a los corruptos del pasado. Así, solo así, cambiará México.
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