* Culpar siempre al pasado de las consecuencias del presente y de lo impredecible del futuro, es tirar a la basura los elementos de juicio que permitirían enmendar los errores
Para Elena Fernández del Valle y Franco Carreño Osorio
Gregorio Ortega Molina
El pasado tiene dos vertientes. La histórica que a todos nos envuelve y en cierta medida nos condiciona, y la personal. Con ésta se determina el comportamiento presente y se crea, día a día, la carta de navegación para el futuro. La experiencia dista mucho de ofrecer una solución integral, pero aporta los elementos necesarios que permiten discernir qué sí y qué no hemos de elegir para vivir como lo soñamos, lo deseamos o se nos permite.
La vertiente histórica es la hoja de ruta de nuestro lugar en el mundo. Equivale a la lección y la elección de lo que puede construirse como sociedad, y lo que no debe hacerse para echarlo a perder -el presente y el futuro-; con ella establecemos una cultura e identidad nacionales y construimos los referentes para un comportamiento civil, ético y moral que esperamos y deseamos de nuestras figuras públicas: líderes sociales, gobernantes, representantes populares, escritores, pintores, empresarios…
Poco importa que después se conviertan en mitos, de alguna manera parecidos a los usados para edificar la historia patria. El error no es crearlos, se equivocan cuando deciden desmitificar el pasado, porque dejan a buena parte de la sociedad sin referentes civiles y éticos, la despojan de esa idea de heroicidad que se requiere para construir un hogar, una sociedad, una nación, una identidad nacional. Sé que son actitudes que incordian en el proceso de globalización, pero también tengo la certeza de que pueden ser compatibles, porque colaboración, contribución, participación en un esfuerzo general y mundial, no necesariamente es cesión. Doblegar a fuerza es lo que rebela. Revisen la historia y relean, cuando menos, El hombre rebelde, ensayo que decidió a Jean Paul Sartre romper con Albert Camus, porque estableció la estatura moral y la eternidad de las ideas y narraciones del escritor argelino, que dedica El primer hombre a su madre, aunque sabe que no lo va a leer. Fue hijo de una analfabeta. Es ese contenido absurdo que también alienta la vida.
¿Qué determinó que Edipo quedase ciego por mano propia? Saber la verdad de su origen, la confrontación con su pasado. Se quita la posibilidad de ver físicamente su futuro y presenciar cotidianamente el presente. Es la metáfora precisa de la oscuridad que somete -siempre- las decisiones al error o a la incertidumbre, por carecer de referentes propios y compartidos. Lo ocurrido ayer siempre ha de estar presente.
Leo en la página editorial de El País un texto sobre el mismo tema, pero cuyo referente perdí al trasladarlo a mis observaciones: “Pero este desdén hacia el pasado, que está a la orden del día en todos los campos con el fin de crear ciudadanos no ya ignorantes, sino mentalmente lisiados e intelectualmente indigentes, no trae consigo tan sólo una pobre cultura general y cinematográfica en particular. Si algo me asombra es lo siguiente: somos la primera gente en la historia con la capacidad y el privilegio de ver y oír el pasado, un pasado…”.
Culpar siempre al pasado de las consecuencias del presente y de lo impredecible del futuro, es tirar a la basura los elementos de juicio que permitirían enmendar los errores.
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