Personalmente estoy fascinado con la discusión de altura que cuando menos un par de legisladores panistas han entablado para deleite y gozo del respetable público siempre ávido de duelos intelectuales.
Antipactista y por supuesto requetecalderonista, el controversial y controvertido senador poblano Javier Lozano Alarcón ha lanzado su pica en Flandes criticando permanentemente la actitud propositiva, que él considera servil, de su dirigente partidista Gustavo Madero.
Por tal ha recibido una respuesta categóricamente kantiana del pactista guanajuatense Luis Alberto Villarreal –quien pastorea a los diputados federales blanquiazules– que no deja lugar a dudas sobre el debate de altos vuelos que priva al seno del partido que desbarataron, cada cual en su momento, Vicente Fox y Felipe Calderón: “A chillidos de puerco, oídos de carnicero”.
Categóricamente kantiana, pues, esta aseveración merecería ser analizada a la luz de distintas variables.
Una primera, ¿por qué emplear metáforas sanguinarias que mueven a pensar en cuchillos y cuando pudo haber hecho uso de alguna otra variante del “a palabras necias, oídos sordos”? ¿Por qué no una etílica que tan de moda estuvo en la Casa Grande los anteriores años? ¿No habría quedado mejor un “a palabras de borracho, oídos de cantinero”?
Son estas, entre otras muchas, las disquisiciones que me magnetizan y de vez en vez me embrujan, sobremanera cuando el origen son estas declaraciones que esclarecen el alto nivel de los otrora llamados padres de la Patria.
¿Y por qué el cerdo y no un burro o un búho de los que colecciona Lozano?
¿Por qué puerco y no chancho, cochi, cuino, gorrino, tunco o, sencillamente, marrano?
Creo que algún investigador debería entrevistar al sanmiguelense Villarreal para que ahonde, profundice, y aclare el porqué los términos de su tan sesuda respuesta a Lozano Alarcón.
Pudiera ser que, como dice un viejo refrán castellano, “a veces hasta un cerdo ciego encuentra una bellota”. O ¡bingo!, que diríamos ahora.
CALDERÓN EN LA DISPUTA
Amores puercos aparte, al seno del PAN se da desde hace meses una especie de pleito sobre el lodazal heredado entre cuando menos dos grupos. Los calderonistas, que son pocos pero muy vistosos y ruidosos –el caso de Lozano, sí, pero también la hermana del ex ocupante de Los Pinos, motejada “La Cocoa”–, y aquellos otros que lo responsabilizan de la debacle de un partido que, dos ocasiones consecutivas, una de ellas “haiga sido como haiga sido”, llegó al pináculo del poder político en México… y lo dilapidó.
Son mayoría quienes responsabilizan al michoacano de la pérdida de ese poder. Pero tienen menos visibilidad, hacen poco ruido y, cuando se atreven –como el caso del diputado Villarreal– yerran el tiro al trivializar sus críticas.
¿No le gustaría a usted que nuestros debates políticos tuvieran un poco de ingenio ahora perdido, de cierta sagacidad para desautorizar al contrario? ¿No está de acuerdo conmigo en que la rapidez mental y la agudeza son mejores armas políticas que el mero insulto?
De entrada, para emerger y subsistir, el ingenio requiere reflexión y análisis, virtudes políticas por excelencia, y en general va acompañado de la ironía que ayuda a distanciar los problemas lo suficiente como para poder verlos con mayor claridad, todo lo cual hace que el debate sea fructífero y aumente el interés de la gente por la cosa pública.
El insulto, en cambio, el agravio, al carecer de raciocinio, investigación, diagnóstico y comprobación, si bien al principio sorprende y escandaliza, cuando al cabo de muy poco se convierte en costumbre pierde el sentido y aburre. Y lo que es peor, se contagia.
Se me dirá que no todo el mundo tiene la capacidad ni la inteligencia suficiente para elevar el discurso a esas alturas. Sin embargo, no hay que olvidar que el ingenio, como la memoria y la energía e incluso la inteligencia, se agudizan con el ejercicio. Para insultar y descalificar, lo único que hace falta es encono, y el encono ni convence ni favorece a nadie.
Asistimos a una lucha encarnizada por el poder. Por mucho menos nuestros antepasados sacaban piedras y ramas de árbol, y se lanzaban a los bosques a luchar y defender con sangre a su jefe. La democracia y sus poderes legislativos se hicieron para que los guerreros trasladaran sus luchas al terreno de la palabra, el diálogo, la argumentación, el debate, pudiendo afilar cuanto quisieran sus armas dialécticas una vez analizados los argumentos de los oponentes.
Pero no. El insulto parece haberse quedado a medio camino entre las piedras, palos y la dialéctica. No hay sangre, es verdad, pero tampoco hay inteligencia.
Ahora sólo vemos como los cerdos vuelan, ¿o no?
Índice Flamígero: Leo en una entrevista que “para el senador panista Ernesto Ruffo Appel, a raíz de los resultados electorales presidenciales pareciera que se abrió un debate interno entre ‘calderones’ y ‘maderos’, por lo que consideró que Acción Nacional debe anteponer los intereses de los ciudadanos.” Palabras, palabras, palabras.
–oiga don Paco, y si no fuera insulto ??? fuera descripcion. xq hay q ver la porqueria q hicieron estos!!!
Muy de acuerdo Don Francisco, pero en la otra esquina, la que ahora tiene el poder, ahora resulta que no hay cabida al diálogo, no se diga a la discusión o el análisis. Ahora tenemos un transformador, estadista, tlatoani o semi dios. El caso es que en escasos cien días se borraron los tres poderes, (si es que existían) y todo es que debemos festinar cualquier acto de quien aparece como todo poderoso en turno.